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El cruce de intereses por el poder regional que enfrentan «solapadamente» sobre el tablero a Israel, Irán, Rusia y Turquía, convierten un conflicto regional en una olla a presión con un elevado potencial de aportar su particular grano de arena a la conflagración global que hace tiempo amenaza nuestra existencia.
Por Dani Seixo
«La violencia es la partera de la historia»
Karl Marx
«Salvo el poder, todo es una ilusión”
Vladimir Lenin
En cierta medida, enfrentando los ritmos propios de la inmediatez y el clickbait, impuestos por el periodismo burgués, pero al mismo tiempo, intentando mantener una cierta agilidad en la narración, que nos permita situarnos socialmente en el debate. Comenzaré este pequeño escrito con un breve contexto histórico, que intente arrojar cierta luz acerca de lo que hoy sucede en el Nagorno Karabaj.
Sin duda alguna, quizás el punto de partida podría ser otro, puesto que los acontecimientos aquí narrados, hunden sus raíces en procesos históricos y disputas territoriales de muy amplio arraigo. Pero obviando en la medida de lo posible el papel del Imperio ruso, la presencia iraní o la genocida bota turca largamente impuesta sobre el pueblo armenio, que inevitablemente harán acto de presencia a lo largo de esta narración, me permitiré situar el inicio de la misma en el tumultuoso año 1917, durante la creación de las repúblicas transcaucásicas de Armenia, Azerbaiyán y Georgia.
Un cierto contexto histórico
En medio del clamor de los tambores de la gloriosa revolución de octubre, que provocaría la definitiva caída en desgracia del Imperio Ruso, estos tres países, todos ellos bajo la batuta de la sublevación frente al poder despótico y arbitrario, optaban bajo el paraguas revolucionario por fundar la República Democrática Federal de Transcaucasia, con la declarada intención de crear un frente común frente a la grave amenaza del Imperio Otomano. El 22 de abril de 1918, establecen su independencia de Rusia, siendo este movimiento poco más que un espejismo, inmediatamente roto con la disolución de la federación y la declaración de independencia de Georgia el 26 de mayo de ese mismo año, la de Azerbaiyán apenas un par de días después y, finalmente, con escasas alternativas sobre el tablero, la fundación de la República Democrática de Armenia (DRA).
El Tratado de Batum, las disputas en el seno de la Sociedad de las Naciones, el Tratado de Sèvres, el oportunismo británico y la consolidación del poder soviético, acompañaron desde muy pronto los incipientes pasos de un Nagorno Karabaj de facto independiente desde octubre de 1917, tras crear un Consejo Nacional y lograr establecer un nuevo gobierno capaz de hacerse cargo de su propio destino. Pese a la ofensiva militar lanzada por Azerbaiyán, que contó con el apoyo de tropas turcas y la pasividad o directamente la complicidad de Londres, con el objetivo de hacer valer sus reivindicaciones territoriales, mediante una limpieza étnica que costó la vida a cerca de cuarenta mil armenios entre 1918 y 1920, la población karabají resistiría de forma heroica, negándose en todo momento a aceptar plenamente su sometimiento ante los designios de Azerbaiyán.
Con Armenia acosada y debilitada por los conflictos bélicos, un mundo cambiante en medio de la vorágine fruto del fin de la Primera Guerra Mundial y la continua presión sobre Nagorno Karabaj por parte de un Azerbaiyán fortalecido por disputas e intereses geopolíticos que lo reforzaban en sus intereses, la década de los años veinte del pasado siglo, se caracterizó regionalmente por la expansión y consolidación del poder bolchevique y la instauración de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán el 28 de abril de 1920.
