Por Daniel Seixo
«No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador.»
Hugo Chávez
Comunismo o libertad, así vendía Isabel Díaz Ayuso la contienda electoral y con ese engaño ha logrado una victoria inapelable. Engaño porque la líder de la derecha madrileña representa algo más similar al cainita libertinaje que a la libertad y engaño también porque realmente nunca ha tenido que enfrentarse a nada ni remotamente cercano al comunismo. Las elecciones madrileñas han supuesto un amplio abanico de opciones dentro del sistema capitalista y los postulados liberales, solo eso. Ni Partido Popular, ni PSOE, ni Más Madrid, ni tampoco Podemos, han llegado a esta cita cuestionando de modo alguno el demencial sistema político y económico que hace apenas un año hasta el más radical liberal veía comenzar a «tambalearse» ante las cifras de muertos y los evidentes problemas logísticos para paliarlas.
La preocupación por los servicios públicos, los trabajadores o la industria de nuestro país duró lo que el individualismo extremo tardó en despertarse frente a la llegada del verano y las cañas al sol. No existió un liderazgo político que evitase la vuelta a la nada argumentativa, ni tampoco un gesto para que así fuese. La estafa de las farmacéuticas y la nefasta campaña de vacunación se sortearon con variopintas excusas, los muertos en los hospitales comenzaron a oler a la indiferencia del Mediterráneo y pronto las sillas de las terrazas entorpecieron el trabajo de unos sanitarios a los que nadie situaba ya en el centro del debate. El foco sobre los trabajadores suele durar muy poco en la nueva política.
Necesitamos abandonar la política ficción, las estrategias de marketing y las apuestas individuales para lograr un verdadero cambio
Las fiestas privadas, los toques de queda, la hostelería, el turismo, el discurrir de los meses fue un juego entre quienes pretendían disipar sus responsabilidades de gobierno y aquellos que simplemente preferían el capital a la vida. No nos engañemos, la gestión sanitaria en España ha sido un despropósito en todas y cada una de nuestras instituciones, adoptamos la vía del mercado para encarar este virus y todo lo que ha sucedido ha sido posible gracias al beneplácito de un gobierno que conocía perfectamente los riesgos y el cálculo aproximado de muertos. Tampoco aquí hemos desafiado en ningún momento las directrices de la ortodoxia impuesta por quienes robaron nuestra soberanía, ni tampoco hemos encarado los retos como sociedad democrática y soberana.
Y es que hace mucho tiempo que todas las elecciones son meras farsas, sainetes trágicos destinados a elegir el reparto de una función triste y continua para la clase obrera. No se trató de un pacto para asentar la democracia, ni de un sacrificio para entrar en Europa o una crisis, todo ha seguido el ritmo de la evolución lógica y normal de un sistema depredador, ajeno a la vida humana y diseñado para atraparnos en un mar de consumo, individualismo y miedo. Es así como el pueblo de Madrid se enfrentaba a estas elecciones y eso es lo que se refleja en los resultados. Desconocemos la vida en comunidad, carecemos de los motivos suficientes para arriesgarnos a encararla y tememos cualquier cambio político que se salga de nuestra misera vida diaria. Preferimos luchar por sobrevivir a hacerlo para cambiar las cosas y eso es así porque a lo largo del tiempo el cambio ha significado más de lo mismo. El riesgo nunca ha valido la pena y cualquier proyecto transformador suena hoy a Felipe González tumbado placidamente en un yate viendo pasar la vida.
Ni Partido Popular, ni PSOE, ni Más Madrid, ni tampoco Podemos, han llegado a esta cita cuestionando de modo alguno el demencial sistema político y económico que hace apenas un año hasta el más radical liberal veía tambalearse ante las cifras de muertos y los evidentes problemas logísticos para paliarlas.
Y eso explica lo sucedido ayer, las banderas al aire en Génova, la tristeza en Ferraz, la espantada en Podemos. Estamos tan cansados de tener que luchar para vivir que apenas queda tiempo para luchar realmente para cambiar las cosas, nos decepcionamos con sus recortes, sus buenas casas conseguidas a golpe de cambio moral, sus portadas y llegados a un punto, no esperamos que nada cambie, simplemente abandonamos la esperanza de que nada pueda ya cambiar. Y eso se transmite, eso corre en los barrios de puerta en puerta y cada año la desesperanza es mayor, las ganas de luchar menguan y el ideario de salvar solamente tu culo sin mirar atrás se abre camino. No es que voten mal, los obreros y las obreras de este país hace mucho tiempo que votan sin ganas, con la nariz tapada o simplemente pensando en que ya no se creen nada. Y ahí, la derecha tendrá siempre la partida ganada.
Hace unos meses escribía en estas páginas que deberíamos dejar morir al 15M sin reparo alguno. Hoy les voy a pedir que no se resistan a sumir que así ha sido anoche y que el duelo sea corto, porque realmente necesitamos que así sea. Necesitamos abandonar la política ficción, las estrategias de marketing y las apuestas individuales para lograr un verdadero cambio. Resulta preciso sentarse a reflexionar, hacerlo en comunidad, debatir, charlar, volver a los centros de trabajo, los entornos educativos, las calles, los barrios, resulta preciso tejer una red de pensamiento alejada de los ritmos electorales, el ruido mediático de los grandes grupos de información y avanzar sin pausa, pero sin pensar solo en el siguiente combate en las urnas. Hoy únicamente puedo ofrecer un nuevo comienzo, una esperanza de ruptura, un despertar, una apuesta firme por un futuro alejado del capitalismo. Una izquierda dispuesta quizás a perder batallas, pero no a perder sus principios por el camino.
Sí se puede, camaradas.
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