Navidad de yeso para los proletarios

Por Marta HdlH

Tengo frente a mí a un padre, sentado junto a su hijo, viajando a través de las estaciones de esa linea de metro que recorre los barrios más humildes. El parecido padre/hijo es incontestable. Destaca la cara de ilusión del niño que, al igual que su infancia, irradia una energía muy pura, difícil de igualar y que contrasta con la cara cansada, llena de arrugas y con sonrisa trémula, casi exhausta, del padre. Pese a esa cara claramente endurecida por años bajo sol y condiciones adversas, el padre habla bajito, va contando historietas y, a la vez, escuchando las anécdotas del crío, que a ratos le pregunta angustiado por asuntos navideños. Aquel padre responde con total tranquilidad, aportándole con cada contestación un salvavidas que reaviva sus esperanzas y sueños, alimentando una imaginación que no tiene fin. La conversación es fascinante, simplemente hermosa.

Y ese padre va perfectamente vestido con vaqueros, zapatillas y abrigo. Hasta aquí nada es especial, nada que no veamos con asiduidad. Sin embargo, hay un pequeño detalle que cambia totalmente mi perspectiva. Las manos del padre llaman la atención por ser casi blancas. Y no se trata de ningún problema de piel. Son restos de yeso. Son unas manos agrietadas, anchas, recias, curtidas, con restos de pintura, suciedad y mucho yeso. Sin lugar a dudas son los restos de un trabajo recién acabado que le ha impedido llegar perfectamente aseado a recoger a su hijo. Restos de una jornada laboral finalizada un domingo 23 de diciembre a las 7 de la tarde. Restos del esfuerzo que hace por trabajar y a la vez ser padre. Restos del esfuerzo por ser padre y a la vez humano.

Sobre todo son los restos de un trabajo que le obliga a estar trabajando más horas de la que debería, incluyendo los festivos. Restos de una situación laboral que le hace tener que ser un malabarista de horas para poder dedicarse a su hijo. Son, sin que me quepa un abismo de duda, los restos de la pobreza contemporánea. Esa pobreza que no viste de hambre ni de falta de recursos, si no que ahoga en forma de falta de tiempo para dedicarlo a quien de verdad lo necesita. La pobreza contemporánea se viste de jornadas abusivas, de navidades estresadas, de padres que son superheroes, de vidas que apenas sobrevivimos.

Para mí, aquellas manos de yeso son los restos de una precariedad que ya no se esconde ni se limpia, porque no se puede. Pero a la vez son los restos del heroísmo de un super-padre al que le deseo que estas navidades siga sacando tiempo y fuerzas para ese crío. Porque tengo la seguridad de que un niño que es educado por un superhéroe precario y con manos de yeso, que dedica sus escasas horas de libertad a hacerle soñar en el metro, será un futuro hombre preparado para intentar erradicar la pobreza contemporánea que azotó a su padre.

Feliz navidad, pero especialmente a todos aquellos que, como mi abuelo, volvéis a casa con las manos llenas de yeso y aún así dispuestos a acariciarnos y sacarnos una sonrisa.

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