A pesar de la fuerte resistencia azerí, que le costó la vida a cerca de 20.000 soldados, el ejército rojo tomaría plenamente el control de Bakú y ocuparía a su vez Nagorno Karabaj a finales de mayo de ese mismo año. Asumiendo de forma efectiva el control de una región, en cierta medida esbozada temporalmente mediante el Tratado de Alexándropol, que obligaría a Armenia a ceder cerca del 50% de su territorio previo al conflicto e iniciar el desarme de gran parte de su ejército. El gobierno armenio saliente, firmaría dichas condiciones cercanas a la rendición, al tiempo que las fuerzas soviéticas ocupaban su territorio y declaraban la república socialista soviética de Armenia el 2 de diciembre de 1920.
Aun cuando tras la ocupación militar soviética, Nagorno Karabaj fue definido y reconocido por el nuevo poder como un territorio en disputa y, en principio, el presidente del gobierno soviético de Azerbaiyán, llegó a reconocer a Zangezur, Karabaj y Nakhichevan como parte integrante de Armenia a la espera de lograr establecer un nuevo estatuto, el Tratado de Kars y las presiones de Azerbaiyán, apoyadas de forma decidida desde Turquía, hicieron que Nagorno Karabaj retornase bajo control de Azerbaiyán como Región Autónoma de Alto Karabaj. Cabe señalar aquí, que pese. a todos los desesperados intentos de la historiografía occidental por personalizar esta decisión en el dirigente soviético Iósif Stalin, voces como la del profesor Arsène Saparov, sitúan dicha postura política únicamente en la relación de fuerzas sobre el terreno y en un firme intento por pacificar una región todavía sumida en la violencia y la inestabilidad.
El recuerdo indeleble del holocausto armenio, perpetrado por los Jóvenes Turcos entre 1915 y 1923, mediante las llamadas marchas de la muerte, los campos de concentración y diversas masacres de una violencia inusitada, impregnaron en la población de toda Armenia la firme determinación de librar una lucha por la supervivencia, también presente en su enfrentamiento con Azerbaiyán.
Nagorno Karabaj en la época soviética
La constante y aparentemente planificada disminución de la población armenia en la región, fue acompañada de una fuerte industrialización y el rápido progreso social del país. Dichos elementos, no impidieron de modo alguno que el poder de la Armenia soviética y el liderazgo armenio en Karabaj, reclamase de forma insistente a Moscú la transferencia de la región a Ereván. Fruto de la natalidad, la reducción de la población armenia puedo ser paliada en cierta medida entre 1920 y 1987, pero tras la Segunda Guerra Mundial, se aceleró de forma significativa debido a la pérdida de gran parte de la juventud, que combatió heroicamente contra las tropas nazis, en agrupaciones como la 89.ª División Soviética Tamanyan. Lo que llevó a que muchos jóvenes armenios grabaran a fuego su nombre entre los Héroes de la Unión Soviética.
En las décadas que siguieron al conflicto mundial, el porcentaje total de la población armenia en la región se vería considerablemente reducida, en contraposición al fuerte desequilibrio con el crecimiento de la población azerí. Fruto de ello, una parte significativa de los poblados armenios de Nagorno Karabaj desaparecerían paulatinamente durante aquellos años. A su vez, la cultura, las publicaciones o los medios de comunicación armenios, fueron solapados y sustituidos por la cultura azerí y rusa, hasta bien entrados los años ochenta. Estas políticas fueron denunciadas por la dirigencia de Ereván frente a Moscú y las peticiones para la unificación de Nagorno Karabaj y los distritos del norte con Armenia, fueron una constante a lo largo de los años que se materializaron a a par de un resurgir del nacionalismo en el seno del pueblo.
Perestroika y caída del poder soviético
El inicio del desmantelamiento de la URSS, mediante el gran engaño que fue la Perestroika, supuso el fin de una relativa calma y paz en la región, a través del surgimiento de multitudinarias manifestaciones en Armenia y en Nagorno Karabaj, reclamando la definitiva unificación del territorio perteneciente al pueblo armenio. En febrero de 1988, las autoridades de Karabaj decidieron exigir, mediante la ley soviética, un cambio administrativo aceptado por Armenia en junio, pero rechazado por Azerbaiyán, desencadenando con ello importantes pogromos en Bakú y otras ciudades azerbaiyanas, que terminarían costándole la vida a numerosos ciudadanos armenios y provocando una espiral de violencia que remataría en violentas manifestaciones anti-azerebaiyanas en el Alto Karabaj y el exilio de cientos de miles de armenios que dejaron Azerbaiyán, al igual que un gran número de azeríes decidieron abandonar Armenia en medio de las crecientes disputas nacionalistas.
