Otras formas de viajar

Por Manuel López Arrabal


Para la mayoría, las vacaciones son sinónimo de viaje y cuanto más lejos, mejor. De este impulso tan vital vive la industria del turismo, dejando sus viajantes protagonistas una considerable huella ecológica tras de sí. Pero ahí no acaba todo, porque además de alterar el medio ambiente, sobre todo por el consumo despreocupado y desmedido, muchos de los turistas suelen influenciar negativamente sobre las distintas culturas minoritarias que pueblan la Tierra, llegando a verse muchos de esos lugares literalmente invadidos por extranjeros.

Según la OMT (Organización Mundial del Turismo), las llegadas de turistas internacionales en el mundo han pasado de 25 millones en 1950 a 278 millones en 1980, 674 millones en 2000 y 1.322 millones en 2017; una actividad que ha dado trabajo directo a 118,5 millones de trabajadores en 2017 y aproximadamente al 10% de la población laboral del mundo de manera indirecta. Los turistas gastan sobre todo en hoteles, comidas, transportes, ocio, artesanía y recuerdos, pero generalmente solo una pequeña parte del dinero queda en la población local. La mayor parte revierte sobre las grandes empresas multinacionales del sector turístico, propietarias de las principales agencias de viajes, compañías aéreas y cadenas hoteleras, además de favorecer aún más a las compañías petrolíferas.

Ilustración de Javier F. Ferrero

Muchos turistas sensibilizados, después de muchos años y cientos de miles de kilómetros viajando, sostienen que los viajes más enriquecedores suelen ser los que hacemos cerca de donde vivimos, puesto que además de no tener problemas con el idioma nos permiten descubrir lugares preciosos que nada tienen que envidiar a los de países lejanos. Además, estos lugares desconocidos (pueblos pintorescos, zonas rurales y parajes naturales de playa o montaña), que ni sospechábamos tan cerca de nosotros, pueden ser inmejorables lugares de encuentro con familiares y amigos a los que con frecuencia no vemos, favoreciendo así las economías locales y estrechando vínculos al mismo tiempo.

El autor de “Simplicidad radical”, Jim Merkel, propone que no nos dejemos seducir por el romanticismo del gran viaje, sobre todo en estos tiempos, porque por muy lejos que te vayas, sueles acabar delante de un McDonalds o de una televisión en el hotel retransmitiendo el mismo partido de futbol que verías en tu casa. Merkel sugiere que redescubramos el auténtico sentido del viaje a través de un medio de transporte como la bicicleta, que puede llevarnos a lugares donde no suelen llegar otros medios de transporte ni los grupos organizados. El simple hecho de movernos a pie, a modo de peregrino, o en bici, nos permite saborear y vivir cada metro del recorrido y entablar relaciones espontáneas con las personas que nos cruzamos. Nada que ver con la burbuja que envuelve al grupo organizado, que de forma previsible y programada (también estresante por querer ver mucho en poco tiempo) sigue al guía y va del hotel al autobús, del autobús al hotel y finalmente al barco o al avión.

Los viajes en avión se han doblado a lo largo de la última década. Los vuelos baratos se han puesto al alcance de la mayoría, pero volar en masa tiene serias consecuencias ambientales. Los aviones emiten CO2, vapor de agua y óxidos de nitrógeno a gran altitud, contribuyendo de manera importante al calentamiento de la atmósfera. Un viaje a Bali de ida y vuelta, significa quemar una hectárea y media de bosque por persona en términos de liberación de CO2. Una manera de compensar ese impacto, sería comprando junto al billete de avión los créditos de carbono, con los que financiaremos, por ejemplo, la plantación de árboles que puedan fijar la misma cantidad de gases que hemos emitido, aunque sobre esto último tengo mis serias dudas, ya que la recaudación y gestión de dichos créditos por una compañía aérea que no posea una filosofía de reducción de impacto al medio ambiente no merecería mi confianza. Además, los créditos de carbono también se compran y se venden en los mercados internacionales. O sea, que pueden ser objeto de especulación y no tienen por qué usarse para cuidar el medio ambiente.

