Músicos

Por Iria Bouzas

No estoy muy segura de que los músicos sepan el alcance real de lo que hacen, supongo que de forma más o menos humilde, ellos simplemente intentan desempeñar su oficio aportando lo mejor o lo peor de lo que tienen dentro.

Entregan su música igual que otros te ponen un café, reparan un grifo o te enseñan a operar con fracciones y decimales.

Y pese a que todas las profesiones son importantes, no todas las profesiones crean magia como lo hacen los músicos.

Porque la música nos salva de la nada de la vida. Esa nada fría y oscura que amenaza constantemente con abalanzarse sobre nosotros, masticarnos como si fuésemos un chicle de hierbabuena y luego escupirnos vacíos ya de alma y de esperanza.

La música es épica porque acompaña a los momentos épicos de nuestras existencias. Vamos incluyéndole banda sonora a nuestras vivencias porque en cada pieza que escuchamos y nos llega, encontramos un relato de quiénes somos y de lo qué nos ocurre.

La realidad desnuda es una experiencia que resulta bastante seca. No hay demasiada poesía en la rutina y no hay ni un gramo de poesía en el discurrir de cualquier ciclo vital. Pero lo peor es que no hay apenas momentos en los que poder escapar de tanto polvo amarillo, árido e incómodo entre el que tenemos que seguir respirando.

El arte nos saca de este desierto, sea lo que quiera que sea esta travesía, nos eleva y nos permite vernos a nosotros mismos con la perspectiva que la monotonía de la anodina realidad tan a menudo nos niega ruda e implacable.

El arte nos lleva a otro lugar, y en ese sitio dejamos de ser unos meros objetos casi insustanciales de la creación de otros para convertirnos en emisores de luz y en productores de energía creativa.

Y dentro de todas las facetas que tiene el arte, la música es la más mágica de todas ellas por la facilidad con la que nos atraviesa las células y se nos cuela dentro hasta quedarse sonando de fondo mientras seguimos adelante con nuestras vidas.

Esa canción que nos devuelve a las personas queridas que ya no están. Esa pieza que nos lleva a un estado de calma sanadora o la melodía que nos arranca una sonrisa llevándonos a un tiempo que ya no existe pero que fue y en el que fuimos.

Todo eso es simplemente pura magia.

Cuando amamos lo hacemos con música porque así el amor se vuelve aún más fuerte y poderoso. Cuando sufrimos nos sumergimos en notas y acordes porque nos desangramos mejor nadando entre canciones.

La amistad verdadera tiene su propia discografía que está hecha de momentos y sensaciones que se van sucediendo a lo largo del tiempo y que forjan unos lazos que solo se perciben en toda su extensión cuando suena alguno de los temas que la componen.

Hasta los poetas necesitan de la música para crear porque la propia poesía está hecha de palabras que suenan en silencio con una melodía única.

Es evidente que los grandes novelistas han ocultado muchas partituras entre las páginas de sus libros y que los pintores han mezclado algo más que pintura en sus paletas.

El músico es el mayor artesano que existe. Es capaz de empaquetar en tonos las emociones, las vivencias y la energía con la que vivimos y ponerlas a disposición de cualquiera que las quiera recibir.

Y lo hace, además, de una forma que se salta cualquier barrera que puedan tener como limitación el resto de las artes. Porque la música vibra y ante su vibración no es posible levantar muros ni armar fronteras.

La música vibra igual que lo hacen las partes de nosotros que nos hacen ser más de lo que parecemos ser a simple vista. Y cuando la vibración de una canción lo hace en la misma frecuencia en la que está vibrando nuestro interior, todo aquello que somos se pone a bailar.

Es más que probable que la mayoría de los músicos no tengan ni idea de la dimensión de lo que están haciendo, pero yo, que necesito desesperadamente bailar con la vida en lugar de pelearme con ella, necesitaba darles las gracias.

Gracias de corazón artesanos de la magia.

¡Gracias!

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