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A la declaración de independencia de Azerbaiyán tras el colapso soviético, reclamando el Alto Karabaj como parte de su territorio, le siguió la realización de un referéndum en Nagorno Karabaj, mediante el cual la población de este territorio en disputa manifestó su decisión de no desear seguir formando parte de Azerbaiyán y activar la proclamación inmediata de su propia independencia, ratificada ese mismo diciembre, pese a la negativa de reconocer esta decisión por gran parte de la comunidad internacional.
Desde aquel momento, la situación se volvería aún más tensa, degenerando en una cruenta guerra que, entre 1991 y 1994, ha costado la vida a cerca de 20.000 personas y ha provocado más de un millón de refugiados. Las graves violaciones de los derechos humanos y el gran número de víctimas en ambos lados del conflicto continuaron siendo la tónica habitual en la región hasta la firma del armisticio de mayo de 1994. Mediante este acuerdo, el Ejército de Defensa de Artsaj lograba asegurarse el control efectivo de gran parte de Nagorno Karabaj, el afianzamiento de una estratégica conexión terrestre con Armenia y su presencia en siete distritos de Azerbaiyán.
Mediante este statu quo, propiciado en gran parte por la mediación rusa en el establecimiento de un alto el fuego, nace el poder político del Alto Karabaj o la República de Artsaj, como un estado independiente de facto, pero con claras ligaciones con el gobierno armenio, a pesar de las continuas resistencias de este para evitar una unificación definitiva que pudiese desatar de nuevo las hostilidades con Bakú.
En el campo diplomático, en 1992 se forma el denominado «Grupo de Minsk» de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa), mediante el cual Estados Unidos, Rusia y Francia, buscan un acuerdo definitivo de paz que hasta la fecha se antoja difícil de alcanzar por los continuados intentos por solventar la disputa únicamente a través de la fuerza militar. A su vez, diferentes resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, adoptadas durante el año 1993, solicitaron el inmediato cese de fuego, el repliegue armenio de diversos territorios ocupados fuera de los límites de Nagorno Karabaj y la mediación de Ereván con la dirigencia armenia de Nagorno Karabaj, para lograr que prosperen los esfuerzos de pacificación llevados a cabo por el Grupo Minsk. El despliegue de las fuerzas de paz en intermediación entre Armenia y Azerbaiyán, sin la participación directa del pueblo armenio de Nagorno Karabaj, complementó la mesa de negociaciones en 2004 en Praga y 2007 en Madrid, logrando un débil acuerdo que garantizaba un alto grado de autogobierno para Nagorno Karabaj, el control efectivo de un corredor que conectase con fluidez la región con Armenia y el establecimiento de garantías internacionales de seguridad, volcada esta responsabilidad especialmente sobre el gobierno ruso. El futuro estatus de Nagorno Karabaj, pendulaba de este modo entre el reconocimiento del derecho de autodeterminación efectivo para su población, la delimitación territorial y poblacional de un hipotético referéndum que pudiese resolver la situación y el resonar del peso de las armas sobre la realidad de ambos pueblos.
