Opinión | Blesa, muerte entre las flores

Por Daniel Seijo

«El que tiene mala memoria se ahorra muchos remordimientos». John Osborne

Acuamed, Baltar, Gürtel, Cooperación, Fabra, Brugal, Taula… una larga enumeración de casos de corrupción que se prolonga hasta completar la ominosa cifra de 31 tramas investigadas, con más de 500 imputados en las filas del Partido Popular. Nombres, pertenecientes a tramas de corrupción ya enquistadas en la realidad de una formación política que gobierna nuestro país, pese a ello, con el apoyo de gran parte de la ciudadanía, al menos con el de una base de votantes que parece mantenerse fiel pese a los continuos desengaños de quienes dicen, aparentemente, representarlos en las instituciones.

Si bien a tenor de los resultados electorales, pudiese parecer que vivimos en un país en el que la corrupción no pasa factura a las distintas formaciones políticas, un vistazo en profundidad a la realidad de esas mismas formaciones, basta para revelarnos lo incorrecto de una afirmación tan extendida. Las vendettas internas,  los ligeros pero continuados trasvases de votos a nuevas formaciones y el desgaste de figuras clave en los partidos afectados, así lo atestiguan. Mientras tanto, en la realidad inmediata, el castigo es laxo y los votantes parecen guiarse en gran medida por sentimientos de pertenencia a una formación política determinada o por la desconfianza que las alternativas a dichas formaciones, parecen todavía provocar en gran parte del electorado. El germen de la corrupción es un parásito que se incrusta en un principio no tanto en las urnas, sino en la dinámica interna de los propios partidos.

El corrupto ha supuesto una figura totémica en la política de partido, un símbolo aglutinador de las practicas de un colectivo sobre el que se estructuraban las relaciones de poder de toda una formación, una guía del bien y del mal superior a la ética o al propio poder judicial. Cuando uno pasa a formar parte de un entramado como el de las tarjetas black, en donde quien ha sido uno de los hombres más poderosos de nuestro país, parece desenvolverse con idéntica soltura entre tramas de apropiación indebida que entre los pasillos de las instituciones, el límite entre lo moralmente reprobable y lo aceptable, parece diluirse ante la percepción de un bien mayor, el del partido. El mismo bien mayor por el que cuando salen a la luz los casos de corrupción, enseguida comienzan a resonar los tambores en la plaza, se prepara la comunión para los implicados y la guillotina se engrasa a la espera de un minucioso análisis de riesgos. Tan solo el conocimiento puede salvar al corrupto de consecuencias mayores: tanto conoces, tanto vales. Es la realidad en un mundo en donde el secretismo y los favores se puede llegar a confundir de cara a los medios con una supuesta lealtad a la formación política.

Sin duda son muchos los falsos ídolos caídos en la política española, pero pocos o quizás ninguno represente tan bien la caída de todo un dios moderno, como lo ha hecho la figura de Miguel Blesa. El ex banquero que llevo a sus más altas cotas a Caja Madrid, llegando a doblar su dimensión entre 1996 y 2003, y el íntimo amigo del expresidente del Gobierno José María Aznar, simbolizó durante los años de la bonanza económica la nueva cara de una España imparable en su ascenso a la élite europea. Un sueño que comenzó a derrumbarse fruto de la crisis de 2008 y la presión, entre la Comunidad y el Ayuntamiento por el control político de Caja Madrid, que finalizaría con un acuerdo entre bastidores para substituirlo al frente de la entidad por Rodrigo Rato. Tras la precipitada salida de la dirección de Miguel Blesa, Caja Madrid entraría en un proceso de profunda reestructuración que se saldaría tras su fusión con otras entidades, en su transformación en Bankia y la posterior nacionalización de la en otra hora poderosa entidad, tras un rescate récord de 23.475 millones de euros. Ante la sombra de la corrupción que comenzaba a vislumbrarse sobre su gestión, las supuestas amistades de Miguel Blesa y con ellas el partido en sí mismo, no dudaron ni por un instante en aplicar a su figura la cuarentena propia de la tierra quemada, reservada para quienes en el entorno de la política terminan cayendo en desgracia.

Miguel Blesa, con su muerte, ha pasado de ser un paria, a convertirse en un mártir para sus antiguas amistades dentro del Partido Popular

De igual modo, que tras la muerte de Rita Barberá, el consigliere Rafael Hernando, no dudo ni por un segundo, en hacer uso de la muerte de la alcaldesa valenciana, como símbolo de injusticia con el que intentar no solo tirar por tierra los escasos avances en materia de lucha política contra la corrupción (en un país en donde han sido saqueados por la misma más de 7.500 millones de euros) sino a su vez, aprovechar la conmoción propia de un fallecimiento, para lanzar una ofensiva contra todo aquello que pudiese ser considerado como disidencia, sea esta interna o externa, tras el fallecimiento de Miguel Blesa, una vez más parecen surgir las voces que desde el Partido Popular, señalan a una supuesta responsabilidad mediática o social en el destino del ex presidente de Caja Madrid. Pudiesen parecer especialmente empeñados desde Génova, en establecer un surrealista vínculo entre quienes exigen responsabilidades al corrupto y el destino final del mismo. Algo así como una última apelación mal entendida a la caridad cristiana, para utilizar una trágica muerte como exorcismo electoral frente al desgaste de la corrupción.

