La crisis moral en la que se encuentra sumergida la sociedad estadounidense se inició en 2015, cuando Trump anunció su candidatura.
Álvaro Verzi Rangel
El discurso del actual presidente “demócrata” estadounidense Joe Biden puede servir, quizá, para sus ciudadanos, bombardeados permanentemente, durante décadas, con la ida de que dentro y fuera de Estados Unidos se vive una lucha entre la democracia y la autocracia; entre las aspiraciones de la mayoría y la avaricia de unos pocos. Pero, en realidad, ese podría ser un espejo de Estados Unidos.
La realidad del modelo estadounidense es el enorme poder de los grandes capitales y de los medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular, que en la práctica anula la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos. Y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político, condenados a ser carne de cañón pata las aventuras imperiales y el negocio de las transnacionales de la guerra y los armamentos..
Biden acusó a su predecesor Donald Trump de haber intentado impedir un traspaso pacífico del poder, denunció la red de mentiras sobre las elecciones de 2020 creada por el equipo de su antecesor, a un año de que una turba azuzada por Trump asaltó el Capitolio en Washington. “No se equivoquen: estamos viviendo un punto de inflexión en la historia. Tanto aquí en casa como en el exterior, estamos de nuevo en una lucha entre la democracia y la autocracia”, señaló, en una revival de discursos de décadas atrás.
El actual mandatario intentó echar todas las culpas de la crisis sobre su antecesor. “Ahora nos toca a todos defender el imperio de la ley, preservar la flama de la democracia, mantener viva la promesa de Estados Unidos. Esa promesa está en riesgo, atacada por poderes que valoran la fuerza bruta sobre la santidad de la democracia, el temor sobre la esperanza, el beneficio personal sobre el bien público”, afirmó.
Mientras, aprobó el presupuesto militar más grande la historia del país y sus soldados siguen masacrando, torturando, asesinando pueblos a lo largo y ancho del mundo. Biden, quien a propósito casi nunca menciona el nombre de Trump,
El ex presidente Barack Obama subrayó que el ataque al Capitolio dejó claro qué tan frágil es el experimento estadounidense en la democracia, y advirtió ésta está en mayor riesgo hoy que hace un año. “Históricamente, los estadounidenses han sido defensores de la democracia y la libertad en el mundo… pero no podemos desempeñar ese papel cuando figuras de liderazgo en uno de nuestros dos partidos políticos principales están activamente minando la democracia en casa”.
En el momento de silencio que se observó en el pleno de la cámara baja para las víctimas de la violencia durante el asalto, sólo se presentaron dos republicanos: el ex vicepresidente Dick Cheney y su hija, la diputada federal Liz Cheney. Que el vicepresidente de George W. Bush de repente se convirtiera en una especie de disidente dentro de su partido, marcó para algunos qué tan extremo ha sido el deterioro del terreno político tradicional del país.
David Remnick, director de The New Yorker, señaló que por primera vez en 200 años estamos suspendidos entre democracia y autocracia. El 6 de enero del 2021, cuando supremacistas blancos, miembros de milicias y simpatizantes de Trump asaltaron el Capitolio para tratar de revertir los resultados de la elección presidencial dejamos de ser una democracia plena. Con ello, Estados Unidos dejó de poder autoelogiarse como la democracia continua más vieja del planeta, señaló Remnick.
El diputado demócrata Jamie Raskin, quien forma parte del comité selecto que investiga el asalto, recordó en The Washington Post que ese 6 de enero en que se estaba certificando el resultado del voto presidencial en el Capitolio, los legisladores pensaban que se habían preparado para todo tipo de problemas parlamentarios, pero no para la violencia fascista desatada contra nosotros, coordinada en este intento para cometer un golpe de Estado.
El surgimiento político de una figura como Donald Trump es producto de la crisis económica crónica en amplios sectores de la población y de instituciones que durante décadas no han sabido (o querido) satisfacer las necesidades sociales. Es el fruto de un descontento profundo y legítimo de las mayorías y sin solucionar las crisis, sin un cambio social y político profundo, será imposible desactivar el riesgo de que él u otro personaje usen la ira de las mayorías empobrecidas para minar los fundamentos de la democracia.
Todos conocen en el mundo el desprecio de Trump hacia la legalidad, las formas democráticas y las mínimas normas del decoro institucional, pero la crisis moral en la que se encuentra sumergida la sociedad estadounidense se inició en 2015, cuando anunció su candidatura. El trumpismo es consecuencia de la disfuncionalidad del sistema político, y de la creciente incapacidad del mismo para responder a las demandas de la sociedad.
Este modelo democrático que Biden quiere vender al mundo está vaciada de contenidos verdaderamente democráticos hasta quedar reducido a un espectáculo, una simulación del gobierno del pueblo, con la inamovilidad de su oligarquía bipartidista. Con una clase política impermeable a la realidad, y la continuidad de un modelo de votación indirecta en el cual es factible ganar la elección, pese a perder la mayoría de los sufragios, como sucedió con Geoge W. Bush y el mismo Trump.
Más allá de esos problemas obvios, hay una palpable discordancia entre los principios políticos declarados y la realidad social e institucional. Todo ello redunda en un divorcio final entre clase política y sociedad, que desacredita por completo al sistema y abona al surgimiento de expresiones radicales como el propio trumpismo.
Trump no aguantó quedarse callado después del discurso de Biden y afirmó que éste está “destruyendo nuestra nación con políticas locas de fronteras abiertas, entre otras”, y que está intentando ocultar que la elección fue fraudulenta y están empleando este aniversario para nutrir temores y dividir a Estados Unidos.
*Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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