Es difícil entender la agresividad de Azerbaiyán sin tener en cuenta a Turquía y su masivo apoyo militar. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan no ha ocultado su apoyo a la agresión de Azerbaiyán, al igual que hizo en 2020 cuando los soldados turcos participaron directamente en la guerra
Por Vicken Cheterian / Viento Sur
En pleno mediodía del 19 de septiembre de 2023, el ejército azerbaiyano lanzó un ataque masivo y no provocado sobre toda la línea del frente con las fuerzas armenias en la república rebelde no reconocida de Nagorno Karabaj. Drones turcos e israelíes atacaron las defensas aéreas de Karabaj, se dispararon misiles balísticos LORA de fabricación israelí contra posiciones de artillería y las fuerzas azeríes avanzaron hasta cortar las carreteras dentro de Karabaj, aislando pueblos y aldeas. Tras un día de intensos combates, los dirigentes de Nagorno-Karabaj aceptaron una rendición incondicional, como parte de un acuerdo negociado por las «fuerzas de paz» rusas desplegadas en la región.
Esta agresión militar masiva por parte de Azerbaiyán había sido planeada desde hacía mucho tiempo. Desde el 12 de diciembre de 2022, Azerbaiyán ha impuesto un asedio a Nagorno-Karabaj, bloqueando la única carretera que une la región con Armenia y, por tanto, con el mundo exterior (véase el artículo de Vicken Cheterian en este sitio). Este bloqueo fue orquestado inicialmente por «activistas medioambientales», que en realidad eran agentes del gobierno de Ilham Aliyev. Las fuerzas rusas de «mantenimiento de la paz» -en la medida en que no intervinieron de acuerdo con su mandato, que incluía garantizar el paso seguro a través del corredor de Latchine- reforzaron el bloqueo hasta que la región quedó completamente aislada del mundo exterior. Como consecuencia, la región y sus 120.000 habitantes vivían en condiciones cercanas a la inanición, carecían de medicinas para los enfermos y heridos y de combustible para la calefacción, las ambulancias y los vehículos militares.
Además, Azerbaiyán ha reanudado la importación de armas de Israel, lo que suele ser el preludio de una gran escalada militar. Según un informe (Haaretz, 13 de septiembre), desde marzo Israel ha entregado 11 cargueros Ilyushin-76 llenos de armas a Azerbaiyán, cinco de ellos en la primera quincena de septiembre. Cada uno de ellos podía transportar 40 toneladas de armas. A principios de septiembre, Azerbaiyán también empezó a concentrar tropas alrededor de Karabaj y en la frontera con Armenia.
La guerra se anunció primero y se llevó a cabo después según lo previsto. Ilham Aliyev siempre ha querido la guerra, no una paz negociada.
La llegada de un invierno largo y frío
Las noches son frías en las montañas de Karabaj, el Artsaj armenio. Cuando nuestros numerosos enemigos cruzaron las puertas, nuestros amigos se marcharon.
Es difícil entender la agresividad de Azerbaiyán sin tener en cuenta a Turquía y su masivo apoyo militar. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan no ha ocultado su apoyo a la agresión de Azerbaiyán (Al-Monitor, 19 de septiembre), al igual que hizo en 2020 cuando los soldados turcos participaron directamente en la guerra. Teniendo en cuenta que Turquía ha seguido imponiendo un bloqueo a Armenia durante los últimos treinta años, uno tiene la impresión de que no ha perdonado a los armenios por haber sobrevivido a un genocidio que perpetró durante la Primera Guerra Mundial.
Los cascos azules rusos miraron hacia otro lado cuando los soldados azeríes atacaron. Los dirigentes rusos llegaron incluso a ordenar a sus propagandistas que culparan a Armenia -en lugar de a Azerbaiyán- de las últimas hostilidades desatadas por Azerbaiyán (The Moscow Times, 20 de septiembre de 2023). Con semejantes amigos, no hay necesidad de enemigos.
