Nadie fue a salvar al elefante…

Por María José Robles Pérez

Este año por mi cumpleaños me han regalado un libro muy colorido donde hay fotos de muchos animales. En la portada hay un elefante. Es muy grande, de color gris oscuro, con unas orejas enormes y los ojos muy tristes. Parece que lleva mucho tiempo llorando, aunque por sus mejillas no cae ni una sola gotita. Mamá me explicó que el elefante estaba triste porque estaba encerrado en una jaula. Yo no sabía qué era una jaula, así que mami me contó que era como una caja grande pero no tenía paredes, sino que eran unos barrotes muy largos y fríos. Muy fríos. Mamá me dijo que el elefante está triste porque está encerrado en una jaula y no puede salir. Seguramente tiene una mamá elefante a la que echa mucho de menos. ¡Normal que tenga sus ojitos así!

Ilustración de Javier F. Ferrero

Yo le pregunté por qué el elefante estaba metido en una jaula y ella me dijo que era porque el elefante estaba en un zoológico, un lugar donde hay muchos animales de todos los lugares del mundo y así la gente puede verlos.

Me pareció raro, ¿por qué la gente querría ver a animales tristes?

¿A quién se le había ocurrido la idea de hacer esas cajas de barrotes?

Le pregunté a mamá que por qué nadie sacaba a ese elefante de la jaula, pero no me contestó y, entonces, le dije que cuando yo fuera mayor iría a ese zoológico y sacaría a ese elefante de la jaula donde estaba metido porque yo no quiero ver a ningún elefante triste. Yo quiero que el elefante esté con su mamá, en su hogar.

He hecho un dibujito donde el elefante tiene los ojos muy abiertos y brillantes como el sol, y con su trompa me toca la nariz, muy contento, para darme las gracias por sacarlo de ese lugar tan feo…

 

Miro a mamá, que se encuentra a mi lado y le intento preguntar algo que llevo un rato pensando. Pero las palabras no salen de mi boca porque estoy demasiado asustada. No conozco a nadie de los que hay por aquí, por eso no suelto a mamá de la mano. Hay muchos niños y niñas, creo que están buscando a sus mamás y papás. Hay un niño que lleva llorando un buen rato, es más pequeño que yo. Tiene los ojos igual de tristes que el elefante de mi libro.

Por fin, mami me mira y me acaricia la frente peinándome el flequillo hacia atrás. Se agacha, se pone frente a mí y me dirige una sonrisa. Yo sé que no es una sonrisa de esas de verdad, sino que es una sonrisa de esas de mentira como cuando mamá me dice que su tos no es para tanto y que no hay de qué preocuparse. Me dice que todo está bien, que no pasa nada, que pronto acabará todo. Mamá tiene la voz muy bonita y cuando me habla hace que mi miedo se vaya un poquito, así que ahora sí que voy a preguntarle lo que llevo un rato pensando: “Mami, ¿es qué nos van a llevar a un zoológico?”, le digo. Mamá ha dejado de sonreír y empieza a llorar. Se pone las manos en la cara para que yo no la vea, pero sí que la veo, sí que puedo ver las gotitas caer por sus mejillas. Entonces la abrazo, le doy un besito en el cuello y le digo muy flojito en el oído: «No te preocupes mami, seguro que alguien vendrá a sacarnos de aquí, hay mucha gente en el mundo y a la fuerza alguien vendrá a sacarnos de aquí, alguien va a venir…».

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