Por Víctor Chamizo
Nadie puede poner en duda que el incendio de la catedral gótica Notre Dame de París es una catástrofe, no solo por la pérdida de uno de los símbolos universales de la cultura de occidente, sino porque se trataba de una de las catedrales góticas más antiguas.
Sin duda existen en Europa catedrales de mayor calidad, arquitectónicamente hablando, mayoritariamente en España. Y dudosamente se puede ignorar que joyas artísticas de este tipo es lamentable que se pierdan.
No obstante, el que determinadas empresas privadas o instituciones estatales realicen donaciones y desembolsos de cantidades astronómicas con el objeto de reconstruir lo que no deja de ser un templo, un edificio destinado al culto religioso de una determinada creencia, a mí, al menos, me produce sonrojo. El que se ponga por delante un símbolo, una especie de estandarte, una edificación de piedra y madera por delante de millones de personas que carecen de los elementos más básicos para la vida y la subsistencia, que han sido abandonados a su suerte, es absolutamente vergonzoso.
Notre dame de París, además, ya no volverá a ser lo que fue, será siempre, a partir del día en que se presente al mundo como la Notre Dame restaurada, solo eso, la Notre Dame restaurada, porque lo que la hacía única era exclusivamente su condición de monumento gótico del siglo XIII. Catedrales góticas hay muchísimas más, de mayor magnitud y de mayor belleza.
El coste de restauración del templo es un dispendio, una aberración, un insulto a los Derechos Humanos, y, para los que creen en ese dios justo, humilde, sencillo y ecuánime, prácticamente una herejía. El montante del que se habla para devolver a Notre Dame el aspecto que tuvo, es una afrenta para todos aquellos que pasan necesidades.
El pueblo francés, que tantas veces se ha revelado contra las injusticias, que impulsó una revolución que convulsionó y cambió el mundo, debiera haberse pronunciado contundentemente ante semejante disparate. Deberían apuntalar el edificio para garantizar su estabilidad y dejarlo como signo de la efemérides de lo que fue su incendio, como tantos otros monumentos sobre la faz de la tierra que se encuentran semiderruidos y continúan siendo visitados. Tal vez a los franceses, en este caso, les pierde el chauvinismo y los demás lo contemplamos con esa lejanía de la falta de empatía con la pobreza y la necesidad de otros.
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