La guerra de abril
Tras repetidos incidentes con numerosas víctimas mortales en los años previos, que cimentaban un clima de amenaza bélica constante. A lo largo de la noche del 2 de abril de 2016, las fuerzas armadas de Azerbaiyán iniciaban un nuevo enfrentamiento contra el Ejército de Defensa del Alto Karabaj y las Fuerzas Armadas de Armenia, rompiendo de este modo el alto el fuego establecido e iniciando la que sería conocida como la Guerra de abril o Guerra de los cuatro días. En esta nueva escalada bélica, que implicarían el uso de Tanques, artillería pesada y helicópteros de combate, fallecerían al menos 300 personas en ambos bandos y varios centenares resultarían heridas por diversos ataques indiscriminados contra la población civil. La implicación de Israel, el facilitando armamento moderno a Azerbaiyán, la decidida implicación del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y la ampliación de los enfrentamientos a la propia frontera entre Armenia y Azerbaiyán, demostraban los peligros de un conflicto con capacidad manifiesta para desestabilizar el equilibrio regional, pudiendo fácilmente llegar a implicar de forma directa en las hostilidades a países como la propia Armenia o Turquía, cuya presencia en alianzas como Organización del Tratado de Seguridad Colectiva o la Organización del Tratado del Atlántico Norte, provocaría una escalada militar de incalculables consecuencias.
Los acuerdos de protección mutua establecidos mediante la OTSC y la presencia militar rusa en suelo armenio, sitúan a Moscú en un difícil equilibrio entre la apuesta por los crecientes lazos comerciales que lo unen con Azerbaiyán y el respaldo a sus tradicionales vínculos culturales, militares y políticos con Ereván. A través de su papel como co-presidente del Grupo de Minsk, hasta el momento Moscú ha establecido un perfil ciertamente discreto, intentado no remover un conflicto con serias implicaciones regionales, que encuentra al gobierno de Vladimir Putin con la mira puesta en sus operaciones en Ucrania y la búsqueda de un papel la construcción de un mundo multipolar, capaz de dejar a atrás una realidad Imperial dispuesta a acorralar al Oso tricolor en un nuevo avispero en el Cáucaso.
El retorno de la guerra al Alto Karabaj
Las escaramuzas, las bajas militares y las crecientes víctimas civiles en ambos bandos, siguieron presentes durante los siguientes meses, hasta que el 27 de septiembre de 2020 el gobierno de Azerbaiyán decide bombardear la República de Artsaj y la Línea de Control que separa a las tropas azeríes y armenias en el territorio en disputa, con la aparente intención de lograr controlar los distritos menos montañosos del Sur, posibilitando una línea de avance de cara a una futura ofensiva contra las zonas montañosas, mucho mejor fortificadas y de difícil acceso. Con ese movimiento, Bakú rompía de nuevo el statu quo establecido hasta el momento y provocaba como reacción inmediata la movilización total de las tropas armenias, dispuestas a defender el territorio en disputa.
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Muy fortalecido militar y económicamente, y contando con el firme apoyo geopolítico de Turquía e Israel, en una clara muestra de su firme determinación a la hora de ampliar su esfera de influencia en la región, este nuevo estallido bélico en Nagorno Karabaj llegó a su fin tras la caída de Shushi en manos azeríes. Mediante un débil acuerdo de paz adoptado por Ereván, Bakú y la intermediación de Moscú, el gobierno de Azerbaiyán aparentemente mostraba su compromiso de detener el avance de sus tropas, mientras el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, aceptaba el difícil compromiso de ceder en el plazo de un mes parte de los territorios ocupados en las inmediaciones de Nagorno Karabaj.
Apenas transcurridos cuatro minutos tras la entrada en vigor de dicho acuerdo, Ereván y Bakú se acusaban mutuamente de haber violado esta nueva ruta para el establecimiento de un alto el fuego en la región, mediante el bombardeo de diversos objetivos civiles. La falta de un firme apoyo internacional por parte de su tradicional socio ruso, enfrascado en esta ocasión en la guerra de Ucrania, la debilidad de un gobierno dispuesto a coquetear con occidente a costa de sus tradicionales alianzas, además de la clara superioridad económica y militar de Azerbaiyán, reforzado sobre el terreno con drones de fabricación israelí y nuevos equipos de Inteligencia militar, dejaba de nuevo a Armenia prácticamente indefensa y a merced de un acuerdo diplomático que únicamente parecía un alto en la hoja de ruta expansionista diseñada por las fuerzas azeríes.
