Por Daniel Seixo
«Que din os rumorosos
Na costa verdecente,
Ó rayo trasparente,
Do prácido luar…?
Que din as altas copas
D’escuro arume arpado,
Co seu ben compasado,
Monótono fungar…?
Do teu verdor cingido,
É de benígnos astros,
Confin dos verdes castros,
E valeroso clán,
Non dés a esquecemento,
Da injuria o rudo encono;
Despérta do teu sono,
Fogar de Breogán.»
Existe un fenómeno curioso en las elecciones gallegas y sus posteriores interpretaciones, este fenómeno se produce cuando quienes nunca se han molestado en comprender esta tierra y jamás se han esforzado por escucharla, realizan inmediatos análisis de resultados basados en sus propias ensoñaciones o en cuentos y leyendas quizás sacados de alguna esporádica visita de campaña a nuestras ciudades. Eso es lo que lleva a personajes de la política estatal como Errejón o Monedero a lanzar al aire esbozos a vuela pluma que nada tienen que ver con la realidad y que en realidad, en nada se refieren a la propia Galiza. Para ellos el gallego simplemente ha vuelto a votar mal, como siempre. Y por eso mismo prefieren centrar sus esfuerzos y sus energías en seguir hablando de sus propias peleas y de Madrid, no tanto como centro territorial del estado, no al menos solo como eso, sino como eje pivotante de la política y la distribución económica y de poder de España. Esa realidad de la que Galiza es y se sabe apartada.
Hoy el relato de muchos y muchas es el relato de una Galiza inculta, desagradecida e incivilizada. El relato de una tierra que o bien no sabe votar a la opción más adecuada para su futuro o bien se resiste a terminar de domesticarse, abandonándose así al fin al influjo de las fuerzas políticas civilizadoras que llegan de la meseta con aires renovadores europeos o incluso anglosajones, para ilustrarnos acerca de lo que debe ser el progreso o incluso la vivencia de nuestra propia realidad y los quehaceres diarios en nuestra tierra. Un relato propio de la ciencia ficción política más inverosímil en el que los gallegos asistimos como meros elementos decorativos e inertes al desarrollo de nuestra propia historia, casi como si las continuas victorias de los populares en nuestro país se debiesen a una especie de determinismo intrínseco a nuestro propio carácter a nuestra falta de capacidad y organización política. Tal pailarocada podría llegar incluso a tener cierto encanto si no fuese por la notoria impronta clasista y el desprecio a nuestra cultura que suelen albergar estos postulados más veces de las necesarias expuestos en los ignorantes labios de la que aspiraba a ser la nueva izquierda.
Las fuerzas políticas gallegas una vez más se estructuran de forma idéntica a lo que se venía desarrollando en las últimas décadas
Galiza, al contrario del dibujo generalizado que se suele esbozar desde fuera de sus fronteras, no es un territorio en el que la derecha gane elección tras elección irremediablemente, es más, ni tan siquiera me atrevería a asegurar que la nuestra sea una sociedad abandonada o abocada al derechismo. Incluso siendo atrevido, pero no por ello temerario, llegaría a asegurar que solo en esta tierra atisbo la verdadera posibilidad de cambio que a día de hoy no logro encontrar en el conjunto del estado. Soy consciente de que estas palabras sorprenderán mucho a gran parte de los lectores, pero para realmente llegar a comprenderlas, resulta necesario recordar nuestra propia historia como gallegos y muy especialmente la Doma y castración sufrida a lo largo de los siglos por una sociedad que pese a toda la represión cultural y económica sufrida, supone el origen de Irmandiños, guerrilleiros y movimientos sociales y políticos que repetidamente han marcado el paso de la política en nuestro estado.
