Por Carmen Sereno, ilustración de JRMora
El otro día, y al hilo de la pregunta que flotaba en todas las tertulias televisivas de si la misa es o no es un servicio público, se me ocurrió escribir esto en Twitter:
“Si en este país habláramos más de ciencia y menos de fe, tal vez las cosas nos irían mejor”.
Los trolls del puro y la mantilla no tardaron en hacerse oír. Que a la fe se la respeta, repetían como una letanía los más educados. Los menos, de roja de mierda para arriba me pusieron, aunque a una, que ya tiene carrerilla en esto de las redes sociales, se la refanflinfa igual que ciertas cuestiones de estado a algún político de por ahí.
El caso es que yo a la fe sí la respeto. Y mucho. Porque en todo, absolutamente en todo lo que nos ocurre en la vida subyace una cuestión de fe. En el amor, en el trabajo, en la salud, en el bienestar económico, en la educación de nuestros hijos. ¿Qué garantías tenemos de que las cosas nos van a salir como esperamos? Ninguna. Y para eso está la fe.
Ahora resulta que por cojones la misa tiene que ser considerada un servicio público, ergo la tenemos que pagar entre todos, seamos practicantes o no
Pero al tema, que me desvío. Lo que verdaderamente me cabreó de algunas de las respuestas que recibí fue la constatación de algo que yo ya sospechaba: Que la religión sigue estando demasiado presente en la mentalidad española. En este país, muchos de los que se ofenden cuando les tocas la fe, “su” fe, y te tachan de intolerante, son los mismos que luego no toleran que una persona -sí, eso he dicho, una persona-, descubra que vive dentro de un cuerpo equivocado, con un sexo equivocado, con una identidad equivocada y en una puta sociedad equivocada que no quiere, no sabe o no puede entender. O que dos personas de un mismo sexo se amen. O no, pero que les apetezca echar un polvo. O que una mujer decida en libertad si desea o no interrumpir un embarazo. Y cuando se encuentran frente a alguna de estas situaciones según ellos contra natura, los tolerantes del puro y la mantilla (nótese la ironía) claman al cielo evocando a la fe, como si ésta fuera patrimonio exclusivo de la religión. De la católica, en concreto, que hasta para eso hay clases, por lo visto. Algunos hasta se atreven a pasearse por media España (y ahora también por EEUU) en un autobús de color naranja haciendo proselitismo bajo el inmoral lema de Hazte oír. Me dan ganas de decirles que lo que tendrían que hacer es callarse ya, que llevamos siglos de historia teniéndolos que soportar.
Lo de la religión en este país ya roza lo esperpéntico. No basta la obsesión de algunos legisladores próximos al Opus Dei por reincorporarla a la enseñanza pública como si estuviéramos en tiempos de Franco, no. Ahora resulta que por cojones la misa tiene que ser considerada un servicio público, ergo la tenemos que pagar entre todos, seamos practicantes o no. Y como a algún partido político de los progres se le ocurra ir en contra de la tradición católica, el ala dura del club de la mantilla (periodistas del régimen en su mayoría) se enfurece y saca la artillería pesada. Carlos Herrera, sin ir más lejos. Qué tipo tan cansino. Pues no, oigan, no. Los tiempos han cambiado. Olvídense ya del catón y de la formación del espíritu nacional. La sanidad y la educación sí son servicios públicos, pero ¿la misa? ¿En un estado abiertamente aconfesional? ¿En un estado en el que, para más inri, la Iglesia no paga los mismos impuestos que el resto de ciudadanos y en el que ni se excomulga ni se juzga a los curas pederastas, o se exoneran y se ocultan los casos sin que ni siquiera se pida perdón por ello? ¡Acabáramos!
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