Sin apenas margen para la paz y con un papel muy limitado de los cerca de 2000 soldados rusos que deberían garantizar el fin de las hostilidades y la protección durante al menos cinco años del corredor terrestre que une Armenia y Nagorno Karabaj, las fuerzas azerbaiyanas prosiguieron prácticamente sin descanso su acoso contra la población armenia, mientras que en Ereván, se multiplicaban violentas protestas que acusaban a Nikol Pashinyan de haber traicionado a su pueblo. Mediante el bloqueo de carreteras en la capital, las masivas manifestaciones, incluso con participación directa de miembros del parlamento armenio, aumentaban considerablemente la presión sobre el gobierno de Pashinyan, exigiendo su dimisión y dejando claro que el pueblo armenio, no compartía las concesiones territoriales y políticas firmadas en los despachos por su gobierno.
La violación de los términos alcanzados entre Ereván, Bakú y Moscú, las víctimas mortales, las incursiones terrestres azeríes y el rearme constante de una guerra múltiples veces cerrada en falso, vaticinaban un difícil provenir para el establecimiento de una paz real y duradera en la región. Tras más de 25 años enfrascados en una infructuosa búsqueda de una resolución para este conflicto, los diversos actores regionales, tan solo parecían buscar un respiro que aplazase un nuevo estallido de violencia lo máximo posible. Incluso en este punto, todas las esperanzas, por livianas que fuesen, terminaron de nuevo cayendo en saco roto.
Las crecientes ínfulas imperiales del mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, mediante su política expansionista hacia el Cáucaso Sur, tienen como claro objetivo la apertura definitiva del corredor de Zangezur. Este corredor permitiría una vía de comunicación directa entre Azerbaiyán y Najicheván, atravesando alrededor de 30 kilómetros de territorio armenio y facilitando la conexión terrestre con Turquía. Esta situación, convierte a Ankara en un claro factor de desestabilización regional fundamental y en una amenaza directa para Armenia.
La violencia y su peso en las fronteras
Con la clara sensación de ser considerado como el indiscutible vencedor de la Segunda guerra de Nagorno Karabaj, Bakú prosiguió incesantemente con la estrategia de provocación y desgaste destinada a provocar un nuevo conflicto, ocupando nuevos territorios y bloqueando, pese a la presencia de tropas rusas en el territorio, la única carretera que conectaba la República de Artsaj con Armenia, en el área de la intersección Shushi-Karin. Bajo la apariencia de protestas civiles con un supuesto carácter ambientalista, muy al estilo de la hoja de ruta de las revoluciones de color, tan admiradas por Occidente, el gobierno de Azerbaiyán se apodera del territorio alrededor del corredor de Lachín, estableciendo un bloqueo que logra cercenar todas las rutas de circunvalación alternativas e instalar progresivamente un puesto de control militar que sustituye con total impunidad el supuesto carácter civil de dichas maniobras.
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Con más de 120.000 residentes atrapados en la región, sin acceso a bienes de carácter básico, medicamentos, luz, agua, ni tan siquiera combustible que les permitiese desplazarse o abandonar el cerco establecido por Bakú, la crisis humanitaria se prolongó durante meses, bajo una amenaza directa de intervención militar inmediata, si el gobierno de Artsaj no decide disolverse y entregar el territorio a Azerbaiyán.
Finalmente, el 19 de septiembre de 2023, bajo la excusa de una operación antiterrorista contra las fuerzas de Artsaj, las tropas azeríes avanzan sobre la región, enfrentándose a una población víctima del hambre y el abandono internacional. El avance relámpago de Bakú hacia Nagorno Karabaj, las continuas violaciones de los Derechos Humanos, los crímenes de guerra y la firme determinación por parte de las tropas azeríes a la hora de ejecutar una limpieza étnica que impida la posible cronificación del conflicto, provoca que unas 60.000 personas, cerca la mitad de la población total estimada de Nagorno Karabakh, decidiesen cruzar la frontera con Armenia.
