En Turquía, donde hace tan solo un siglo había ciudades donde entre un tercio y la mitad de la población era asiria tan sólo quedan 30.000 asirios. En Irak y Siria, han visto reducida su presencia de un 20% de la población a aproximadamente un 2%. En Irán, constituyen menos del 1%.
Por Ricardo Georges / Kurdistán América Latina
Es importante visibilizar una parte de la historia cercana de Oriente Próximo, dramática, de una brutal limpieza étnica y genocidio en toda Anatolia y que afectó a armenios, griegos pónticos y asirio/siriacos, que han sido durante décadas reducida al drama vivido por las víctimas armenias, ignorando otras, porque en parte no había habido investigaciones académicas sistemáticas sobre ellas. Esto empezó a cambiar hace dos décadas, coincidiendo con un renovado interés en estudiar estos eventos y publicar nuevos trabajos de investigación, especialmente en los países escandinavos (Simo Párpola y David Gaunt, entre otros), y en Estados Unidos (Racho Donef, etc). En el mundo hispánico quiero rescatar como el pionero al periodista de investigación español Ferran Barber.
El interés en las matanzas y limpieza étnica del casi invisibilizado pueblo asirio cobró actualidad en las últimas décadas, con las nuevas matanzas sistemáticas y expulsiones de sus hogares y países, especialmente en Irak y luego Siria, coincidente con el resurgir del fundamentalismo islámico que comenzó a poner bombas en templos cristianos de esta comunidad en Bagdad, hasta su expulsión de Mosul por parte del grupo terrorista autodenominado Estado Islámico.
Lo cierto es que las comunidades asirias, también conocidas como siríacas o asirio-caldeos, vienen sufriendo un proceso de limpieza étnica desde hace más de 150 años, que comenzó con las matanzas hamidiyes (por el nombre del grupo de mercenarios kurdos a caballo creado por el sultán Abdel Hamid II, a fines del siglo XIX), pasando por el más brutal genocidio bajo la dictadura del régimen ultranacionalista de los “Jóvenes Turcos”, continuando bajo la República Turca en 1924 con la expulsión hacia Irán y la prohibición de retorno a sus territorios ancestrales a los asirios orientales de la región de Hakkari, siguiendo luego con las matanzas de Simele en la provincia iraquí de Mosul, en 1933, en manos del nacionalismo árabe monárquico ordenado por el Rey Feysal y, continuando hasta hoy, primero por políticas asimilacionistas etnocidas por parte de estados bajo tutela militar y dictadura nacionalista árabe (Siria e Irak), hasta las matanzas cotidiana en mano de grupos terroristas fundamentalistas islámicos interesados en borrar toda huella y presencia no islámica y anterior al islam.
Como resultado de todo ello, hoy día hay más asirios viviendo en países “occidentales” y Rusia que en los territorios ancestrales. En Turquía, donde hace tan solo un siglo había ciudades donde entre un tercio y la mitad de la población era asiria (Urfa, Mardin, Diyarbakir…), tan sólo quedan 30.000 asirios: unos 23.000 residiendo en Estambul y unos 8.000 en Mardin. En Irak y Siria, los asirios han visto reducida su presencia de un 20% de la población a aproximadamente un 2%. En Irán, constituyen menos del 1%. La lengua siriaca, neo-aramea o asiria moderna, en sus dos variantes vivas, el suryoyo y el suret, una de las más antiguas del mundo, se encuentran entre las lenguas en peligro de desaparición producto tanto de las matanzas, dispersión de población (sistemática, como proyecto político) y las políticas de arabización, turquización y persificación lingüística, según los países de origen.
1915: Seyfo, qué significa “el año de la espada”
Las víctimas asirias del genocidio de 1915 se estiman entre 250.000 y 300.000 personas, y en los primeros trabajos de investigación fueron contabilizadas como integrando la muy diferente comunidad armenia, con la que sólo compartían la fe cristiana y con los que, en algunas regiones, convivían, pero que, en el caso de los católicos, compartían clero y solían casarse entre sí. La Iglesia Armenia Católica, mayoritaria entre los armenios de mi ciudad de origen –Mardin-, junto con la Caldea y la Siriana Católica, dependían de un Milletbashi (jefe religioso común) armenio. Por eso, los asirios católicos, especialmente los caldeos y algunos sirianos católicos, fueron también víctima en las llamadas “Caravanas de la muerte”, sin distinguirse de los armenios, a partir del 24 de abril de 1915. En cambio, los asirios ortodoxos, fieles de las iglesias Siriana Ortodoxa y Asiria o Siriana Ortodoxa “de Oriente”, fueron asesinados en forma sistemática, en sus propios pueblos o llevados a realizar durante meses tareas agrícolas y de realización de caminos, y asesinados en o cerca de sus aldeas.
