Opinión | La muerte del trabajador

Por Daniel Seijo

 

“…los más astutos guardianes del orden actual de cosas no pueden impedir el despertar del pensamiento del proletariado…”

  Vladímir Ilich Uliánov, Lenin

Estibadores, taxistas, bomberos, maquinistas de metro o teleoperadores suponen tan solo alguno de los colectivos que, afectados por la inexorable precarización laboral que parece institucionalizarse en nuestro país, han decidido ocupar la calle para hacer frente a las políticas de explotación neoliberal que, tras el disfraz de medidas supuestamente encaminadas a mejorar la competitividad, pretenden liberalizar amplios sectores productivos arrasando con ello las condiciones laborales de sus trabajadores. Una dudosa apuesta ideológica del estado y la patronal que haciendo uso de políticas netamente neoliberales, pretende basar la recuperación económica únicamente en el mercadeo de las condiciones laborales en un país en donde muchos de sus trabajadores, pese a serlo, se encuentran en serio riesgo de caer en la pobreza.

Pero hoy la realidad política y social de nuestro país nos recuerda una vez más la necesidad un sindicalismo fuerte, de clase y de calle. Un sindicalismo capaz de hacer frente al reto de defender los derechos ya adquiridos y conquistar los derechos que nos han arrebatado en los últimos años

Por desgracia, la respuesta contestataria del sector de la estibada o el taxi no parecen suponer la norma en un país en donde por el contrario, parece imperar el hartazgo. Hartazgo político, pero también hartazgo ante una clase sindical muy alejada ya de victorias como la de la Huelgona o del ejemplo y el sacrificio en la lucha obrera llevada a cabo en las minas o en los astilleros españoles. El sindicalismo en nuestro país, al igual que en muchos otros, ha caído en las redes del poder político y económico, cambiando en muchos casos las barricadas por los consejos de administración y los adoquines por las subvenciones. Se ha dejado a un lado la reivindicación social, para dar paso al parasitismo, se ha cambiado al ciudadano y la calle por el aparato estatal y el establishment, y con el sindicalismo alejado del movimiento obrero, llegaron los primeros casos de corrupción, las facturas falsas, los cursos de formación, los ERE y tantas otras corruptelas que si bien todavía se encontraban muy alejadas de los grandes escándalos de los patronos, también lo hacían a su vez de la lucha diaria de los obreros de este país.

Si bien, uno de los sindicalismos más fuertes de todo el continente sucumbió con la Inglaterra de Margaret Thatcher, después de que la dama de hierro desatase los “perros de la codicia” contra ellos, en España, por el contrario, no hicieron falta escisiones, ni tan siquiera un excesivo conflicto, fueron los propios perros quienes buscaron el collar de sus nuevos amos para lograra sobrevivir a un mundo cambiante. Los héroes de la clase obrera fueron olvidados, gano el supuesto pragmatismo y el capital impuso finalmente sus reglas. Tras eso, solo fueron necesarios ciertos retoques, ciertas mordazas y así finalmente se lograron silenciar las avenidas. Sindicatos y sindicalistas fueron olvidados, y nombres como el de Cándido Méndez o Ignacio Toxo, pasaron a significar lo mismo para el obrero español que los de Manuel Rodríguez, Andrés Bódalo o los “ocho de Airbus”, un mismo cajón para muy diferentes procedencias.

Pero hoy la realidad política y social de nuestro país, nos recuerda una vez más la necesidad un sindicalismo fuerte, de clase y de calle. Un sindicalismo capaz de hacer frente al reto de defender los derechos ya adquiridos y conquistar los derechos que nos han arrebatado en los últimos años, escudándose en una crisis que ha sido utilizada como oportunidad para imponernos mayor precariedad. Un sindicalismo fuerte, en un país en donde aumenta preocupantemente la siniestralidad laboral, en donde conciliar la vida laboral y familiar sigue suponiendo poco menos  que una utopía y en donde el obrero medio, pese a todo, sigue teniendo muy presente lo que es jugarse la vida en la calle por sus derechos, por los derechos de los suyos. 

Ellos nos quieren en silencio, nos quieren temerosos y quietos, pero no podemos permitirlo, no pueden callarnos durante mucho más tiempo. Mientras exista un ellos y un nosotros en este sistema, los obreros deberemos seguir organizándonos para reclamar lo que nos pertenece, para luchar por nuestros derechos.

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