La crítica de Loaiza no se queda en la superficie, sino que baja hasta la trastienda de estos imperios, allí donde los trabajadores son números que desaparecen en estadísticas.
Por Dani Seixo | 26/10/2024
«Una dependienta de la clase obrera de Zara en un centro comercial en Galiza tendrá que trabajar 4,5 millones de años doblando ropa y ahorrando todo el dinero de su sueldo para acumular la fortuna que tiene Amancio Ortega. Una cajera del Mercadona en una tienda de Valencia tendría que trabajar cuatrocientos cincuenta mil años pasando códigos de garras sin gastar un euro para hacer la fortuna de Juan Roig. Una limpiadora de Clece de Florentino Pérez en una residencia de mayores en Madrid, privatizada por Ayuso, tendría que estar barriendo ciento cincuenta mil años para lograr el dinero del presidente del Real Madrid.»
Existe un murmullo sordo que poco a poco se abre paso entre las esquinas de cada oficina, en el crujir de las manos callosas presentes en cada fábrica y en las frías cifras que se despliegan sin misericordia en los titulares de prensa durante cada aumento de dividendos entre los grandes del IBEX. En «Oligarcas: Los dueños de España«, publicado por la Editorial Akal, el periodista Fonsi Loaiza descorre el velo de los mitos modernos de la meritocracia en un país alienado por la asfixiante manipulación mediática y descubre, con detalles tan claros como afilados, que el poder es un pozo profundo y oscuro que nos alcanza a todos, un escenario en donde la democracia a menudo es una farsa cuidadosamente guionizada.
En cada página nos sumergimos en el tejido putrefacto del poder en España, donde no gobierna el Parlamento, ni los votos alcanzan una representación real. Las urnas son sombras, reflejos superficiales de decisiones ya tomadas en otros escenarios, en despachos insonorizados y cacerías exclusivas en donde la sangre de los animales parece verterse en el altar del capitalismo más salvaje. Bajo la narración del autor, lo que emerge es un elenco de nombres y fortunas que, lejos de los ideales de la meritocracia o el emprendimiento heroico del que suelen hacer gala, parecen únicamente reproducir un modelo monárquico de poder casi medieval, absolutista, donde el dinero, no el talento o el esfuerzo, dictan las reglas. Hay algo casi bíblico en estos personajes, como si fueran los elegidos de un pacto milenario en el que sus intereses se mantienen incólumes frente a los tiempos y el sufrimiento de la gente común.
Entre los nombres emblemáticos que Loaiza despliega en este libro, nos encontramos a figuras como Amancio Ortega, Ana Patricia Botín, Florentino Pérez y Juan Roig. Nombres que no necesitan presentación en la vida pública española, figuras públicas que personifican un poder que va mucho más allá de su industria particular, sean textiles, supermercados, bancos o constructoras. Existen en ellos un aura casi de leyenda en su opulencia, en sus obras y en sus empresas: Ortega y Zara, Roig y Mercadona, Botín y Santander, Pérez y el Real Madrid. Tras cada una de estas edificaciones del capitalismo más salvaje y la explotación del trabajador, la propaganda intenta construir un ejemplo de sacrificio que, aunque se oculte en los grandes titulares, siempre corresponde a los mismos. El autor desentierra paso a paso sus vínculos no solo con el capital, sino con las decisiones políticas y los resortes del poder institucional: desde los contratos públicos monopolizados hasta las subvenciones recibidas con pretextos difusos.
La manipulación mediática es otro de los puntos oscuros que el libro aborda sin reparos. La familia Botín, entre otros muchos, tiene una influencia indiscutible en los medios de comunicación, su capital se infiltra en las redacciones llegando a comprar las plumas que nos informan, dicta las pautas y, en última instancia, silencia todo aquello que pueda perjudicarlos. La impunidad con la que controlan su imagen pública es una forma de manipulación de las mentes y conciencias de los trabajadores, a quienes venden la imagen de una banca amable y solidaria, mientras esos mismos buitres de la burguesía depredan nuestros recursos y condenan nuestras vidas.
Precisamente la crítica de Loaiza no se queda en la superficie, sino que baja hasta la trastienda de estos imperios, allí donde los trabajadores son números que desaparecen en estadísticas, meros recursos que exprimir al máximo a favor del beneficio personal. Cada fortuna que se acumula en estas contadas familias de la élite del capitalismo español, se basa invariablemente en la explotación de millones de trabajadores. La comparación que ofrece es brutal: una dependienta de Zara debería trabajar 4,5 millones de años para alcanzar la riqueza de Ortega; una cajera de Mercadona debería dedicar 450 mil años de su vida. Y así, las cifras se suceden, recordándonos que, detrás de cada palacio, de cada edificio lujoso y donación pública, existen vidas agotadas, existencias que apenas sobreviven en la precariedad que no alcanza ni para pagar el techo que nos cobija tras una dura jornada laboral. Este es un sistema donde la suerte de unos pocos privilegia, inevitablemente, la desdicha de muchos.
Florentino Pérez, Ortega, Botín y Roig son símbolos de un pacto no escrito que mantiene a la clase trabajadora sometida a un ciclo infinito de pobreza, una condena sustentada en un sistema capitalista que alimenta su privilegiado tren de vida y que provoca que mientras sus opulentos imperios prosperan con cada contrato público, cada exención fiscal y cada reforma favorable, las condiciones laborales y el nivel de vida de los trabajadores, se degrada incesantemente hasta llegar a arrebatarnos el poco oxígeno que todavía nos queda.
Oligarcas: Los dueños de España es un grito, una denuncia, un recordatorio de que la democracia puede ser una palabra vacía si el poder real sigue en manos de aquellos que, tras bambalinas del sainete parlamentario, toman las decisiones sin contar con nadie más allá que ellos mismos y sus Imperios. Con una escritura afilada y sin concesiones, Loaiza nos muestra lo que muchos sospechan y pocos se atreven a decir en voz alta: que el poder en España sigue siendo un cortijo, solo que ahora se disfraza con traje de etiqueta y gesto benéfico para acudir al palco del Bernabéu.
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