««Despiértame, por favor, despertadme», le pido. Pero no era un sueño. Mi vida se acaba de derruir como un castillo de naipes».
Por Ricard Jiménez
La enfermedad, bien por definición o bien por vivencia, lleva prácticamente implícito el desamparo, a pesar de que en esta sociedad se ha revestido de guirnaldas o ecos de batalla. Sin embargo, Olatz Vázquez, sin conocerla, fue capaz de transmitir el multiverso que rodea la lucidez ante el dolor.
Hace falta reiterar que Olatz no “luchó” contra el cáncer, ni más ni menos que nadie, y conviene huir de estigmas frenopáticos de un capitalismo incapaz de incluir la corrupción del cuerpo dentro de un proceso de veloz reproducción económica. Lo que si hizo – y con ahínco – fue señalar, como paciente y periodista, las carencias del sistema sanitario y aquellas que rodean a la enfermedad.
En los últimos tiempos el tema sanitario o las bonanzas (o la pérdida) de la sanidad pública ha estado en primera línea de debate, por donde existen aquellos recovecos por los que se termina escapando una vida, la de Olatz a los 27: «Olatz, no te preocupes, hemos estudiado tu historial clínico y tú no tienes nada grave».
«Al principio eran gases, después malas digestiones, quizás dolores menstruales porque, oye, los estaría confundiendo, ¿no? 12 años con la regla cada mes y resulta que soy yo la que confunde dolores menstruales con abdominales… «Será estrés». «¿Periodista? Estás sometida a mucha presión, ya sabes: Madrid, la competencia, las jornadas laborales inacabables… «, escuchó durante un tiempo crucial.
El tiempo no espera a aquellos que quedan atrás, no por deseo individual, sino por deferencia de lo colectivo. El diagnóstico se retrasó por falta de personal médico en Asistencia Primaria, agudizada por la pandemia del Covid-19, pero que es la consecuencia y deriva de años de despojo e invención de relatos paralelos propicios al sistema en detrimento de la mayoría.
«Olatz, tu situación económica va a cambiar drásticamente en los próximos dos meses. Se me acaba la compensación por incapacidad temporal» y ya ha quedado demostrado que ni en la salud ni en la enfermedad el traqueteo bursátil de un mundo financiarizado responde al deseo de lo social, sino más golpes de pecho de hormonas inquietas. La psicopatía peliculera hecha vivencia predominante.
«¿Por qué defiendes la dignidad de una persona enferma si tan solo representa un gasto para la sociedad», me escupió algún día una reputada catedrática de ética y el ‘qué hacer’ vuelve a ser la cuestión. «No podemos ni atrincherarnos en un templo ya decrépito, ni ejercer de orgullosos camareros en el festín neoliberal», escribía hace poco Jesús Rodríguez Rojo y en la capacidad de romper tabús y vías de horizontes deben pensarse las reflexiones de un porvenir.
««Despiértame, por favor, despertadme», le pido. Pero no era un sueño. Mi vida se acaba de derruir como un castillo de naipes».
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