Los asirios fueron las víctimas mayoritarias del genocidio en los Vilayetos de Diyarbakir, Siirt, Hakkari, las regiones iraníes limítrofes de Urmia y Salmas, y en el Sanjak (departamento) de Urfa, en el Vilayeto de Alepo.
Quizá conocer el pasado reciente nos pueda dar claves para entender muchas cuestiones. Por ejemplo, el daño que hicieron los nacionalismos autoritarios y monoculturales que echaron mano a política “racionales”, calculadas de asimilación, cuando lo consideraron posible (y se equivocaron con los kurdos), desterritorialización/recolocación de poblaciones enteras, y/o exterminio. La modernidad concebida como una copia burda de los nacionalismos étnicos de Europa oriental, demonizando la milenaria tradición de la región de estados multiétnicos y multiculturales. El proceso de pérdida sistemática de la diversidad cultural en Levante, Anatolia y Mesopotamia sigue su curso. Si desde hace un siglo, hasta fines de la década de 1980, la ideología dominante que promovía esta desaparición fueron los nacionalismos militaristas y autoritarios como el turco, el persa o el árabe, ahora su relevo le llegó de la mano de la brutal ideología fundamentalista islámica. En épocas del genocidio, ya los nacionalistas apelaron al odio religioso pero como algo instrumental, para promover la participación activa de las tribus kurda y grupos de circasianos en las masacres de poblaciones cristianas armenias, asirias y griego pónticas. Pero su ideario era laico y ultranacionalista.
“Limpieza étnica” es la política deliberada de desplazar de forma forzosa a una población entera, por sus características étnicas y/o religiosas, normalmente para obligar a una población a romper su vínculo con una tierra, que en caso como éstos son sus tierras autóctonas en las que habitan desde hace miles de años, y sustituir estas poblaciones por las afines a las del grupo que ejerce la violencia, en este caso, desde el Estado. En general, la intención es destruir la posibilidad práctica de mantener las tradiciones culturales, incluso si parte del grupo sobrevive a su desplazamiento.
El régimen de los “Jóvenes Turcos” toma el poder en 1908, luego de que el Sultán Abdel Hamid II anulara el Parlamento y la Constitución creados por el Sultán otomanista, el reformista liberal Abdelmejid. El grupo, integrado especialmente por militares, forjados en las guerras de las Balcanes y el Frente Ruso, es portador de una ideología nacionalista excluyente, que pretende suplantar el otomanismo por el panturquismo y el turanismo, influidos por turcófonos arribados al Imperio Otomano procedentes de Rusia, y que ven en este Estado el instrumento del sueño de liberación de los pueblos turcófonos/turanios de Asia Central y el Cáucaso, bajo el dominio ruso.
El intelectual más influyente fue Yusuf Akçura, nacido en Rusia, quien en 1904 publica el artículo Tres tipos de política, donde contrasta panislamismo con panturquismo, sosteniendo que el primero estaba condenado al fracaso (se habían independizado Albania y otros pueblos musulmanes aspiraban a su independencia) y que sólo el turquismo tenía una oportunidad de crear un Estado étnicamente turco, que incluyera a azeríes, chechenos, circasianos, tártaros, turkmenos y otros grupos. Pero si el panturquismo era la única política viable, debía poner a su servicio el panislamismo para unificar y movilizar a estos pueblos para expandir el Estado Otomano hacia el Este. El objetivo fue promover levantamientos en Rusia e Irán, a la par que se aprovechaba la oportunidad de la guerra mundial para avanzar hacia el Este… y deshacerse de las poblaciones cristianas y no turcófonas del Este de Anatolia a fin de construir un Estado con continuidad territorial y homogéneo, abandonando el multiculturalismo.
