Por Víctor Arrogante
En España se han emprendido diferentes revoluciones; pero los acontecimientos que se vivieron en Asturies en 1934, merecen un capítulo aparte: por la trascendencia de la «huelga revolucionaria» para la toma del poder y cambiar las condiciones de vida que padecían los trabajadores; como por las consecuencias que tuvo la represión contra la clase obrera. Me permito retomar una serie de artículos sobre el tema, escritos allá por 2013.
La revolución rusa fue uno de los acontecimientos clave de la historia del siglo XX. La primera guerra mundial sometió a tensiones brutales a la sociedad rusa y provocó la revolución que acabó con la autocracia zarista. Los cambios emprendidos por la revolución transformaron radicalmente la economía y la sociedad. La economía fue centralizada por el Estado y el poder político quedó en manos del Politburó. El terror estalinista configuró uno de los grandes regímenes totalitarios del siglo XX. A finales de la década de 1980, el último líder soviético Mijaíl Gorbachov, trató de reformar el Estado con la perestroika y glásnost, pero la URSS se derrumbó y fue disuelta en diciembre de 1991. Concluía aquella Revolución de Octubre, de la que hablaremos.
En España también tuvimos nuestra revolución. Fue en 1917 cuando los conflictos sociales, económicos y militares, convulsionaron España; y en Octubre de 1934 con el objetivo de subvertir el orden, por las contrarreformas antisociales del gobierno de turno y la amenaza del fascismo internacional. Los resultados y consecuencias fueron muy distintas a las que se dieron en otros lugares del mundo. Hoy cabría una pregunta ¿hay razones para una revolución? Hay razones, pero pocos instrumentos.
En 1917 la injusticia social y la creciente desigualdad, llevó al PSOE y a la UGT a la convocatoria de una huelga general indefinida: con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales del sistema que garantizaran al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras. La huelga fue un completo éxito y el poder reaccionó con una dura represión. Los miembros del comité de huelga fueron detenidos y condenados a la pena de cadena perpetua. En las elecciones de 1918 fueron elegidos diputados y tras una campaña internacional para su excarcelación, fueron indultados o quedaron en libertad. La represión produjo 71 muertos, 156 heridos y unos dos mil detenidos. La desafección hacia el rey Alfonso XIII y hacia el sistema aumentó entre intelectuales y la clase obrera y clase media. Avanzaba la descomposición de la monarquía, que llevó a la dictadura de Primo de Rivera en 1923 y a la proclamación de la República en 1931.
En 1933, los socialistas perdieron las elecciones generales. El gobierno de la derecha radical salido de las urnas, con el apoyo parlamentario de la ultraderechista y católica Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), inició una política de contrarreformas, sobre lo reformado por los anteriores gobiernos republicano-socialistas. Está política produjo un giro radical en la estrategia del PSOE y de la UGT, que abandonan la «vía parlamentaria» para alcanzar el socialismo.
Todo se complica cuando la CEDA exige entrar en el gobierno. Gil Robles, agresivamente, ataca a la democracia y defiende el estado totalitario. Hitler sube al poder en Alemania y hace su aparición la violenta y fascista Falange Española. Todo «en defensa del orden y de la religión» era el lema de la coalición electoral. La derecha reaccionaria, con el apoyo de buena parte del ejército y de la jerarquía eclesiástica, desde 1931, se propusieron destruir la República y lo que representaba; y lo consiguió con la guerra fraticida, su victoria sangrienta y la dictadura represora.
La izquierda había perdido el poder parlamentario, pero la fuerza social seguía intacta en la lucha por mejorar sus condiciones de vida. Largo Caballero llevaba tiempo criticando la política de colaboración de clases, la democracia burguesa y el sistema capitalista. Su nueva estrategia se produce en enero de 1934, cuando defendiendo la «vía insurreccional», asume los cargos de presidente del PSOE y secretario general de UGT (con el apoyo de las Juventudes Socialistas). El programa sucinto del movimiento revolucionario, manifestaba: «Con el poder político en las manos anularemos los privilegios capitalistas y antes que ninguno el derecho que les da explotar a los trabajadores». No pudo ser.
Alejandro Lerroux formó un nuevo gobierno, incorporando a tres ministros de la CEDA. Ese mismo día, 4 de octubre de 1934, el comité revolucionario socialista reunido en Madrid, tras contar con el apoyo de los comunistas y de las Alianzas Obreras (no así con el de la CNT), convoca la huelga general revolucionaria» que se iniciaría a las 0 horas del día siguiente. La revolución de Octubre había comenzado.
La huelga general tuvo un seguimiento masivo en casi todas las ciudades, pero muy desigual, sobre todo en el campo, que acababa de salir de la mayor huelga agraria de la historia de España (10.000 detenidos, 191 ayuntamientos socialistas destituidos, clausura de locales sindicales y casas del pueblo). El hecho de que la CNT y la FAI no secundaran el llamamiento revolucionario (salvo en Asturias), fue una razón de su relativo fracaso. En Madrid, el día 8 fueron detenidos casi todos los miembros del «comité revolucionario» socialista. Escapan Prieto, Negrín y Álvarez del Vayo. El martes 9 es detenido Azaña y Companys se entrega en Barcelona el 14.
El gobierno entregó el mando represivo a Franco, entonces gobernador militar de Baleares, quien moviliza al Tercio de Regulares. La represión se saldó con más de mil muertos y torturas de los detenidos en manos de la guardia civil; miles de despidos por su participación en la huelga y más de treinta mil presos; la mayoría de los dirigentes implicados apresados y se dictaron veinte penas de muerte, dos de ellas ejecutadas. Los procesos duraron hasta los primeros meses de 1936. La minoría socialista en las Cortes suspendió su actividad parlamentaria. Las presiones de la opinión pública liberal española y europea forzaron el levantamiento del estado de guerra. Con el tiempo, la respuesta política y social, fue el triunfo del Frente Popular en 1936.
Hoy, un movimiento como el que se desarrolló en España en 1934, parece imposible. La indignación social es inmensa, pero la toma de conciencia sobre la realidad y sobre los instrumentos para resolver la crisis no encuentra organización que lidera la respuesta. Ni tan siquiera «una revolución moral» como la que viene pidiendo Antonio Miguel Carmona. No existe una clase política y sindical convencida, que propugne acciones para subvertir la política, menos en tiempos de pandemias; están por los pactos.
En Asturies la belleza del paisaje es indescriptible. Junto al mar, altos acantilados que dejan ver en su hondura espuma y arena clara. Continuos bosques poblados por hayas, nogales y castañales oscuros. Olores permanentes que aturden el olfato y el sonar de los cencerros. Jabalíes, corzos y el oso pardo que busca su alimento cerca de las brañas. Monte salvaje, profundos valles, verdes prados y la negrura de los tajos, los castilletes de las bocaminas, las naves industriales; y sus mineros. De la represión hablaremos la próxima semana.
La revolución en España, tuvo nombre propio: Asturies; donde los obreros de la industria y los mineros, tuvieron un protagonismo, del que hoy todavía se habla y se siente.
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