Por María Torres
Recordamos a Pablo Picasso, genio indiscutible, en cuyas manos se alojaron durante ochenta años los pinceles. Autor de sesenta mil obras, dejó impregnado el universo de la pintura mundial, aunque en la retina de muchos siempre se encuentra el reflejo de «Guernica», un grito contra la barbarie, un símbolo universal de la destrucción y la muerte en el que se resume todo el horror de la Guerra. Pintor, escultor, grabador, dibujante, ceramista, todo lo completaba el talento de un hombre que emanaba creatividad.
Cuenta la leyenda que en 1940, estando París ocupada por los nazis, un oficial alemán le preguntó a Picasso, ante una imagen del Guernica, si era verdad que él había pintado la obra, a lo que Picasso respondió: «No, han sido ustedes».
En septiembre de 1936, el Gobierno de la República Española comunica a Picasso su nombramiento como director del Museo Nacional del Prado a sugerencia de José Renau, director General de Bellas Artes. Fue una elección cargada de críticas pues Picasso, alejado de todo el conflicto, llevaba años residiendo en París y de hecho, jamás tomó posesión efectiva del cargo aunque lo aceptó y se puso a disposición del Gobierno.
Unos meses más tarde, en enero de 1937 y a través de Max Aub, miembro del Consejo para la difusión de la cultura en el extranjero y comisario adjunto del Pabellón Español, recibe el encargo de un cuadro-mural de 11×4 metros para la Exposición Internacional de Artes y Técnicas de 1937 en París. Picasso acepta y se compromete a tener terminada la obra antes de la fecha límite, el 4 de junio. En el mes de abril aún no la había iniciado, y no lo hace hasta el 1 de mayo de 1937, día en el que ve una fotografía publicada en el periódico Le Soir titulada “Visiones de Guernica en llamas” donde se puede contemplar la ciudad vasca completamente destruida por la aviación fascista. Parece ser que aquella imagen fue el detonante e inspiración principal de la obra y lo que le llevó ese mismo día a realizar decenas de bocetos del cuadro. Según testimonio de André Malraux, no fue solo el bombardeo de Guernica y los sucesos de la Guerra española en lo que se inspiró, ya que tuvo presente también «Los fusilamientos del 3 de mayo» de Francisco de Goya.
Ese mes de mayo declaraba que «la lucha española es la oposición a la reacción contra las personas, contra la libertad. Toda mi vida como artista no ha sido otra cosa que una lucha continua contra la reacción y la muerte del arte. Como pudo nadie pensar ni por un momento que yo podía estar de acuerdo con la reacción y la muerte. En el panel en el que estoy trabajando, al que llamaré Guernica, y en todas mis obras de arte recientes, expreso mi claro aborrecimiento a la casta militar que ha hundido a España en un mar de dolor y muerte.»
Trabajó sin descanso en un estudio situado en la Rue des Grans Agustins num. 7 de Paris en una obra que denuncia los horrores de la guerra y representa un mensaje de paz y el 11 de julio de 1937, víspera de la inauguración de la Exposición llevó personalmente el cuadro al Pabellón Español donde quedó instalado. «La gente desfilaba ante la obra en silencio, como si se diesen cuenta de que además de su valor pictórico era una premonición de lo que después realizó la guerra mundial. Un grito de protesta contra la barbarie de toda guerra y más de las de nuestros días. Un grito, entonces, de un pueblo que lucha por su libertad, por su dignidad y por sus derechos».
El Gobierno de la República pagó a Picasso un total de 150.000 francos por el Guernica. El pintor no quería dinero por el mismo. Al aceptar el encargo solo pensó en su compromiso con los republicanos españoles pues defendía que “los artistas no podían ni debían permanecer indiferentes frente a un conflicto en el que están en juego los más altos valores de la humanidad y de la civilización”. Según Max Aub tan solo se trataba de una compensación por los gastos materiales que había acarreado la creación de la obra, ya que era deseo del Gobierno que el cuadro fuera propiedad de Pablo Picasso.
En una carta de 28 de mayo de 1937 que Max Aub envía a Luis Araquistain, por aquel tiempo embajador de España en Francia, se describen las vicisitudes para llegar a un acuerdo: «Esta mañana llegué a un acuerdo con Picasso. A pesar de la resistencia de nuestro amigo a aceptar subvención alguna de la Embajada por la realización del Guernica, ya que hace donación de este cuadro a la República española, he insistido reiteradamente en transmitir el deseo del Gobierno español de reembolsarle al menos los gastos en que ha incurrido en su obra. He podido convencerle y de esta suerte le he extendido un cheque por valor de 150.000 francos franceses, por los que me ha firmado el correspondiente recibo. Aunque esta suma tiene más bien un carácter simbólico, dado el valor inapreciable del lienzo en cuestión representa, no obstante, prácticamente una adquisición del mismo por parte de la República. Estimo que esta fórmula era la más conveniente para reivindicar el derecho de propiedad de dicho cuadro.»
Al término de la Exposición Universal el cuadro viajó a Oslo, Estocolmo y Copenhague y regresó a Francia hasta el 4 de octubre de 1938 que es enviado a Inglaterra, desde donde es requerido como instrumento de propaganda por el Comité de Ayuda a los Refugiados Españoles. Posteriormente regresó a Francia donde permaneció hasta mayo de 1939 que embarcó rumbo a Nueva York en el Normandie, el mismo barco que se llevó a Juan Negrín. El objetivo era recaudar fondos para la causa republicana. Picasso sufragó los gastos de este traslado. Fue depositado en 1942 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) quien exhibió la obra en exposiciones puntuales.
En 1968 Francisco Franco a través del director de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid, intentó traer el cuadro a España. No lo consiguió. El Guernica pertenecía a la República y no al gobierno franquista. La respuesta de Pablo Picasso al dictador fue exigir el restablecimiento de la República y en 1970 envió una carta al MOMA incluyendo condiciones si alguna vez España acogía el Guernica, entre ellas que fuera expuesto en el Museo del Prado, siempre y cuando se restablecieran las libertades públicas, delegando en su abogado, Roland Dumas la supervisión de la salud política española.
Tras una compleja negociación, el Guernica, junto con los 23 bocetos que lo completan, llegó a España el 10 de septiembre de 1981. Un recibo de 150.000 francos sirvió al Gobierno para demostrar la propiedad. Picasso había establecido antes de su muerte y al conocer la delicada situación de la obra, que la misma no debería ser expuesta en ninguna parte en su camino hacia Madrid, ni tampoco podría ser prestada después de su instalación en el Prado. Se expuso al público primero en el Casón del Buen Retiro, y posteriormente desde 1992, en el Museo Reina Sofía de Madrid, donde se encuentra en exhibición permanente.
Si Picasso levantara la cabeza comprobaría tristemente que no se cumplieron sus deseos. En el estado español no se rehabilitó la República y su magnífica obra, que como tantos republicanos españoles vivió largos años de exilio, no se encuentra depositada en el Prado.
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