Olvidan muchos que el espacio político abierto en 2012 por la candidatura de Alternativa Galega de Esquerdas y que remataría en 2016 bajo las siglas de En Marea con históricos resultados para las alternativas que hoy se hunden en la irrelevancia política, nacía precisamente de las grandes movilizaciones sociales de Nunca Maís y los movimientos políticos destinados a encontrar nuevos equilibrios de clase y territoriales tras el batacazo que supuso el experimento del bipartito. Olvidan también que no fue Xosé Manuel Beiras o el pueblo gallego el que tuvo que acudir a Madrid para lograr nuevas vías políticas desde las que poder canalizar el descontento y la indignación que se palpaba en el ambiente, sino que por el contrario, fue un joven y por entonces idealista Pablo Iglesias el que encontró en esta tierra la vía de canalización para lo que en aquel entonces todavía era una formación política en cocina durante el 15M.
Resultan por tanto irrelevantes análisis al estilo de los que lanza Juan Carlos Monedero y algún que otro analista estrella que únicamente pretenden parasitar para su propio regocijo y exculpación lo que en esencia vienen siendo dinámicas internas de nuestro propio pueblo e incluso si quisiéramos concretar más, dinámicas internas de nuestra izquierda o del propio nacionalismo gallego. Anova y Xosé Manuel Beiras comprendieron que el equilibrio de fuerzas y los flujos de voto en la izquierda nacionalista gallega impedían a corto plazo desbancar al Partido Popular y a una dupla de líderes representados en Fraga y Feijóo que habían encabezado su formación política disputando en la identidad gallega y el populismo ciertos nichos de poder electoral que resultaban indispensables para lograr hacerse con el gobierno de la Xunta. Hay que comprender que Fraga y Feijóo nunca han sido vistos en su propia tierra como la peligrosa derecha representada por un exministro franquista y un heredero de Don Manuel cercano al neoliberalismo más extremo. Al contrario, el triunfo de la derecha y del Partido Popular en Galiza se basaba precisamente en alejarse de la ideología que tanto gustaba enarbolar en Madrid y mantenerse agazapados electoralmente bajo una figura carismática y la permanente y cercana relación mantenida con su pueblo desarrollada entre la confianza, las redes caciquiles y el miedo al cambio profundo que durante años habían logrado imponer a base de fusil y que hoy apuntalan entre dispensas con obligación de voto.
Beiras logró en aquel momento y entendiendo esta realidad, identificar correctamente problemas que llegarían a la escena política con el paso de los años. Intentando estructurar desde el por aquel entonces descontento palpable, nuevos sujetos políticos que traspasasen la siempre presente cuestión de la organización territorial y la noción de soberanía desde una visión en la que el pueblo organizado lograse cimentar nuevas alianzas con las que superar la anquilosada política partidista, se pretendía romper en aquel momento un ciclo político gallego que se consideraba rematado e insuficiente para lograr alcanzar el poder institucional y real. Por desgracia, el tiempo y los procesos políticos vividos en nuestro estado, nos han mostrado una vez más como la nueva política nada tenía que envidiar a la vieja en cuanto a despóticas luchas por el poder y traiciones de toda índole. Esto supuso un claro lastre a la hora de estructurar nuevas alternativas políticas y confluencias electorales. Ni aquella apuesta particular en tierras gallegas que alcanzó incluso las alcaldías de las tres principales ciudades de nuestro país y terminó diluyéndose en numerosa traiciones a las bases sociales de la propia izquierda, ni el conflictivo procés, ni mucho menos Podemos, supieron leer las necesidades materiales de un pueblo que si bien había confiado en estos nuevos procesos como salida instantánea al descontento, poco a poco fue diluyendo su ilusión desenmascarando en el proceso los mismos errores de siempre, los mismos tics, las mismas traiciones a las promesas elaboradas en sus programas.
Es por esto que debemos tener en cuenta que aunque nos hayamos acostumbrado a ignorar tan escandaloso dato elección tras elección, tanto en Galiza como en Euskadi, la gran ganadora de la noche electoral ha sido una vez más la abstención. En este erial ideológico y programático que ha supuesto la aparición de la nueva política, centrada en luchas muy alejadas de la realidad material e inmediata de gran parte de la población, apenas la mitad de la población se siente dispuesta a movilizarse para depositar su voto en las numerosas siglas que aparecen en nuestras papeletas. Es precisamente en este desesperante campo de batalla en el que Ana Pontón y el Bloque Nacionalista Galego (BNG) han logrado renacer de sus cenizas para confirmar en Galiza la sensación que poco a poco se irá consolidando en el resto del estado: la muerte definitiva del proceso iniciado durante el 15M.
