Oppenheimer: el enigmático gurú del átomo

Oppenheimer no pretende dar una clase de historia. No es una ponencia, no es una conferencia y, sobre todo, no es una enciclopedia, y no es un tutorial de YouTube. Es un revisionado dramático del acontecimiento más distópico de todo el siglo pasado.

Por Juan Doporto

J. Robert Oppenheimer, el físico teórico, junto a Albert Einstein, más famoso a día de hoy. Ya no solo por sus logros científicos, sino por su trascendencia sociocultural.

Ahora he devenido muerte, el destructor de mundos”. Esta fue la cita, salida del Bhagavad Gita, que al americano se le pasó por la cabeza a la hora de valorar sus actos, sus consecuencias, y cómo el mundo reaccionó ante ello. Porque el cine estadounidense está lleno de mártires cuya culpa llega demasiado tarde. Las consecuencias, o tardan o, simplemente, no llegan.

Oppenheimer, de Christopher Nolan, no es un biopic sobre un científico, y es esto principalmente lo que ha causado cierto malestar y decepción entre el público más conformista y general del británico. No es un blockbuster más. Es un dardo envenenado dirigido a cierto sector de la Jet Set americana a través del mismo protagonista. Sobre el rol más clásico del antihéroe, Nolan vislumbra toda la historia del siglo pasado, con Oppenheimer como piedra angular; un Prometeo americano que, nada más rozar el cielo, fue rápidamente descendido, encadenado a una piedra, y acribillado a picotazos por las águilas modernas del macartismo.

Son, a priori, muchas ideas, muchos conceptos que el director de éxitos como Inception o Interstellar pretende introducir en nuestro imaginario, pero de una forma que no nos aturda. Siembra la semilla. Traslada un concepto y unos eventos a través de la pantalla grande, con un reparto espectacular. Y lo hace de una manera impresionante, enorme, porque todo lo que hace Nolan es enorme, conceptual y literalmente, llegando a afirmar sin tapujos que no había usado prácticamente nada de CGI para sus pruebas nucleares, o para los ataques de culpa que sufre en la película Cillian Murphy de la forma más escabrosa y psicótica, muy a lo Edgar Allan Poe, pero ya sabemos que no es cierto. Aún así le salió bien, como (casi) siempre.

Son escenas, transiciones repentinas y planos cargados de esa materia oscura que conforma y da vida a los thrillers judiciales, pero con el matiz de que aquí no hay ganadores, solo perdedores. Tres horas en las que se tienen que realizar piruetas para que todos y cada uno de los actores encajen y aporten veracidad a una historia que ya de por sí ha de serlo. Nombre tras nombre, van saliendo los científicos más renombrados de la primera mitad del siglo XX, representados por principales y secundarios de lujo que, ocupando más o menos cuota de pantalla, logran dar en el blanco. Brillan todos y cada uno de ellos. Desde el propio Murphy como Oppenheimer, hasta Josh Peck como Kenneth Bainbridge, pasando por Emily Blunt o Matt Damon.

Decía el gran Fritz Lang en una entrevista con William Friedkin, allá por 1974, que aquel cineasta que no lograra trasladar con éxito sus ideas al público y que, por consiguiente, tuviera que recurrir a entrevistas, no debería dedicarse a hacer cine, porque sus películas debían hablar por él. Es una gran síntesis de lo que muchos detractores del director británico sienten hacia él, recriminándole aspectos como sus diálogos sobreexplicativos, sus saltos temporales confusos, y la tendencia que ha estado aquejando desde hace unos años, agravada por el fenómeno Tenet de hacer exactamente lo que para Lang es motivo suficiente para la flagelación.

Pero no. Oppenheimer no pretende dar una clase de historia. No es una ponencia, no es una conferencia y, sobre todo, no es una enciclopedia, y no es un tutorial de YouTube. Es un revisionado dramático del acontecimiento más distópico de todo el siglo pasado. El punto de vista original del nacimiento del horror atómico en los zapatos de su padre, encuadrado, claro está, en el modelo de negocio hollywoodiense, porque en ella se exponen no solo los demonios internos del científico respecto a las consecuencias de su creación, sino las vicisitudes generadas debido a su libidinosa existencia, que prácticamente hará tambalear los cimientos de quienes le rodean.

Es un ‘must watch’ de manual que, sin duda, hará aficionados a la física a miles de espectadores.

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