Ante la pasividad o directamente el colaboracionismo del gobierno de Nikol Pashinyan con la ofensiva de Azerbaiyán, asegurando en todo momento su negativa a inmiscuirse en la defensa de su población, el distanciamiento de Moscú ante la inexplicable actitud de Ereván y la pasividad y cinismo occidental, primando el gas de Bakú, al establecimiento de las mínimas garantías al respeto de los Derechos Humanos, han terminado dejando a Artsaj sin demasiadas opciones y provocando la aceptación de las premisas establecidas por Azerbaiyán, con el anuncio de Samvel Shajramanián, presidente de la autoproclamada república de Nagorno Karabaj, decretando la disolución de su gobierno y la disolución de la república armenia en territorio de Azerbaiyán.
A causa de la guerra en Ucrania y la necesidad europea de romper su dependencia de los recursos fósiles rusos, Bruselas firmó el pasado julio un acuerdo con el Gobierno de Bakú para lograr duplicar el suministro de gas hasta 2027. A través del oleoducto BTC, única vía para transportar crudo sin pasar por Rusia a través del Corredor de Gas del Sur, que atraviesa Bakú-Tiflis-Ceyhan, la UE parece olvidar definitivamente el mínimo respeto a los Derechos Humanos y priorizar sin remordimiento ni reflexión alguna su necesidad de gas.
No hay paz para los malvados
El fortalecimiento económico y militar de Bakú, la pasividad de la comunidad internacional, la adversa coyuntura geopolítica tras el estallido en suelo ucraniano del conflicto entre Rusia y la OTAN, sumado todo ello a la tibiez y los incomprensibles titubeos diplomáticos del gobierno de Pashinyan, han provocado que el legado de todo un pueblo, la sangre de miles de mártires por la libertad de su tierra y el destino de cientos de miles de armenios, corran serio peligro, mucho más allá de la constatada catástrofe sufrida en Nagorno Karabaj.
Las abiertas intenciones de Turquía y Azerbaiyán por expandir su influencia regional, uniendo ambos países a costa de una mayor porción de territorio armenio, los intereses económicos de la Unión Europea en el establecimiento de un corredor que garantice su acceso a una enorme red de gasoductos y oleoductos que se ubica a escasos kilómetros de Nagorno Karabaj y el cruce de intereses por el poder regional que enfrentan «solapadamente» sobre el tablero a Israel, Irán, Rusia y Turquía, convierten un conflicto regional en una olla a presión con un elevado potencial de aportar su particular grano de arena a la conflagración global que hace tiempo amenaza nuestra existencia.
De hecho, mientras pongo fin a este escrito, Ereván y Bakú continúan invocando un nuevo enfrentamiento bélico, elevando sus partidas destinadas a armamento por encima del 5% de su PIB. Lo que, sin duda, aumenta los suntuosos beneficios económicos de la industria bélica de Washington, Tel Aviv, Ankara o Moscú y, a su vez, potencia la posible implicación directa de estos dos últimos actores en el conflicto, tras sus choques previos en Libia o Siria. Tampoco debemos olvidar en esta sádica ecuación a Irán, país que comparte frontera con gran parte de los actores directamente implicados y que ya ha mostrado su tajante negativa al establecimiento de un posible nuevo equilibrio regional que pretenda desplazar sus fronteras.
Lo cierto es que, a día de hoy, los miles de desplazados, los soldados armenios víctimas de las humillaciones azeríes o todos aquellos que desde Ereván contemplan de forma impotente los ataques indiscriminados contra su patrimonio histórico o su milenaria cultura, parecen suponer la principal garantía de que este nuevo reequilibrio de fuerzas sobre el terreno, no es sino la invitación directa al cíclico alumbramiento de la violencia, como motor y castigo de los procesos históricos que a lo largo del tiempo han tejido inexorablemente el destino de Nagorno Karabaj.
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