Nutella

Por Iria Bouzas

Nos enseñan a hacer raíces cuadradas. Nos enseñan a analizar frases sintácticamente. Nos enseñan qué es la fotosíntesis, e incluso nos enseñan dónde están todos los ríos y picos de España.

Nos enseñan muchas cosas, pero lo que necesitamos aprender no nos lo cuenta nadie.

El último domingo quedé para tomar algo en la Feria del Libro de Madrid. Normalmente siempre que quedo con alguien, por defecto, estoy de buen humor. Me gusta la buena gente y me parece un regalo que me dediquen un rato de su tiempo.

Según me acercaba a la barra de uno de los improvisados bares de la feria para hacerme con un refresco vi una escena que me llamó mucho la atención.

Una señora, más indignada que Rajoy cuando tiene que perderse un partido del Real Madrid por alguna molesta cosa de esas de ser presidente, les estaba montando un follón a las camareras.

Como, normalmente, nadie nos enseña a gestionar nuestras emociones al final casi todos, vamos por la vida como ollas exprés llenas de tensión y carga emocional. Ollas que por momentos parece que están a punto de explotar.

No tengo espíritu de cotilla, se lo prometo. Pero desde que recuerdo me gusta observar la realidad. Es algo que hago desde que tengo memoria. De niña me sentaba en el cabecero de la cama de mi madre y apoyaba la oreja en la ventana. Se escuchaba todo lo que sucedía en la calle y podía incluso, llegar a captar algunos fragmentos de conversaciones con los que luego alimentaba los que inventaba. Creo que no tengo vecino de aquella época al que no le haya convertido en personaje de mis historias en algún momento de mi infancia.

Así que, viendo que a mi lado se estaba desarrollando un drama cotidiano, no tuve otro remedio que prestar atención a lo que sucedía. Quizás aquellas personas estaban llamadas a ser personajes y yo, como mera intermediaria, no tengo ningún derecho a impedir que eso suceda.

Por lo que pude entender, la camarera, que parecía muy jovencita, se había equivocado y había puesto chocolate corriente y moliente, en lugar de Nutella, en el gofre de la furibunda señora que se quejaba amargamente.

Lo que puede parecer un error subsanable en menos de un minuto, provocó una situación que por momentos me hizo temer la posible intervención de la ONU en el conflicto.

Por un lado, la Señora de la Nutella, se tomó el incidente como una afrenta personal. Según ella la camarera había intentado estafarla, y bajo ningún concepto estaba dispuesta a tolerar aquello. De hecho en dos ocasiones tiró el gofre con desprecio sobre la barra del puesto como en un acto de heroica renuncia a su derecho Constitucional a la Nutella, pero a los pocos segundos volvía a aparecer para seguir recriminando tamaña injuria hacia su persona.

Las camareras, no excesivamente dotadas de una buena capacidad comunicativa, se le quedaban mirando con cara de pasmo e intentaban explicarle que en cuanto se calmase procederían a darle un nuevo gofre, ahora sí, con Nutella y no chocolate.

Mientras tanto, servidora, se debatía entre el interés por contemplar la historia que sucedía a mi lado y la ansiedad porque me pudiesen servir a mí un refresco para continuar con la conversación con las persona con la que había quedado y me esperaba en la mesa.

Finalmente, la Señora de la Nutella , en un último arranque de frustración e ira, volvió a arrojar el gofre sobre la barra del puesto y se marchó definitivamente. Momento que yo aproveché para conseguir mi tan ansiado refresco y seguir con lo que había ido a hacer allí.

Llevo reflexionando desde ese día sobre lo que tuve ocasión de contemplar y me ha dado por pensar que en esa escena vi muchas más cosas de las que pueden parecer a priori.

Es fácil juzgar a los demás. Yo estoy haciendo propósito de enmienda sobre mi gran montón de prejuicios y estoy intentando dejarlos bien apartados de todo lo que vivo para que no me hagan perderme nada de esto tan interesante que se llama vida.

Podría pensar que la señora era una insoportable. Podría pensar que las camareras eran ineficientes. Podría pensar muchas cosas pero lo que realmente pienso es que nos hacen aprender un montón de cosas pero nadie nos enseña lo que de verdad necesitaríamos saber para caminar por la vida.

Feria del Libro de Madrid 2017

Dudo que nadie se tome como algo personal una equivocación al servirle un dulce. Lo que sí me parece es que ese día tuve a mi lado a una mujer desbordada. Las convecciones sociales no me permitieron preguntarle si se encontraba bien, o si podía ayudarle en algo, pero era obvio que algo le pasaba y que le hacía sentirse muy mal.

Como, normalmente, nadie nos enseña a gestionar nuestras emociones al final casi todos, vamos por la vida como ollas exprés llenas de tensión y carga emocional. Ollas que por momentos parece que están a punto de explotar.

Creo que a todos nos pasa que llegamos a la vida adulta sin tener ni puñetera idea de cómo gestionarla y vamos vadeando toda la mierda que nos cae como podemos, intentando aferrarnos con los dientes a esa frase tan horrorosa de “salir adelante”.

“Salir adelante” significa no vivir lo único que tenemos seguro, el presente. No me gusta nada esa frase porque hace tiempo que aprendí que lo único que puedo vivir es el ahora, el resto son, o cenizas, o promesas que nadie me garantiza que se vayan a cumplir.

La señora de la Nutella me recordó a una compañera de la facultad. Era una chica muy grandullona que siempre estaba riendo. Cuando murió su padre, varios compañeros fuimos al tanatorio a acompañarla. No se me olvidará en la vida como la encontré allí de pie en medio, tan grande como era, inmóvil. La gente se movía a su alrededor pero ella seguía quieta. Cuando fui a abrazarla estaba rígida como un palo. Le puse su cabeza en mi hombro y le dije: “anda llora” y aquella chica grandullona se derrumbó porque en aquel momento necesitaba venirse abajo y permitirse el dolor para poder empezar a sanar.

La Señora de la Nutella probablemente también necesitaba derrumbarse. O igual necesitaba gritar. No puedo saberlo. Quizás si nos enseñasen las cosas que deberíamos saber, en vez de utilizar a las camareras como vía de escape para no terminar de explotar, podría haberlo gestionado de otra manera porque al final, ni ella se pudo sentir mejor ni, desde luego, hizo sentir mejor a aquellas chicas que simplemente estaban trabajando.

Nos enseñan a hacer raíces cuadradas. Nos enseñan a analizar frases sintácticamente. Nos enseñan qué es la fotosíntesis, e incluso nos enseñan dónde están todos los ríos y picos de España. Nos enseñan muchas cosas, pero lo que necesitamos aprender no nos lo cuenta nadie.

Si alguien pensaba que iba a terminar este artículo explicando cómo la Señora de la Nutella debería haber gestionado su malestar, recuerden que a mí tampoco me ha enseñado nadie cómo hacerlo. Tengo en pruebas un sistema que consiste en pedir cariño cuando lo necesito, darlo yo todo el rato. Demostrar sin miedos todas mis debilidades y rodearme de gente a la que le pueda pedir un abrazo sin que me pregunten el motivo. De momento el sistema va funcionando razonablemente bien.

Me gustaría haber compartido mi método de supervivencia emocional con la Señora de la Nutella por si le podía venir bien conocerlo. A cambio solo le hubiese pedido que me explicase la diferencia tan grande que existe entre la Nutella y el chocolate porque eso, todavía no he terminado de entenderlo bien.

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