Es la política que asumió y ejecutó el triunvirato del régimen integrado por Talaat Pasha, Ministro del Interior, Enver Pasha, Ministro de Guerra, y Ahmed Cemal Pasha, Ministro de Marina. El turquismo y el islam serán sus banderas, aunque estarán imbuidos de un fuerte espíritu positivista. Crean redes, en todo el territorio, de Comités de Unión y Progreso, que son sus bases de militancia. Al poco tiempo de gobernar, involucran al país en la Primera Guerra Mundial y suspenden la Constitución y el Parlamento, gobernando desde un triunvirato. Los sultanes quedan en segundo plano, más como figura simbólica que de poder real.
Rechid Bey, “el carnicero de Diyarbakir”
Quiero mencionar que incluso muchos promotores del ultranacionalismo turco no eran étnicamente turcos. Muchos fueron, sí, turcófonos refugiados de los territorios bajo dominio ruso, pero otros fueron iranios/kurdófonos, como el aristócrata durkheniano Ziya Gokalp en Diyarbakir (que los asirios llamamos “Amida”) y circasianos, como el criminal apodado “El carnicero de Diyarbakir”, Reshid Bey, figura sobre la que me quiero detener, ya que fue uno de los personajes más siniestros y promotor a nivel local del genocidio a gran escala. Y se trataba de un médico, cuyo nombre completo era Mehmed Reşit Şahingiray, y que en tiempos del genocidio fue el Valí/Gobernador de la provincia de Diyarbakir. Nació en Rusia y emigró con su familia a Estambul donde estudió medicina en la Academia Militar. Fue el organizador a gran escala de las más brutales limpiezas étnicas mediante matanzas a gran escala de la población cristiana armenia y asiria de esta provincia. Miembro prominente del Comité de Unión y Progreso, destacó por ser un gran orador. Casado con una nieta del emir kurdo de Botan, Badri Khan, Mazlume aprovechó este hecho para negociar y convencer a las tribus kurdas Milli, Rama y karakeçi, para que sean el brazo ejecutor del exterminio de cristianos.
Entre sus antecedentes destacan que, antes de ser gobernador, participó en la deportación masiva de griegos en 1914 ordenada por Talaat Pasha. Antes de gobernar Diyarbakir, gobernó Basra (actual sur de Irak), donde formó un grupo paramilitar de elite llamado “çete”.
Ives Ternon sugiere que fue Reshid Bey, junto a Ibrahim Badreddin, miembro del Comité de Unión y Progreso local, quien por su fanatismo orquestó la extensión de las políticas anti-armenias a otros grupos cristianos. Pero según relata el militar/mercenario venezolano Rafael de Nogales en sus memorias Cuatro años bajo la Media Luna, el gobernador le dio a entender que las ordenes generalizadas contra todos los grupos cristianos le vinieron dadas en un telegrama enviado por Talaat Pasha, que contenía sólo tres palabras “Yak, Vur, öldur” (“Quemen, demuelan, maten”). Jacques Rhetore estima que 200.000 cristianos fueron asesinados sólo en la provincia de Diyarbakir.
Pero no sólo mató a cristianos. También se deshizo de funcionarios que no estaban dispuestos a cumplir sus órdenes. Así destituyó al Mutasarref (gobernador local de Mardin), Hilmi Bey, un otomanista liberal que se opuso por escrito a cualquier ataque a la población cristiana, enviándolo como funcionario degradado a Mosul, y mandó a asesinar a los kaymakams (especie de alcaldes en distritos), entre ellos los kaymakams de Lije, Beshiri, Derike y Midyat. Y es importante destacar y recuperar en la memoria a esos nobles funcionarios no nacionalistas, más bien liberales y otomanistas que se negaron a cumplir las órdenes contra los ciudadanos cristianos del Estado, porque no fueron pocos, al punto de se tuvo que crear un grupo paramilitar específico llamado “Teshkilati Mahsusa”, encargado de operativos especiales, entre ellos asesinatos políticos (por ejemplo, kaymakams que se opusieron a las matanzas y limpiezas étnicas), integradas por asesinos profesionales a los que se los liberaba de las cárceles a cambio de combatir en el frente oriental, bajo las órdenes de Enver Pasha.
