Es el capitalismo quien crea nuestras condiciones de vida, quien crea nuestra miseria y nos somete bajo unas relaciones de explotación.
Por Inés Isasi
Durante los momentos más duros de la pandemia, OnlyFans superó la cifra de los 100 millones de usuarios (siendo cerca de un millón “creadores de contenido” y, el resto, consumidores). Así, poco a poco, esta plataforma creada en el 2016 fue abriéndose reconocimiento y aceptación entre millones de jóvenes de todo el mundo, coincidiendo con el periodo de aislamiento y la precariedad que se cernían sobre ellos.
Su funcionamiento es muy claro: dinero por intimidad -y entiéndase por “intimidad” contenido sexual en su inmensa mayoría-. Es decir, suscripciones mensuales a cambio de contenido pornográfico exclusivo, satisfacción de cualquier tipo de petición personal, fetiches… En compensación, la plataforma se queda el 20% de los ingresos generados. Abrirse un perfil es muy sencillo. La única condición que debemos cumplir es ser mayores de 18 años. Aunque en realidad no existe prácticamente ningún tipo de control ni legislación, por lo que no sorprende que numerosas investigaciones hayan detectado la presencia de una cantidad alarmante de menores de edad. Así que mejor digamos que la única condición real para abrirse uno de estos perfiles es verse condenada a las miserias de este sistema, que promueve y blanquea la explotación sexual, y la cosificación y la mercantilización de nuestros cuerpos como forma de subsistencia.
Presentada como una atractiva fuente de ingresos, esta plataforma ya ha captado en nuestro país a una cantidad atroz de mujeres jóvenes (las principales víctimas de este negocio). No es de extrañar con una tasa de paro femenino juvenil que se sitúa por encima del 40% y la imposición masiva de los ERTES, los trabajos temporales o los empleos a tiempo parcial para la juventud. Así, bajo un nuevo envoltorio y en nombre de la libertad individual, vemos nuevamente cómo se empuja a las víctimas de un mercado laboral totalmente precario, inestable y desesperanzador al terreno de la explotación sexual. Hablamos de la libre decisión de vender nuestro cuerpo en internet para sacarnos unos euros extra porque con la basura de curro que tenemos (si es que tenemos) rara vez nos da para llegar a fin de mes, y ya ni hablar de pensar en un futuro.
Hablamos de un trabajo que para que nos permita sobrevivir, implica aumentar a diario la cantidad de contenido, que necesariamente cada vez se vuelve más explícito. Hablamos de la libertad de sacrificar nuestra salud mental al exponer totalmente nuestra intimidad y cosificarnos a nosotras mismas. Hablamos de libertad para exponernos al ciberacoso, chantaje y amenazas de quiénes piensan que pueden comprar nuestros cuerpos. Hablamos de libertad para procurar pornografía infantil y abrir un nuevo espacio a la trata. Hablamos, en definitiva, de libertad para convertirnos en defensoras de nuestra propia explotación. Porque total, ¿Quiénes somos nosotras para decir en qué debe o no trabajar una mujer?
La misma falacia de siempre. Defender nuestra explotación no va a hacerla desaparecer ni la va a mitigar. Defender nuestra explotación en nombre de la libertad individual sólo consigue legitimar y exonerar al propio culpable, a un sistema en el que la mujer trabajadora no es más que otra mercancía. Es el capitalismo quien crea nuestras condiciones de vida, quien crea nuestra miseria y nos somete bajo unas relaciones de explotación y quien, especialmente en tiempos de crisis, no duda en empujarnos a las mujeres trabajadoras a la máxima y más aberrante expresión de la explotación: el “trabajo” sexual. Hablemos de libertad, pero de la libertad real para decidir sobre nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestro futuro. Hablemos de la libertad y emancipación de las trabajadoras para poder vivir una vida digna, y hablemos de la necesaria organización con las nuestras para construir ese proyecto.
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