La Unión Europea -esa estructura que no sabe por dónde tirar- permitió a Azerbaiyán aumentar sus exportaciones de petróleo y gas el año pasado. En julio de 2022, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, visitó Bakú para aumentar las importaciones de gas, ya que la UE buscaba alternativas al gas ruso. La UE inyectó así aún más petrodólares en Azerbaiyán y, mientras discutía «toda la gama de nuestras relaciones y cooperación» («Declaración de la presidenta von der Leyen con el presidente azerbaiyano Aliyev», UE, 18 de julio de 2022), Ursula von der Leyen no puso ni una sola condición previa para detener la posible limpieza étnica de los armenios de Karabaj. Para castigar a Putin por la invasión de Ucrania, la UE financió a Azerbaiyán, y el exterminio en Nagorno-Karabaj no fue más que un daño colateral de su realpolitik.
Tras muchas vacilaciones, el presidente estadounidense Joe Biden calificó de «genocidio» las atrocidades cometidas por los otomanos contra los armenios en 1915 («Statement by President Joe Biden on Armenian Remembrance Day», Casa Blanca, 24 de abril de 2022). Ocurrió en 2022, así que aún está fresco en la memoria de todos. Tuvo tiempo y oportunidades de sobra para advertir a Ilham Aliyev que impondría sanciones y que debía parar la limpieza étnica de Karabaj. No lo hizo. ¿Genocidio? Sí. Pero parece que el «nunca más» no se aplica a los armenios.
La política internacional hoy y en la vida cotidiana
Los armenios tienen muchas cualidades, pero la habilidad política no es una de ellas. Han confundido la retórica patriótica y los eslóganes con la política. Durante décadas, el activismo armenio ha buscado «justicia», como si la justicia fuera posible después del genocidio (véase el artículo de Vicken Cheterian publicado en este sitio el 22 de abril de 2021). Los armenios buscaban reconocimiento y palabras, en lugar de practicar una política conforme a las normas establecidas y desarrollar así una influencia real.
El error fatal fue que los dirigentes armenios no siguieron los cambios que se estaban produciendo en la práctica política internacional. Contaban con Rusia para moderar el conflicto y evitar su escalada. Pero la Rusia de Putin era diferente de la de Yeltsin. Los armenios contaban sobre todo con que Rusia pusiera fin a la intervención directa de Turquía en el Cáucaso meridional. Pensaban que así se garantizaría el equilibrio de poder entre Armenia y Azerbaiyán. Se equivocaron. Cuando Azerbaiyán lanzó su ataque masivo en 2020, el ejército turco intervino, mientras que Rusia se mantuvo al margen durante 44 días, tiempo suficiente para que las fuerzas de Karabaj y el ejército armenio quedaran diezmados.
Pero lo más difícil es constatar la permanente incapacidad de la élite política armenia. Desde la «revolución de terciopelo» de 2018, la política armenia está polarizada entre los partidarios de los nuevos líderes «revolucionarios» [Nikol Pachinian, tras una movilización, fue elegido primer ministro el 8 de mayo de 2018] y los partidarios del viejo orden. En 2020, estas rencillas internas ya impidieron a la clase política ver venir la tormenta. Tras la guerra y la derrota, se presentaba una nueva oportunidad de hacer un llamamiento a la unidad nacional, de acordar una plataforma mínima para trabajar juntos para salvar Nagorno Karabaj, o lo que quedaba de él.
No todos los políticos son estadistas. La clase política de Ereván -gobierno y oposición- parece demasiado absorta en sus propias disputas internas como para darse cuenta de que está en proceso de perder su patria (la cuna de su civilización).
Para los Estados pequeños, las naciones pequeñas, un solo error, una sola derrota puede ser fatal. Cuando nos fijamos en la historia de Armenia, podríamos pensar que no hay lugar para un solo error, que una sola derrota puede ser fatal.
Cuando Azerbaiyán atacó al águila herida de Artsaj [en el escudo de Nagorno Karabaj aparece un águila calva] el 19 de septiembre, ni siquiera Armenia estuvo allí para ayudar.
Hoy, toda la población de Karabaj es rehén de los militares azeríes, mientras el líder azerí Ilham Aliyev anuncia su «integración» forzosa. Esto viene a recordarme a los campos de concentración.
Descansa en paz, guerrero de la montaña, tu valor y tu obstinado patriotismo no fueron suficientes para defender tu existencia.
Artículo original en francés: Al’Encontre
Traducción: viento sur
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