“No hace mucho, no muy lejos de aquí”. Los campos de trabajo forzado en El Bierzo y Laciana

El déficit de educación en valores democráticos lleva a que sea más fácil conocer y reconocer un campo de trabajo forzado en Auswitz que los que existieron en la provincia de León, en Fabero, Matarrosa u Orallo.

Por Alejandro Martínez

El título de este artículo es el mismo que el de una exposición sobre el campo de concentración de Auschwitz que se pudo visitar en Madrid en 2017. Si preguntamos en una clase de educación secundaria, ¿qué es un campo de concentración?, es probable que a la mente del alumnado se le venga rápidamente un campo de concentración nazi. El déficit de educación en valores democráticos lleva a que sea más fácil conocer y reconocer un campo de trabajo forzado en Auswitz que los que existieron en la provincia de León, en Fabero, Matarrosa u Orallo. Reconoceremos antes los trabajos forzados en las canteras de Mathausen, o en el mejor de los casos en el Valle de los Caídos, que los sufridos en la construcción del canal del Bierzo. Es más fácil que sean capaces de conocer y reconocer como un héroe a un maquis de la resistencia francesa que a un guerrillero de La Cabrera. Reconocerán en Hitler un dictador criminal, pero les costará hacer lo mismo con el genocidio español. Por tanto, será más fácil empatizar con un deportado por los nazis que con un minero de Bembibre encarcelado.

En nuestro imaginario popular, por el cine y el ocultamiento, solemos asociar trabajo forzado con el nazismo. Sin embargo, veremos que Laciana y El Bierzo también sufrieron esas realidades.

Entre los campos de trabajo forzado, el más importante se localizó en Fabero, en el grupo La Reguerra de Minas Moro, S.A, que estuvo abierto entre 1939 y 1947 y contó con hasta 250 trabajadores al mismo tiempo. Al otro lado del Corral de los lobos, en el valle del Sil, otra empresa que también explotó mano de obra forzada fue Antracitas de Gaiztarro en sus minas de Matarrosa del Sil, con en torno a 70 penados.

De la misma manera la MSP, la empresa minera más importante, se lucró con trabajo en condiciones de esclavitud en sus explotaciones. En Orallo encontramos un destacamento penal situado en la casa de la familia Barrero. En este campo estuvieron recluidos 120 presos políticos que trabajaban en los grupos “Calderón” y “Orallo”.También a partir de 1942 en Villaseca de Laciana, cumplirían condena 40 presos, en el edificio que había sido sede del Sindicato Católico de la localidad. En el Pozo Caboalles, se establecería una colonia penitenciaria con 75 presos según la Memoria Anual de 1941 de MSP.

No solo en el sector minero se empleó mano de obra forzada. También para la construcción del Canal del Bajo Bierzo, en las cercanías de Camponaraya, se localizó un campo de trabajo forzado que llegó a contar con 88 presos políticos desde diciembre de 1943 a diciembre de 1944. Sus trabajadores eran penados de la Prisión del Partido de Ponferrada.

Un hecho menos conocido es que entre los cientos de obreros que construyen la Central de Compostilla I, en Ponferrrada, se encontrarán algunas decenas de presos políticos republicanos.

Los campos de trabajo dejarán huella en las poblaciones. En el caso de Matarrosa y Orallo, los barracones de presos se utilizarían posteriormente por vecinos/as del pueblo, dando nombre a barrios como “Los Barracones” o “Los cuarteles” respectivamente.

Estos campos pertenecían al ICCP (Inspección General de Campos de Concentración). Una institución creada en 1937 dependiente del Cuartel General del Generalísimo Franco hasta 1940, que pasa al Ministerio del Ejército. Los presos políticos redimirían penas por el trabajo. El castigo a los vencidos se disfraza bajo la retórica falangista del “derecho al trabajo”, que no se «regateaba´´ a los prisioneros y presos rojos que “olvidaron los más elementales deberes de patriotismo”. La represión obrera y la acumulación capitalista alcanzan su fusión más sofisticada en los campos de trabajo.

La ICCP concede prisioneros a las empresas pertenecientes a las Industrias Militarizadas, aquellas consideradas como estratégicas, aunque fueran de titularidad privada, como la minería.

Los prisioneros políticos recibirían un “salario” de 2 pesetas al día, de las cuales 1,5 se destinarían a cubrir los gastos de manutención, aunque también se descontaba por otras múltiples razones, incluida la pica con la que trabajaban en la mina. Los 50 céntimos restantes serían de libre disposición y se les entregaban al finalizar la semana. Un ingreso ínfimo que era entorno a una veinteava parte del que cobraban los trabajadores libres y que no siempre llegaba a sus destinatarios.

En la memoria de la Obra de Redención de Penas entregada al “Caudillo” de 1941 el régimen se vanagloriaba de haber enseñado un oficio a algunos trabajadores: “Así, por ejemplo, en las minas de antracita de Fabero, muchos muchachos sin oficio determinado han adquirido el de «picador de carbón», que les asegurará ocupación el día de mañana en una profesión acorde los jornales son altos y la demanda grande”.

Los presos republicanos eran llevados al agotamiento físico, trabajaban sin apenas comida, la ropa escaseaba y era insuficiente, tanto para el trabajo, como para hacer frente a los duros inviernos. Estos eran destinados a las labores más penosas y peligrosas. A esto se le añade el maltrato psicológico y físico, que eran continuos. Condiciones extremas que, a pesar del férreo control, no impidieron distintas protestas o fugas apoyadas por la guerrilla como es el caso del Penal de Fabero.

El balance que los responsables del sistema de explotación de presos hacían en 1942, es realmente esclarecedor:

“Resumiendo, se puede afirmar que la labor realizada por los reclusos en nuestras minas es una de las aportaciones más meritorias para el desarrollo de la economía. A raíz de la liberación, la escasez de mineros hacía muy difícil la explotación de sus yacimientos por penuria de obreros especializados, han podido ponerla en marcha, y hasta aumentarla, gracias a la contribución de la mano de obra reclusa”.

Años después, en 1963, informes del sindicato vertical achacan la conflictividad creciente en las minas a la existencia de trabajadores en la zona de Fabero y Laciana que proceden de los “viejos campos de concentración que existieron durante nuestra Guerra de Liberación”, es decir, los Campos de trabajo forzado.

Como hemos visto, más allá de los campos nazis o de casos que empiezan a sonar, como el “Valle de los caídos” en España, “No hace mucho, no muy lejos de aquí” hubo campos de trabajo forzado y empresas públicas y privadas que se enriquecieron con este trabajo.

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