Migrar a Melilla para terminar en un CETI inhumano: causas y consecuencias psicológicas del proceso

En España hay diversos dispositivos de acogida como lo son los de Ceuta, Melilla y Canarias, con más de 20 años desde su puesta en marcha y que, según informes y estudios de diversos organismos no gubernamentales, no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad.

La constatación de la vulneración de los DDHH de las personas migrantes en Melilla, que terminó con la vida de decenas de personas, pone en relieve los flecos astillados de unas políticas respectivas que supuran aporofobia. La externalización de las fronteras con pretensión de fortificar Europa conlleva una generalización abrumadora de malos tratos y torturas, extendiendo así la búsqueda de vías irregulares, que engrosan las probabilidades de caer en situaciones de explotación laboral, sexual, tráfico humano, extorsiones, secuestros y esclavitud, además de las habituales detenciones y deportaciones a las zonas más inhóspitas de cualquier desierto impertérrito.

Tras una odisea inhumana, en ocasiones, se llega al trance conocido como «acogida», que forma parte de las políticas migratorias consensuadas en el marco de una Unión Europea pertrechada, que difumina los conceptos perniciosos de la desnaturalización humana.

En España hay diversos dispositivos de acogida como lo son los de Ceuta, Melilla y Canarias, con más de 20 años desde su puesta en marcha y que, según informes y estudios de diversos organismos no gubernamentales, no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad. El país, debido a ello, tiene abiertas varias demandas en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).

La migración hacia España tiene distintas ramificaciones de origen y condiciones dependiendo de la vía, actual, escogida y por ello, debido a la pormenorización requerida ya la actualidad que vuelve a quedar en segundo plano no es baladí poner el foco en Melilla, para ello contando con el informe reciente presentado por GAC Psicosocial, Grupo de Acción Comunitaria y Organización de DDHH y Salud Mental: «El limbo de la frontera: Impactos de las condiciones de acogida en la Frontera sur española».

Para llevar a cabo el estudio la organización tomo una muestra de 53 personas, tanto del CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), como del dispositivo temporal de la Plaza de Toros. En su mayoría hombres, indican, debido al «cierre del puesto fronterizo».

Como contexto exponen que «la entrada a la Ciudad Autónoma de Melilla, de manera irregular, se realiza a través de tres vías: el acceso por la frontera terrestre, el acceso en embarcación o nado por el mar y el salto de la valla. Tras ello el destino no resulta nada halagüeño, ya que «ha sufrido sobrepoblación en diferentes ocasiones», por ejemplo «a partir de marzo de 2020, justificándolo por la situación de pandemia se bloquearon de nuevo todas las salidas de la Ciudad Autónoma, lo que provocó duplicar la ocupación del centro, llegando a albergar a 1.600 personas», siendo este habilitado para instalar a 480 personas.

Entre los entrevistados, mayoritariamente jóvenes, un 70’2% presentaban factores de vulnerabilidad, «como viajar con un solo progenitor o tener alguna enfermedad física o mental aguda o crónica» y de estos un 61’7% indicó haber sufrido algún tipo de tortura en su proceso migratorio, que en un 68’1% ha sido de un viaje de más de 2 años, «siendo la media de los trayectos de 3 años». Tras ello, al cruzar la frontera, más de la mitad indican haber sufrido violencia policial por parte de los agentes marroquíes o españoles.

Internos en el centro las condiciones son percibidas como «un trato para animales», resultando un alto porcentaje de «ataques a las funciones básicas del ser humano», como una alimentación y agua insuficientes, deficiencias de higiene, personal y del entorno, hacinamiento, inseguridad, agresiones, falta de atención sanitaria, ausencia de un protocolo oficial y sistemático, ataques a la identidad, separación familiar, discriminación institucional y por parte de la población local, etc.

Esto produce psicológicamente situaciones de desequilibrios emocionales, repercutiendo de forma directa en la salud física y mental de las personas. «El 35.8% de las personas entrevistadas sienten miedo de forma habitual y un 5.7% de manera extrema o constante. El 30.2% experimentan sentimientos de rabia con frecuencia y casi la mitad de la población migrante encuestada, siente apatía y desánimo, es decir, dificultad por encontrar fuentes de motivación en el día a día».

Resulta alarmante que, aún más allá, un 11’3% de las personas ha pensado de forma continuada en la posibilidad del suicidio, «de los cuales un 37’7% lo ha valorado en alguna ocasión». También produce «dificultades para llevar a cabo actividades cotidianas en un 66’1% de los casos, y de manera constante en un 11’3%.

«Uno de los factores que más se relacionan con el malestar psíquico, es el desconocimiento del tiempo que deben permanecer las personas en la Ciudad Autónoma, que bloquea o impide desarrollar estrategias de afrontamiento y tener sensación de control sobre la propia vida, un elemento esencial para permitir un estado de equilibrio psicológico», concluyen en el informe.

Sin duda, son datos demoledores que conllevan conclusiones drásticas, una atención detallada, precisa y urgente, aunque no existan visos de ello… La vida, como escribió Kerouac, es un país extranjero, para algunos más que para otros, entretejido el condicionante en una aporofobia intrínseca en el capital, que bien reflejaba Galeano: «El dinero viaja sin aduanas ni problemas; lo reciben besos y flores y sones de trompetas. Los trabajadores que emigran, en cambio, emprenden una odisea».

 

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