«Las injurias son las razones de los que tienen culpa». Jean Jacques Rousseau

La esperada ofensiva moral del Partido Popular llega tras no solo apartar, sino exiliar, del entorno del partido a quien fuese el gran aliado del Aznarismo. Una figura sobre quién pronto comenzó un minucioso proceso de purga social, extendido desde el seno de sus más antiguas amistades políticas, incluyendo entre ellas al propio José María Aznar. La imagen de Blesa con su caída en desgracia, pronto pasó a suponer  una carga, un peso innecesario para el partido, y esto en palabras del abogado César Albiñana, supuso a su vez, que a la hora de encarar su periplo judicial,  a Blesa le quedaran tan solo dos o tres amigos, ninguno de ellos político.

El ex banquero que llegó a ser secretario del Gabinete Técnico del Ministerio de Hacienda, Jefe del Servicio de Tributos de las Comunidades Autónomas y Subdirector general de Estudios y Coordinación de la cartera de Economía, paso sus últimos años entre investigaciones judiciales y la amenaza constante de un nuevo ingreso en prisión tras su paso por la misma en 2013, fruto de las irregularidades en la compra del City National Bank of Florida. La caída en desgracia de Blesa, lo llevó en poco tiempo de poder codearse con la alta sociedad española y llevar un alto tren de vida con viajes de lujo, estancias en Sotogrande, coches deportivos y caprichos como encargar caviar a domicilio o realizar cacerías por medio mundo, a tener todas sus propiedades embargadas y supuestamente carecer de recursos incluso para poder pagar la calefacción de su casa. En palabras del propio Blesa, había “sufrido mucho” en su “vida personal y profesional” por el daño que el juez Silva, que le encarceló en dos ocasiones, le había causado a su familia y a su «prestigio». Pese a su situación personal, no hubo espacio nunca para el arrepentimiento o la empatía con los afectados por su gestión al frente de Caja Madrid, e incluso durante el proceso judicial que encaró en sus últimos años, llegó a culpar públicamente a los preferentistas por sus actuaciones, al considerar que «Un jubilado que cobra una pensión no es un ignorante financiero» y que «Cada uno los preferentistas eran responsables de lo que firmaban, de lo que leían o no leían, porque en el folleto y en el tríptico estaba toda la información»

 

Quizás fuese precisamente esa prepotencia frente a la opinión publica, exhibida sin cortapisas y la imagen que de ella se desprendía, la que  propicio que incluso en sus círculos más íntimos, lo abandonaran sin contemplación alguna. Incluso Aznar, uno de sus principales valedores, le había llegado a dar la espalda, tras la divulgación de los mails que cruzaron Blesa y el Aznar Junior, en los que se apuntaba a que el exjefe del Ejecutivo estaba enfadado porque Caja Madrid se había negado a comprar varias obras de su amigo el artista Gerardo Rueda. La política de higiene pública que entonces aplicaron sus amistades en el Partido Popular, es substituida hoy por una política de propaganda, encaminada a proteger el bien mayor, recordemos: el partido. Desde el PP y la Fundación FAES, que dirige Aznar, no han tardado en apuntar a la necesidad de abrir un debate sobre la «enorme presión» a la que se somete a las personalidades públicas vinculadas presuntamente con la corrupción. Miguel Blesa, con su muerte, ha pasado de ser un paria, a convertirse en un mártir para sus antiguas amistades dentro del Partido Popular. La higiene democrática que había llevado al PP al confinarlo en el más absoluto ostracismo se transforma, tras su trágica muerte, en una serie de reproches a los medios de comunicación y la opinión pública, que simplemente exigían responsabilidades a quien, por otra parte, junto a otros muchos implicados en casos de corrupción, debía asumirlas. Olvidan en el PP en su campaña de depuración, las hemerotecas, las olvidan o simplemente no quiere hacer caso de ellas.

Pretenden en el Partido Popular verter un rastro de culpabilidad sobre quienes tan solo informaron de su desfachatez, de sus corruptelas. Pretende la cúpula del PP dar marcha atrás en sus ya escasos movimientos contra la corrupción, convenciéndonos de que la muerte de Blesa, como la de Rita Barberá, ha supuesto un claro ejemplo de las consecuencias de la extralimitación mediática. Desconozco la causa que han llevado a Blesa al suicidio o la que llevó al corazón de la señora Barberá a no soportar más el peso de la vida, desconozco las causas y fuesen cuales fuesen lamento la pérdida de sus familias. Ninguna muerte debe suponer un alivio para quien dice amar la vida. Desconozco la causa tras sus muertes y no por ello me veo condenado de alguna manera a obviar los errores de sus vidas. Pretenden desde el Partido Popular hacer borrón y cuenta nueva, silenciar la voz de la justicia. Pretenden desde el PP convencernos de nuestra implicación en unas muertes en las que, de existir responsabilidades, seguramente se asemejarían más a las de una muerte entre las flores.

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