Opinión | Ningún dios aprieta gatillos ni aceleradores

Por Luis Aneiros

                                                                                             https://laicismo.org/2016/religion-y-fundamentalismo/144530

Desde mediados del siglo XX hasta setiembre de 2008, el IRA sembró el terror en territorio británico, provocando miles de muertos entre militares y civiles. El IRA justificaba sus acciones por dos motivos: uno territorial y otro religioso. Renegaban de su pertenencia al Reino Unido y enfrentaban al anglicanismo estatal su fe católica, dejando siempre muy clara la importancia que dicha fe tenía en sus vidas y utilizándola como bandera. Jamás los católicos del mundo se vieron perseguidos, insultados o se les consideró sospechosos de complicidad implícita con el terrorismo irlandés. Jamás los católicos tuvieron que condenar públicamente los atentados del IRA desde los púlpitos de sus templos para demostrar la desconexión entre religión y terrorismo. Nunca catolicismo se asoció a terrorismo como resorte mental automático, ni tan siquiera en una España atemorizada durante años por grupos como los Guerrilleros de Cristo Rey.

Los grupos terroristas judíos, autores de crímenes contra palestinos o católicos, e incluso contra los propios israelíes en múltiples ocasiones, no nos han hecho asociar el judaísmo al terrorismo ni nos han hecho cuestionar el derecho de los judíos a ejercer sus derechos espirituales en nuestro territorio ni a modificar sus hábitos de vestimenta ni conducta.

La existencia pasada de organizaciones terroristas de izquierdas,  autodenominadas marxistas, anarquistas o de corte independentista, al estilo de Las brigadas Rojas, la Baader-Meinhof o ETA, no ha provocado la idea generalizada de que todo miembro de partidos de izquierda o con pretensiones de independencia para sus pueblos, sea un violento con ansia de asesinar a sus contrarios ideológicos. E incluso, en algunos casos, forman parte de los gobiernos de muchas naciones.

No hay ninguna diferencia entre el marroquí que utiliza el nombre de Alá, el católico que enarbola la bandera de Dios, el marxista que grita “revolución” o el independentista que escupe odio nacionalista, si su único argumento es el derramamiento de sangre de otros seres humanos

Desde este jueves 17 de agosto, las redes sociales y, lo que es más grave aún, las columnas de algunos diarios, se han llenado de opiniones y artículos en los que de nuevo se atribuye a una religión o a una manera de pensar la autoría final de lo que fue una salvajada, tan sólo atribuible a personas sin corazón ni respeto por la vida. No hay ninguna diferencia entre el marroquí que utiliza el nombre de Alá, el católico que enarbola la bandera de Dios, el marxista que grita “revolución” o el independentista que escupe odio nacionalista, si su único argumento es el derramamiento de sangre de otros seres humanos. Como tampoco  hay ninguna diferencia entre ellos cuando juntos exigen el fin de la locura a la que nos están llevando intereses comerciales, militares y de poder global. La religión, independientemente de lo cerca o no que se esté de ella, puede ser un instrumento de paz o la más sanguinaria de las armas, pero jamás será la causa ni la culpable de un atentado terrorista. Barcelona no ha sido golpeada por el Islam, sino por un grupo de asesinos, del mismo modo que los fallecidos y heridos en el Hipercor de la misma ciudad no fueron víctimas del pueblo vasco en aquel 19 de junio de 1987, sino de una banda de criminales sin más meta que la venganza.

¿Convierten los crímenes de la Alianza Española Anticomunista en terroristas y enemigos de los pueblos a los miles de miembros de la iglesia católica que se dejan la vida ayudando a los más desfavorecidos, en lugares donde ninguno de nosotros sobreviviría ni dos días? ¿Es el zapatero de tu barrio un asesino porque es judío, y en nombre de su Dios se han ejecutado palestinos, incluso niños? ¿Por qué, entonces, castigamos a una religión al completo con nuestro odio y nuestros miserables miedos? ¿Por qué no levantamos algo más nuestros dedos acusadores y comenzamos a señalar a los verdaderos culpables, que, como dijo quien bien lo sabía: “no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas”?

 

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