Por Manuel Tirado
Podemos mirar para otro lado. Podemos callarnos y ser ingenuos pensando que nunca nos tocará a nosotros. Podemos permanecer neutrales y esconder nuestras vergüenzas en el siempre oscuro abismo del silencio. Pero debemos hablar, debemos denunciar lo que está pasando, debemos proclamar a los cuatro vientos la sinrazón en la que estamos inmersos y que no es otra que la persecución y el castigo judicial a la libertad de expresión.
Hasta hace poco sería impensable en este país encontrarnos con la noticia de que más de 20 artistas (poetas, raperos, titiriteros, etc…) se enfrentan a condenas de prisión y elevadas multas por decir a través de las redes, en sus poemas o en sus propias canciones lo que piensan de la monarquía, de la iglesia, del gobierno, etc. Hasta hace poco sería impensable ver cómo un rapero tiene que declarar frente a la justicia por haber dicho cosas sobre el rey y la familia real que muchos españoles suscribiríamos sin ningún tipo de dudas. Hasta hace poco sería impensable ver cómo quieren condenar a un chaval por hacer un “meme” del rostro de Cristo con su cara, y eso que Dios dijo que nos hizo a “su imagen y semejanza”, que si no, condenan al chaval a cadena perpetua.
De verdad que son cosas que a uno le cuesta comprender. Me cuesta comprender cómo el rapero Valtonyc ha sido condenado a casi 4 años de cárcel por sus canciones. Me cuesta comprender cómo Pablo Hasel podría entrar 12 años a prisión por sus canciones y tuits. Me cuesta comprender cómo los 12 raperos del colectivo musical ‘La Insurgencia’ han sido condenados a 2 años y 1 día de prisión por sus canciones. Me cuesta comprender cómo esta nueva caza de brujas contra tuiteros y demás artistas de la palabra no afecta en igual medida a miles de fascistas que campan a sus anchas en las redes sociales diciendo lo que les da la gana con total impunidad e incitando a la violencia de forma constante y vergonzosa.
Está bastante claro que este Gobierno es mucho más permisivo dependiendo de quién lance las protestas o las bromas. Parece que esos chavales con “botas de pisar negros”, cabezas rapadas y que enarbolan sin pudor la bandera del pollito son “bien mirados” por el Gobierno del PP, vistos más como cachorros que juegan a ser “buenos españoles”, que como auténticos nazis y fascistas. Mientras, quien se meta con la corona, con los gerifaltes del franquismo o con algún político corrupto del PP y que esas bromas o críticas vengan de cualquier sector de izquierda, en seguida se cataloga como posible delito de exaltación al terrorismo.
La justicia siempre la pintan ciega, pero a veces pienso que últimamente se ha quitado la venda de los ojos y dirige su mirada hacia quien a ciertos sectores les interesa. Esos sectores que cercenan la verdad y que quieren amedrantar a la población que se expresa libremente a través de las redes. Son los mismos de siempre, esos que aplican el miedo y la represión cuando algo no está en consonancia con su pensamiento. Los bárbaros de siempre. Los represaliados y las víctimas, también los mismos de siempre, los más débiles que alzan su voz contra las injusticias.
A los que creemos que es necesario arremeter contra el poder establecido, y más, viendo las últimas encuestas y comprobando que en este país seguimos votando a los mismos de siempre, nos toca patalear, protestar, salir a la calle y decirle a la gente lo que está pasando e informarles que mañana podrían ser sus hijos e hijas los que estén pendientes de entrar en la cárcel por el mero hecho de decir lo que piensan.
Que no nos quiten eso, nuestra libertad de expresión. Luchemos contra el silencio y el miedo que sólo nos llevará de cabeza al matadero del pensamiento donde nosotros, las personas, nos convertimos en serviles borregos que sólo esperan ser sacrificados.
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