Encargadas de asesinar civiles y como fuerza de choque, se creó otro grupo paramilitar denominado (en árabe) “Al Khamsin” (los cincuenta). Reclutadas entre tribus kurdas del Vilayeto de Diyarbakir, fueron creadas por el gobernador Reshid Bey, de quien dependían. Su nombre significa en árabe “los cincuenta”, porque estaban organizadas en cuerpos de 50 personas. Tuvieron un papel preponderante en el asesinato de civiles desarmados asirios y la destrucción de sus aldeas a orillas del Rio Tigris y sus afluentes. Su modus operandi fue, separar y matar a todos los hombres mayores de 12 años y mantener a las mujeres y niños realizando durante meses trabajo esclavo en tareas agrícolas. Luego de las cosechas eran asesinadas, separando algunas “mujeres bonitas” y niños/as, para esclavas sexuales y domésticas/os en casas de familias kurdas. En otros casos, les daban la posibilidad a las mujeres y niños de convertirse al islam o morir. Son las brigadas que más impacto tuvieron en el genocidio.
David Gaunt confecciona una lista de 178 pequeñas ciudades y aldeas asirio/siriacas del Sanjak de Mardin y alrededores como Bohtan , Beshiri, Urfa y pueblos cercanos a Diyarbakir. Casi todas, salvo 20, cuentan historias de matanzas, mientras que en 20 casos, vecinos musulmanes, en su mayoría kurdos, pero también mahallamiyes (musulmanes arabófonos de origen asirio conversos al islam en el siglo XVI) y yezidis (etnia de habla kurda de religión sincretica con bases zoroástricas), dieron protección y ayuda a sus vecinos cristianos. Como parte de la política de turquización, al proceso de limpieza étnica le siguió la imposición de nombres turcos a las aldeas anteriormente con nombres asirio/siriacos.
Los asirios orientales de Hakkari
La limpieza étnica de asirios de Hakkari, comenzó antes de la guerra, a consecuencia de una serie de decretos de Talaat Pasha, ministro del Interior, para erradicar la autonomía de facto que gozaban los asirios, por ser una minoría no musulmana importante en una frontera estratégica. Para ejecutar esta decisión realizó una operación en gran escala, acusando a los nestorianos (la rama cristológica de su iglesia) de colaborar con armenios y rusos. Por medio de una carta dirigida a los Valis de Mosul y de Van, ordenó que se los expulse hacia el otro lado de la frontera (el Azerbaiyán iraní) e impedirles que regresen a sus tierras ancestrales.
Los asirios debieron huir en masa hacia Irán desde el verano de 1914. Luego de eso, sus viviendas, iglesias y reliquias fueron destrozadas. No dejaron en Hakkari signos de cultura asiria y se les prohibió el retorno. El vice consul de Rusia en Urmia, Basile Nikitine, informó en agosto de 1915 que “las autoridades turcas han impuesto un severo control sobre el territorio de los siriacos turcos y tomaron represalias contra sus líderes. Mar Shimun fue llamado a Van y el Obispo de Shamdinan, Mar Khnanisho fue detenido. Pero la gente sin embargo, exige su autonomía. Ahora siríacos de las aldeas de Sheitan, Bitlo, Serarlu, Bitkare, Nerdish, Segin, Hilanek, Derboder y Diru han sido deportados a Persia. Los turcos quemaron los pueblos siríacos y confiscaron las propiedades de sus habitantes”.
Consideraciones finales
Los asirios en 1915, en poco más de un año, perdieron el 45% de su población masacrada, y gran parte del resto, de los sobrevivientes fueron dispersados, a los países del entorno y al resto del mundo, incluyendo el cono sur de América Latina y México.
Las comunidades cristianas, asirias o no, y otras minorías como yezidíes, mandeos y bablis, entre otros, están desapareciendo aceleradamente de Oriente Próximo. Un oriente que pudo enorgullecerse históricamente de haber desarrollado formas complejas de convivencia multicultural, y que podía haber entrado en la modernidad manteniendo estos valores, pero incorporando ideas de igualdad, secularidad y derechos de ciudadanía, tanto a nivel personal, como de respeto e inclusión de los distintos componentes étnicos y religiosos.
