Ni un paso atrás

Por Alberto Vila con viñeta de ElKoko


El 28 de julio de 1942, Stalin emite su Orden Nº 227. Se la conoció como “¡Ni un paso atrás!”. No es intención de esta columna el hacer una apología estalinista. Nada más lejos de esa intención. Sin embargo, esa orden resultó un instrumento para catalizar las energías de todos los “Ivanes”, tal como se conocían a los soldados combatientes rusos. En un magnífico trabajo de investigación titulado “Ivan’s War”, de 2006, Catherine Merridale, nos acerca al comportamiento de estos soldados. Con un minucioso detalle nos introduce inicialmente en que el ejército comunista estaba mal preparado. Mal pertrechado. Heterogéneo en sus etnias, religiones e inclusive idiomas. Las derrotas de 1941 lo dejaron a las claras. Inclusive el desastre previo de la guerra con Finlandia. La autora nos relata que: “A finales de 1941, casi todos los soldados que integraban el ejército de preguerra, y que habían compartido el pánico de las primeras noches de junio, estaban muertos o habían sido hechos prisioneros”. La autora nos recuerda también: “Para Goebbels, los soldados soviéticos eran una “horda roja”, salvajes medio asiáticos que amenazaban el estilo de vida europeo”. La displicencia arrogante de un xenófobo. De los que no advierten la fuerza en los otros.

Para contextualizarnos acerca del tipo de población que enfrentaría a los alemanes, la autora refiere: “No fue la suya una generación ordinaria. En 1941, la Unión Soviética, un estado cuya existencia se iniciara en 1918, había sufrido ya una violencia de envergadura sin precedentes. Los siete años posteriores a 1914 fueron un tiempo de inexorable crisis. La guerra civil de 1918 a 1921 traería ya ella sola una lucha cruel; una escasez desesperante de todos los productos, desde combustible para calentarse hasta pan y mantas; una serie de enfermedades epidémicas, y un nuevo azote al que Lenin decidió llamar lucha de clases”. Cualquiera puede preguntarse cómo, en torno a ese panorama, se articuló en el ejército ruso un espíritu combativo que trascendió el propósito original de la orden de Stalin. Ni siquiera la intromisión de los temibles comisarios políticos destacados en el ejército fue el acicate. De hecho, a medida que transcurría el conflicto, fueron atenuando sus intervenciones. El punto en el que se dirimió esta pugna entre voluntades tuvo un nombre: Stalingrado. Fue el momento de partida que concluyó en Berlín.

Desde el inenarrable salvajismo confrontado en esa ciudad, se tuvo en claro que la victoria era posible. Allí, quedó plasmado que el individuo dejaba paso al colectivo. Pero no se engañen. Nada que ver con el ideario comunista. La fuerza cohesionadora fue más profunda. Era cultural. Diversa. Territorial. Una respuesta a la xenofobia alemana. Al exterminio y abusos producidos en los territorios ocupados desde el inicio de la Operación Barbarroja, la invasión a los territorios soviéticos. Las diferencias internas en el Ejército Rojo, que eran muchas, entre convicciones religiosas y represión política. Entre el antisemitismo que subyacía en la cúpula del régimen y la erradicación de las ideas libertarias. Todo se postergó. La “madrecita Rusia” lo exigía.

Un caso queda explícito en el trabajo de Antony Beevor titulado “Un escritor en guerra”. En él ha transcrito buena parte del material que Vassily Grossman elaboró en su actividad como corresponsal en el frente. Gracias a Grossman, por ejemplo, fue posible evitar un apagón informativo soviético acerca de las atrocidades de los campos de concentración. Es recomendable su lectura. En la introducción, Beevor, en relación a Grossman, resalta: “…corresponsal especial para el periódico del Ejército Rojo Estrella Roja [Krasnaia Zvezda], fue el más perspicaz y honrado testigo de lo sucedido en el frente soviético entre 1941 y 1945, en el que pasó más de mil días, casi tres de los cuatro años de guerra. La agudeza de sus observaciones y la humanidad de sus valoraciones suponen una lección inestimable para cualquier escritor o historiador.”

El espíritu de cooperación hoy no existe o, al menos, ha sido suplantado por la dictadura de los mercados financieros y los lobbies de las corporaciones.

Sin embargo, durante las campañas, todas las diferencias y antagonismos fueron postergados para centrarse en un solo objetivo: la derrota del enemigo alemán y de sus aliados. Aquél comportamiento colectivo no emanó de los máximos dirigentes de la Rusia de entonces. Realmente, surgió desde la base misma de los sentimientos de los soldados a medida que iban conociendo las consecuencias de la ocupación nazi en el este de Europa. Dónde quedaron familiares y amigos. Fue allí en donde se reclutó el trabajo esclavo. Fue en el territorio en el que se puso en marcha la maquinaria de exterminio masivo de personas. Cuando se revisa la historia del conflicto se termina encontrando una causa común que cohesionó a los pueblos que intervinieron: la respuesta se debió a que la brutalidad alemana superó, lo que era mucho decir, a la brutalidad estalinista.

El filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas acusaba a la canciller, Angela Merkel, y a la Unión Europea, en un artículo publicado el 23 de junio de 2015 por el diario «Süddeutsche Zeitung», de esconderse bajo el manto de la tecnocracia en el manejo de la crisis griega y eludir así su responsabilidad política en la crisis de la deuda. Su frase, dedicada a la canciller, resultaría una descripción de lo acontecido: «Alemania ha dilapidado en una noche todo su capital político acumulado en 50 años”. El austericidio que acabó con la socialdemocracia en Europa sigue pendiente en esta España de Pedro Sánchez, cuyas lealtades son sospechosas. La UE no quiere obstáculos.

Josep Borrell no ha sido designado por casualidad. Las personas no importan. Importan los mercados.

El dejar de lado los principios de solidaridad que dieron lugar a la creación de este espacio común, porque a estas alturas no merece designarlo de un modo mejor. Fue el preludio de los treinta años de mayor desarrollo de la Europa de los Estados. Los criterios de supremacía dejaron paso al de cooperación. Ese espíritu hoy no existe o, al menos, ha sido suplantado por la dictadura de los mercados financieros y los lobbies de las corporaciones. Muchas personas han descubierto con cierta inquietud, aunque el proceso ya se vino dando desde los golpes financieros a Italia, Irlanda, Portugal, Grecia y España, que esta Europa tiene dueños. También colaboracionistas. Estos últimos, imprescindibles.

Se avecinan años de penurias y sacrificios. De intentos de liquidación de los restos del Estado del Bienestar. Me atrevo a anticipar que los Presupuestos Generales del Estado serán una prueba de las intenciones reales hacia el desmantelamiento del Estado del Bienestar, o hacia su consolidación. De allí que no se deseen obstáculos. Con Unidas Podemos dentro del gobierno, lo es. La hoja de ruta está marcada. Josep Borrell no ha sido designado por casualidad. Las personas no importan. Importan los mercados. Por esto es crucial que se entienda que no se habla de partidos . Estamos jugándonos el futuro de las próximas generaciones de españoles.

Por tanto, ni un paso atrás en lo que haya de legislatura. Esa actitud, en España y en la UE. Nos jugamos los derechos que logramos con nuestros esfuerzos. Nos los quieren quitar.

Resistamos.

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