He observado a través de internet, que existe un ranking de las aerolíneas más ecológicas a nivel mundial, según cumplan algunos principios fundamentales de sostenibilidad ambiental como son, por ejemplo, el de compensar totalmente el impacto ambiental que producen sus aviones, invirtiendo parte de sus beneficios en reforestación y preservación de bosques y, también, en tecnologías menos contaminantes. Por tanto, más que buscar los vuelos más baratos y comprar créditos o bonos de carbono, podemos buscar compañías aéreas que nos ofrezcan mejores garantías en relación a su compromiso ambiental y ético.

Esto no significa que debamos evitar hacer nuestro viaje soñado, aunque sea a la otra parte del mundo. En ese caso, vale la pena hacer los preparativos con suficiente antelación y organizarse uno mismo la búsqueda de alojamiento en un pequeño hotel o apartamento de propiedad local; una vez allí, moverse si es posible en bici alquilada o con medios de transportes públicos, comer en casas de comida o restaurantes familiares y comprar en pequeñas tiendas locales o cooperativas. También existe otra posibilidad poco tenida en cuenta, pero cada vez más demandada: recurrir a las redes de intercambio a través de agencias o por internet, poniendo la propia casa a disposición de los turistas de otros países que igualmente nos dejan la suya, estableciéndose de por medio una serie de garantías. En mi caso personal he probado con dos plataformas de intercambios: Intervac (fundada en 1953 y que actualmente funciona en más de 50 países del mundo) y Guesttoguest (con una oferta de más de 400.000 alojamientos en 187 países, funcionan con puntos-GuestPoints para intercambios recíprocos y no recíprocos).

Al tiempo que se ha extendido la consciencia ambiental, ha aparecido el nuevo concepto del ecoturismo, que desgraciadamente muchas empresas usan de manera equivocada, cuando no irresponsable. La International Ecotourism Society (www.ecotourism.org), afirma que el verdadero ecoturismo es aquel cuyos objetivos son conservar el entorno y mejorar el bienestar de las comunidades mediante visitas responsables a espacios naturales. Esto se traduce, por ejemplo, en el control del impacto de los turistas sobre la cultura local, la construcción y mantenimiento de edificios con respeto a las tradiciones y con criterios de sostenibilidad, contribución a la economía regional y la no participación en cualquier actividad que implique la vulneración de los derechos humanos y de los animales.

El viaje siempre se ha visto como una oportunidad para el aprendizaje y el crecimiento personal. No se trata solo de viajar de un punto a otro, divertirse, comer bien y volver a casa. El verdadero viaje debe hacernos mejores de alguna manera, abriéndonos también al viaje interior para conocernos mejor a nosotros mismos. El Buen Viaje puede hacernos conocer tanto las maravillas como los problemas del planeta, enriqueciéndonos sobre todo en el contacto con otras personas de otras culturas, para así ver las cosas desde una perspectiva nueva. El viajero, por tanto, debería participar de la vida del lugar que visita. En este sentido, los viajes de colaboración en los campos de trabajo solidario creados por organizaciones no gubernamentales en cooperación con organizaciones locales, son un destino ideal para los ecoviajeros solidarios. De esta manera, se puede trabajar durante un par de semanas o un mes en la construcción de una escuela o un hospital, mano a mano con las personas que luego los utilizarán. Por ejemplo, la federación de ONGs SETEM ofrece cada año numerosos campos solidarios en países como India, Nepal, Bolivia, Honduras, Nicaragua, Guatemala y Ecuador, coordinando los trabajos y actuaciones en las áreas de sanidad, educación, comercio justo y cultura, y combinándolas con actividades de ocio y tiempo libre.

 

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