En momentos de las reformas en el Imperio otomano, las Tanzimat de 1862, hubo una oportunidad, especialmente por la decisión valiente que tuvo el Sultan Abdel Mejid, (quien muriera a la edad de 29 años), para continuar las reformas de su padre, y extender a todos los ciudadanos, independientemente de etnia o religión, el concepto de ciudadanía otomana. Pero fracasó porque las fuerzas conservadoras, religiosas y feudales no lo apoyaron y sólo estigmatizaron aún más a las minorías a las que se comenzó a ver como “agentes de occidente” (o de Rusia), además de que el Estado no tuvo en sus estamentos intermedios los medios para aplicar y hacer valer las nuevas leyes en el interior del país. El conservadurismo islámico, ha sido tradicionalmente más abierto a la diversidad cultural, pero poniendo el foco no en lo étnico sino en lo religioso. Y en general ha sido y es refractario a cualquier idea de igualdad y de derechos individuales seculares y ciudadanos, y a los valores de la modernidad. Por su parte, los nacionalismos que se imitaron en forma acrítica para construir políticas de Estado, han sido impulsores de cierta modernización del Estado, secularización/laicismo, e igualdad de género, especialmente en la revolución cultural que produjo Mustafa Kemal, pero han sido impermeables a la idea de diversidad cultural y profundamente autoritarios, al extremo de impulsar matanzas y limpiezas étnicas desde una cultura oficial dominante desplazando a poblaciones enteras y no reconociéndoles sus derechos, sea a la identidad cultural, reconocida en igualdad desde un Estado plural e intercultual, sea para reparar daños y heridas y garantizar, como en el caso de la actual Turquía, cosas básicas como reparaciones e invitación a retornar y obtener ciudadanía turca para quien lo desee.
Hoy, armenios, asirios y griegos pónticos, esperan gestos de parte del Estado Turco que, pudiendo y debiendo condenar el ideario y la praxis del ultranacionalismo turco y el régimen (triunvirato) de los Jóvenes Turcos en el desaparecido Imperio otomano, sigue negando los sucesos y de alguna forma asume la continuidad del mismo Estado y régimen que llevó a la desintegración del estado, y todas sus derivas. La historia pudiera haber sido diferente, y reivindicar los nombres de los funcionarios asesinados por ese mismo régimen, por negarse a asesinar a compatriotas armenios, griegos o asirios cristianos.
En el caso de los estados “árabes” de los arabizados levantinos, mesopotámicos, egipcios y magrebíes, siguen un nacionalismo asimilacionista que borra las identidades reales para asumir prestada la de los conquistadores árabes y musulmanes y aculturar arabizando a todos los componentes de sus sociedades.
Respecto a los nacionalismos de las minorías de tipo etnoreligioso, tienen el peligro de que pueden ser armas de doble filo: por un lado son necesarios para reivindicar los derechos de los pueblos a su cultura y a la reparación de los agravios, matanzas y limpiezas étnicas del que fueron víctimas. Pero ser víctima a veces significa pensar y actuar en forma imitativa y acrítica como los nacionalismos del entorno que promovieron matanzas y limpiezas étnicas, asimilación y negación de reconocimiento y derechos. Ahí tenemos el caso de los circasianos llenos de odio por las vejaciones y matanzas a las que fueron sometidos por el imperio Ruso, utilizados fomentando su odio para cometer matanzas, “vengarse” en otros “cristianos”, sin distinción, en lugar de empatizar y solidarizarse con otros pueblos y minorías que padecen la misma opresión, si no son musulmanas. Peor aún si son cristianas. El chivo expiatorio perfecto para canalizar la ira, y eliminar al nominal “enemigo”.
Una de las cosas que me llamó la atención al leer los testimonios históricos de las matanzas, es que cuando venían a por ellos, en muchos lugares, por ejemplo en Siirt, la población cristiana en lugar de dispersarse o huir a otros sitios seguros, se encerraban en sus iglesias como ganado, atrapados en el fuego de sus atacantes. Del mismo modo y 106 años después, es usual tener internalizada la mentalidad de guetto, que establece relaciones más cercanas y seguras, en este caso, entre los propios cristianos orientales, y estableciendo una pobreza de relaciones que sólo se basan en la coexistencia y las relaciones superficiales con personas de otras religiones y etnias. Es un efecto negativo de siglos de políticas multiculturalistas extremas, donde en Oriente, el individuo no tenía reconocimiento en tanto individuo, sino como parte de su comunidad religiosa y en segundo lugar su pertenencia étnica, pensamiento que ha cristalizado en las sociedades islámicas actuales.
