Bin Salmán lanzó en abril de 2016 el proyecto Visión 2030, piedra angular de las aspiraciones saudíes para las próximas décadas. En el corazón de este programa está un deseo apenas disimulado de limpiar la imagen de Arabia Saudí en el extranjero, utilizando el deporte como herramienta de poder blando.
Por Marius Thirion Roszyk | 1/12/2023
Un año sin escándalos ni polémicas era un listón demasiado alto para la FIFA. 10 meses después de la conclusión de un Mundial 2022 marcado por numerosas acusaciones de corrupción e incumplimiento de los derechos humanos en Catar, el organismo rector del fútbol mundial ha vuelto a causar indignación.
El 7 de octubre, anunció en un comunicado de prensa que la Copa del Mundo de 2030 se celebraría en España, Marruecos y Portugal, miembros de la Unión de Asociaciones de Fútbol Europeas (UEFA, en sus siglas en inglés). Además, tres partidos de la fase de grupos se disputarán en Argentina, Paraguay y Uruguay. Oficialmente, estos tres partidos en Sudamérica conmemorarán el centenario de la mayor competición futbolística del mundo, que se celebró por primera vez en Uruguay en 1930.
El todopoderoso presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA, en sus siglas en francés), Gianni Infantino, saludó la elección en un videomensaje, calificándola de «magnífico mensaje de paz, tolerancia e inclusión» y alegrándose de que “en un mundo dividido, la FIFA y el fútbol aportan unidad”.
Ahora bien, la realidad de la atribución del Mundial 2030 a 6 países en 3 continentes es mucho mas insidiosa de lo que parece. Efectivamente, permitió a la FIFA descartar a la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) como posible candidata a organizar el Mundial 2034, según el principio de rotación de la FIFA en vigor desde 2000, que impide a una confederación organizar más de 1 mundial cada 12 años. Con la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (Concacaf) encargándose de la edición 2026 y la UEFA y CONMEBOL de la de 2030, solo candidaturas que provinieran de las confederaciones asiáticas u oceánicas eran admisibles.
Además, cada país interesado tenía que presentarla antes del 31 de octubre, dejando un plazo desmesuradamente corto (y, en los hechos, casi imposible) a cualquier candidato para presentar un proyecto viable. Obviamente, esta limitación de tiempo no supuso ningún problema para Arabia Saudí, cuyo deseo de organizar el Mundial 2034 es conocido por todos, y en particular por las más altas autoridades del deporte, desde hace muchos años. Australia consideró presentar una candidatura junto a Nueva Zelanda e Indonesia, pero, como era de esperar, el 31 de octubre anunció que no proseguiría con esta, dejando a Arabia Saudí como único aspirante.
Para una organización que ensalza las virtudes del fútbol y del deporte en general como factor de inclusión, igualdad y reparto, el acercamiento entre la FIFA y Arabia Saudí resulta un tanto desconcertante. Sin embargo, no es la primera vez que la FIFA se alía con regímenes dictatoriales para permitirles utilizar el deporte, y a fortiori la Copa del Mundo, con fines geopolíticos y propagandísticos. Qatar 2022, Rusia 2018, Argentina 1978, Italia 1934… Ejemplos no faltan. La FIFA nunca ha hecho de las consideraciones éticas una prioridad, ni en la selección de sus socios ni en sus propias operaciones.
Entonces, ¿por qué la FIFA ha extendido hasta tal punto la alfombra roja a Arabia Saudí, utilizando maniobras políticas de un cinismo y un populismo atroces? Sencillamente, el deporte ha pasado a un segundo plano frente a los intereses personales de Riad, y de Mohamed bin Salmán en particular.
Con la organización de la Copa del Mundo de 2034, Arabia Saudí se llevó el gordo. Es la culminación de una ambición declarada hace varios años: situar al país como actor internacional del deporte (y de la geopolítica) mundial.
Cabe recordar que Bin Salmán lanzó en abril de 2016 el proyecto Visión 2030, piedra angular de las aspiraciones saudíes para las próximas décadas. En el corazón de este programa está un deseo apenas disimulado de limpiar la imagen de Arabia Saudí en el extranjero, utilizando el deporte como herramienta de poder blando. Desde la década de 1970 (y especialmente después de 2016), Arabia Saudí se ha infiltrado en el mundo del deporte, muy consciente de su capacidad para manipular al gran público. Así, el Public Investment Fund (PIF) fue creado por el gobierno saudí en 1971 como fondo soberano con el fin de financiar el desarrollo de la economía saudí mediante el gasto a gran escala en deporte.
Tras varias décadas de inversiones regulares, sobre todo en fútbol y Fórmula 1, las cosas se han acelerado realmente en los últimos 7 años. El dinero saudí participa ahora en una amplia gama de deportes, desde la lucha libre y el golf hasta el boxeo y el tenis. Sin embargo, el fútbol sigue siendo el centro de la estrategia de Riad desde hace casi una década. Antes de que le fuera confiada la Copa del Mundo de 2034, la adquisición en 2021 del club inglés Newcastle United por Arabia Saudí y su fondo soberano causó revuelo, no sólo en el mundo del deporte. 1 año y medio después, el club ya se encuentra en la Liga de Campeones, y muestra los colores y eslóganes saudíes en todos los estadios más prestigiosos de Europa, delante de decenas de miles de aficionados y millones de telespectadores.
2023 es el año en que Arabia Saudí confirma su intención de utilizar el deporte para mejorar su imagen. En enero, el Al-Nassr (uno de los 4 clubes saudíes que posee el PIF) fichó a la superestrella portuguesa Cristiano Ronaldo. Este fichaje abrió la puerta a muchos otros, especialmente de grandes nombres atraídos por las propuestas salariales delirantes de los clubes de la Saudi Pro League (el campeonato local de primera división).
A pesar de estas inversiones ya colosales, no cabe duda de que la Copa Mundial de 2034 es el paso adelante más significativo en décadas. La organización de un acontecimiento de esta magnitud es la oportunidad perfecta para que Riad se consolide como un actor importante en la escena internacional. En esto, Arabia Saudí se ve bien ayudada por la FIFA, decididamente más inclinada a colaborar con regímenes autoritarios que a luchar por el respeto de los derechos y valores que dice defender.
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