Anova y Xosé Manuel Beiras comprendieron que el equilibrio de fuerzas y los flujos de voto en la izquierda nacionalista gallega impedían a corto plazo desbancar al Partido Popular
No se trata ni mucho menos de que el BNG se podemice, más bien y al contrario de lo que quisieran poder interpretar desde la formación morada, el BNG ha recogido la confianza de todos aquellos que viendo finalizado un ciclo, han decidido regresar al espacio seguro de una formación que durante ocho años ha desarrollado una titánica labor, para sin renunciar a sus postulados más nacionales y de clase, lograr adaptarse a los nuevos tiempos y a las propias realidades. La izquierda española y en particular Podemos, ha encontrado en Galiza un dilema que tarde o temprano se presentará en otros territorios: su clara apuesta por la disgregación electoral en pequeños núcleos que le pudiesen aportar nuevos nichos de voto, no se han logrado adaptar de forma alguna a la realidad territorial y social de una vivencia material que nada tiene que ver con los grandilocuentes análisis políticos desarrollados en los despachos de una universidad estadounidense o una facultad madrileña. En definitiva, Galiza en muchos aspectos podría beber de forma más adecuada de la izquierda latinoamericana y sus procesos constituyentes capaces de estructurar clase social y territorio que de las teorías posmodernas surgidas de la ya desgastada retahila identitaria.
Es por todo esto que pese al meteórico ascenso del BNG que supera la histórica cifra de los 18 diputados conseguidos en 1997, no existe realmente nada que celebrar. Las fuerzas políticas gallegas una vez más se estructuran de forma idéntica a lo que se venía desarrollando en las últimas décadas. El votante cercano a la izquierda ha decidido en esta ocasión dar por terminado un ciclo y abandonar así la corriente política cercana a Podemos para regresar al nacionalismo representado en el BNG como corriente hegemónica en la posible alternativa a Alberto Núñez Feijóo. Cuatro mayorías absolutas consecutivas de los populares han demostrado sin embargo que pese a los cambios y los equilibrios en la izquierda gallega, todavía a día de hoy no se ha logrado dar con la tecla que relegue al fraguismo definitivamente a la oposición política. Bien haría por tanto la izquierda en replantearse los aciertos y errores de quienes lo han intentando en el pasado y quienes hoy tienen la oportunidad de estructurar un nuevo asalto para consolidar una nueva realidad política en nuestro país, alejada del terreno de juego cultural en el que Feijóo ha dado sobradas muestras de resiliencia. Existe pese a todo una valiosa lección y un motivo de esperanza en estos resultados, la izquierda gallega y gran parte de nuestra sociedad, se muestra una vez más capaz de adaptarse, capaz de identificar los cambios políticos y de depositar la confianza en las formaciones que logran atender a sus necesidades y esperanzas. Es por eso que hoy Galiza dibuja, en mi modesta opinión, un escenario menos sectario y más esperanzador de lo que muchos pueden llegar a entender. Pese a las acusaciones externas provenientes de todos aquellos que nunca se han molestado en comprendernos, hoy existen motivos para confiar en un cambio real, profundo y cercano.
«Os boos e generosos,
A nosa voz entenden;
E con arroubo atenden,
O noso rouco son;
Mas, sós os ignorantes,
E férridos e duros,
Imbéciles e escuros
No-nos entenden, non.
Os tempos son chegados,
Dos bardos das edades,
Q’as vosas vaguedades,
Cumprido fin terán;
Pois donde quer gigante,
A nosa voz pregóa,
A redenzón da bóa
Nazón de Breogán.«
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