Por eso, es necesario romper esas barreras y actuar plenamente en sociedades plurales pero con fuertes lazos de cohesión que dan las relaciones sociales positivas con otros grupos, muchos de los cuales padecen los mismos problemas y romper con las fronteras rígidas e infranqueables, de comunidades religiosas o étnicas, donde sigue siendo secundario la identidad individual, las identidades complejas y múltiples, la libertad de pensamiento y de opciones de vida. Es reduccionista y empobrecedor pretender que las culturas de los pueblos originarios se reducen a su religión, iglesias, cleros y endogamia, porque esa es una situación de la cultura empobrecido al que se llegó por siglos de hostigamiento y marginalización. Grave si se naturaliza y acepta como Estado Ideal.
Las solidaridades deben ser dirigidas hacia las víctimas de cualquier injusticia y no selectiva hacia “la tribu” religiosa en cuestión. Por vivencias y situaciones vivida similares un armenio o un asirio debiera ser solidario o comprender mejor la lucha, no solo asirios respecto a armenios y viceversa. Romper el etnocentrismo basado en nociones universales de justicia/injusticia y derechos humanos, de modo tal de poder empatizar con otras luchas de pueblos y personas en situaciones similares de injusticia, incluyendo al pueblo kurdo (pese a que hace un siglo participó en las matanzas de asirios y armenios), del pueblo Uighur en China o los tártaros en Rusia, sin importar su etnia o religión.
La integración y cohesión debiera fundarse en la interculturalidad, no en los compartimentos estancos de la multiculturalidad que termina en guetos. Por ello es importante la separación radical de las religiones de los Estados.
Mucho para hablar, y ojalá aprendamos y seamos vehículos y testigos de cambios, que si no se operan primero dentro de nuestras mentes y de la de las distintas sociedades civiles, incluyendo la turca. Es fundamental el reconocimiento de los sucesos de 1915, para poder sanar heridas, hermanar a los pueblos y vacunarnos contra quienes exaltan el odio, las guerras y manipulan los nacionalismos y las religiones usando a la gente como peones y recreando el círculo de odio y guerras.
El futuro es abierto, las sociedades dinámicas y las culturas cambiantes, como lo son también las circunstancias históricas, la moral y valores sociales y el nivel de conocimiento y organización en un mundo cada vez más globalizado, con todo lo que ello implica.
Encerrarse en los templos (y en los márgenes de la propia “tribu” etnonacional) esta vez metafóricamente hablando, puede conducirnos a un inmovilismo y conservadurismo estéril y suicida y al encierro en los estrechos límites de la tradición y lo conocido, y nos expone a ser manipulados por el miedo, el odio, la exaltación de la diferencia (en lugar de lo que nos une) y beneficia a los intereses de quienes para acumular poder enfrentan a los pueblos. Nunca más genocidios, ni limpiezas étnicas.
Bibliografía:
-YVES TERNON; “Mardin 1915: Anatomía Patológica de una destrucción”
-RAFAEL DE NOGALES; “Cuatro años bajo la media luna”
-DAVID GAUNT; “Massacres, Resistence, Protectors: Muslim- Christian relations in Eastern Anatolia during World War I
RACHO DONEF; “The Hakkari Massacres. Ethnic cleasing by Turkey 1924-1925
FUENTE: Ricardo Georges (es argentino, de ascendencia asirio mardinense por vía paterna. Sociólogo egresado de la UBA y diplomado en Estudios Avanzados en Antropología Social, en la Universidad Complutense de Madrid. Investiga el impacto del genocidio conocido como Seyfo en la comunidad argentina de origen mardinense (armenia y asiria), mayormente residente en las ciudades de La Plata y Quilmes, para lo cual recogió testimonios y realizó una experiencia de trabajo de campo en la propia ciudad de Mardin) / Nor Servan
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