Necropolítica. Racismo y guerra de clases en la Frontera Sur

Por Jordi Ortiz i Lombardía

"Hay que desenmascarar los verdaderos rostros de quienes se esconden detrás del bombardeo continuo de mensajes mainstream"

De los muchos y sobrecogedores testimonios que recoge el informe «Vida en la necrofrontera» del colectivo Caminando Fronteras, el primero de ellos, el relato de una joven camerunesa superviviente del naufragio de una patera en el Estrecho, ya sintetiza la crudeza de la estrategia de muerte planificada e implacable que gobierna la política fronteriza de la UE en relación a sus vecinos del sur: «Había sobrevivido, pero no sabía cuántos habían muerto. Las familias llamaban y nos preguntaban quiénes estábamos vivos y por qué habían muerto. Yo les decía que los mató la frontera, porque si no hubiésemos estado ahogándonos en una frontera, hubiesen venido a salvarnos. Las familias no entendian, porque es complicado entender algo así. A mí me ha llevado años aprender lo que significan las fronteras en nuestras vidas migrantes».

Las personas que se mueven atravesando fronteras a riesgo de perder la vida en el intento, esos cuerpos migrantes empobrecidos y racializados, cruzan el desierto, la valla o el mar como una mercancía más en la lógica de un sistema económico global que lejos de poner la vida en el centro hace de la muerte un elemento absoluto de control social. El necrocapitalismo convierte la amenaza de muerte, y la misma muerte de esos cuerpos, en beneficios para una industria que invierte en el negocio del control migratorio. Además, en las fronteras encuentra el mejor escenario para desplegar su más contundente demostración de poder coercitivo y disuasorio. Un poder que necesita para sostener su sistema de dominación racista y clasista, tanto en los países de origen, tránsito o destino.

Helena Maleno durante la presentación del informe «Vida en la necrofrontera» en el Ágora Juan Andrés Benítez de Barcelona. Fotografía de Pedro Mata (Fotomovimiento)

La necropolítica transforma los límites físicos de los estados en un espacio de no derecho donde es posible y justificado violar sistemáticamente derechos humanos y que sirve para normalizar que el mantenimiento del orden socioeconómico capitalista del norte sea prioritario y que prevalezca sobre el valor de la vida en el sur. Ni más ni menos. La realidad es así de cruda, por mucho que la opinión publicada cocine discursos para hacer digerible ante la opinión pública europea toda esta ignominiosa cotidianeidad que sucede en los márgenes geográficos y sociales del «viejo continente». Las miles y miles de muertes de «cuerpos en movimiento» que narra el informe de Caminando Fronteras no permiten pensar lo contrario. Porque son muertes perfectamente evitables, fruto de la acción u omisión de una industria militar y de control migratorio que es el negocio de unos pocos y la intemperie moral de muchos.

Lo que sucede en la frontera sur es una guerra de clases muy desigual. Sin reconocerla, pero en su nombre, los derechos humanos de los pueblos migrantes pueden borrarse sin más, y la defensa de esos derechos puede ser señalada fría y brutalmente como una amenaza al orden establecido. Las concertinas, el Frontex, el Mando Único de Salvamento Marítimo, los CIE… todo ello se intenta explicar como si fuesen inevitables políticas pragmáticas de contención frente a los efectos desestabilizadores de una emergencia. Distraer con un relato de lógica defensiva para tapar aquello que no son más que los movimientos de ataque propios de cualquier guerra. ¿Qué es la militarización de la frontera sino una declaración oficial de que no son tiempos de paz? Sí, es una guerra porque históricamente la guerra ha sido básicamente el escenario que necesitan los vencedores para justificar y normalizar políticas de muerte diseñadas para apuntalar su dominación sobre los vencidos.

Quienes nos negamos a naturalizar la muerte como una forma de política tenemos la obligación de plantear batalla al necrocapitalismo

En esas fronteras físicas y administrativas se dibuja el frente exterior de la batalla. Pero si la amenaza logra superar esa primera triple línea de desierto, valla y mar, Europa se reserva una red de trincheras interiores infranqueable tejida con el hilo común de sus leyes de extranjería y la aguja del racismo institucional que atraviesa el continente.

Llegados aquí, quienes nos negamos a naturalizar la muerte como una forma de política, o la vida como un bien de valor variable por razón de origen, raza o condición social, tenemos la obligación de plantear batalla al necrocapitalismo en el mismo vientre de la bestia. Hay que hacerlo para que esa guerra no se libre únicamente en fronteras a muchos kilómetros de las pantallas de TV o de internet que la convierten en algo virtual, lejano e indefectible. Hay que hacerlo para no abandonar a todos esos «cuerpos en movimiento» que defendiendo sus vidas frente el ataque de la necropolítica, hoy son la auténtica primera línea de combate en la lucha global por la defensa de los Derechos Humanos. Hay que hacerlo porque la única frontera que merece ser blindada e infranqueable es la del respeto por el derecho a la vida de cualquier persona.

Para ocupar esta posición en la lucha es importante centrarse en «señalar a los victimarios en lugar de hacer pornografía con el sufrimiento de las víctimas», como pedía recientemente Helena Maleno, redactora del informe «Vida en la necrofrontera», durante su presentación en Barcelona. La activista y portavoz de Caminando Fronteras, defendió ante el público convocado por la plataforma Tanquem els CIE que «a quien urge apuntar y poner en el centro del objetivo de todas las miradas es a los responsables de decisiones que hacen morir o dejan morir vidas migrantes en un naufragio planificado y encubierto detrás de una cortina de discursos hegemónicos que justifican la necropolítica fronteriza».

Hablemos de decisiones políticas como subvertir el obligado deber de salvemento marítimo hasta convertirlo en un instrumento más del control migratorio.

Sí, hablemos de decisiones políticas como subvertir el obligado deber de salvemento marítimo hasta convertirlo en un instrumento más del control migratorio. O de decisiones económicas como externalizar «sevicios de seguridad» en las rutas migratorias para abrir en ellas otro melón de posibles negocios a repartir entre empresas privadas. En definitiva, decisiones transversales encaminadas a mercantilizar y militarizar todo un imaginario neocolonial que criminaliza la migración, la diferencia, la pobreza y la disidencia.

Sí, y hablemos también de los discursos hegemónicos falaces e hipócritas que sirven para argumentar toda esa estructura de muerte. Hay que desenmascarar los verdaderos rostros de quienes se esconden detrás del bombardeo continuo de mensajes mainstream que alertan de la inaplazable «lucha contra el terrorismo» o contra «las mafias», o de los riesgos del «efecto llamada», o de la progresista y bien intencionada relación economicista para «regular la migración desde un enfoque de las necesidades del mercado laboral»…

Para que hablar de todo ello no se quede en simple retórica, quienes estamos del lado cómodo de la frontera y bajo el pasaporte y la bandera acertada debemos disponernos a sacudir nuestros privilegios para alinearnos decididamente en esta lucha de clases de consciencia antiracista y decolonial con quienes hoy defienden con la vida sus derechos, y con ellos, los de toda la humanidad.

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