Miles de migrantes que provienen de Medio Oriente y África se encuentran atrapados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie quiere resolver la situación crítica que viven a diario.
Por Leandro Albani / La Tinta
La conmoción, otra vez, se apodera de las pantallas de televisión. El horror, como ya es costumbre, es viralizado en las redes sociales. Los Jefes de Estado, sin inmutarse, se reparten las culpas y tratan de sacar una tajada para sus propias causas. La realidad –y quienes la sufren- es implacable y no da tregua. Quienes saben de esto último son los miles de migrantes (en su mayoría, kurdos) que, en medio de un invierno desolador, intentan cruzar desesperados la frontera entre Polonia y Bielorrusia para llegar a Europa, escapando de sus tierras de origen, muchas de ellas arrasadas por fuerzas militares estadounidenses y europeas en las últimas décadas.
Los hombres y mujeres que desde hace días se encuentran desamparados y asediados por las tropas polacas y bielorrusas, en su mayoría, provienen del Kurdistán iraquí (Bashur, norte de Irak) y no son ajenos a lo que sucedió en su país. Con la invasión militar extranjera de 2003 a Irak –comandada por Estados Unidos y sostenida por Europa-, esa nación quedó simplemente devastada. Lo mismo sucedió en Afganistán o en Libia. Y los responsables de las matanzas de civiles, de la destrucción de las estructuras estatales (principalmente sus servicios públicos), de violar de forma sistemática la naturaleza y de robar todas las riquezas que se cruzaban por su camino, ahora tienen frente a sí a una legión de hombres y mujeres que huyen de sus países porque en esas tierras quedó menos que nada.
Por estas horas, los adictos a los análisis geopolíticos y geoestratégicos llenan páginas y sintetizan análisis en tuits, en donde se cruzan –por supuesto- Estados Unidos, Rusia, las ambiciones y venganzas de Bielorrusia, la postura servil del gobierno de Polonia, la incompetencia de la administración de Bagdad, la mirada acechante de Recep Tayyip Erdogan desde Turquía y los lamentos de los gobernantes europeos; lamentos siempre acompañados por medidas de seguridad draconianas que buscan detener a esos otros a los que tanto temen. En el caso de Europa, está claro, esos lamentos no se escuchan cuando los países desbordados de migrantes (como El Líbano, Irán o la propia Siria antes de la guerra) demandaban ayudas a la descolorida comunidad internacional.
Mientras nos venden ese juego frágil de ajedrez donde compiten potencias mundiales y aliados regionales, los y las migrantes, entre ellos, cientos de niños y niñas, siguen mirando al cielo y rogando que en las noches el frío no se lleve otra vida. La geopolítica y la geoestrategia no les van a dar de comer y tampoco les augura un futuro digno. Por el contrario, esos análisis funcionan cada vez más como una pantalla que no permite observar la raíz de la actual situación en la frontera entre Polonia y Bielorrusia: el sistema profundamente injusto en el que vivimos y que, con matices bastante tenues, comparten los países implicados.
Días atrás, el gobierno alemán declaró que habían llegado al país 5.000 personas a través de Bielorrusia. A principios de noviembre, el ministro de Interior de Alemania, Horst Seehofer, demandó a la Unión Europea (UE) que “tome medidas” para frenar la ola migratoria hacia su nación. El funcionario dijo que ni su país ni Polonia “pueden hacer frente a esto solo”. ¿En serio el ministro alemán declaró eso? ¿Qué la autoproclamada potencia europea por excelencia no puede recibir a 5.000 personas que huyen de la devastación?
Se calcula que en el paso fronterizo Bruzgi-Kuznica, que une a Polonia y a Bielorrusia, hay en la actualidad 4.000 personas. Apenas 4.000 personas, entre ancianos, hombres, mujeres y niños. ¿Qué hacer entonces? Este martes, las fuerzas de seguridad polaca lo resolvieron con facilidad: les lanzaron gases lacrimógenos y agua desde camiones hidrantes (en pleno invierno) para que se dispersaran. En esa frontera de 400 kilómetros de longitud, rodeada por bosques y pantanos, a 4.000 personas se las reprime. Pero ante este hecho, por suerte habló el ministro polaco de Defensa, Antoni Macierewicz, y dijo lo siguiente: “Los migrantes atacaron a nuestros soldados y oficiales a pedradas, y están tratando de destruir la valla (que separa la frontera) e ingresar a Polonia”. Un estratega, Macierewicz. Pero sobre todo, un humanista.
Aunque el humanismo real lo manifestó el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, que afirmó que junto a sus pares de Lituania y Letonia consideran solicitarle a la OTAN que sostenga conversaciones de urgencia, ya que la “integridad territorial” de su país está en peligro. ¿La OTAN? ¿La misma alianza militar que destruyó Afganistán, Irak y Libia? ¿La misma OTAN integrada por militares acusados de cometer flagrantes violaciones a los derechos humanos? Sí, para Morawiecki la seguridad lo es todo y lo demás no importa nada. Por eso, el gobierno polaco anunció la construcción de un muro fronterizo. Según la agencia de noticia DW, el muro tendrá un costo de 407 millones de dólares y tendrá una longitud de 180 kilómetros. 407 millones de dólares en hormigón, alambres de púas, cámaras de seguridad y, no puede faltar, armamento de última tecnología. Todo made in USA, EU o Israel. ¿Por qué no se le pregunta a los migrantes que están en la frontera qué hacer con ese dinero? Mejor no. Quienes ahora van a tener la palabra –y sus cuentas bancarias abiertas de par en par- son las empresas constructoras y armamentísticas que van levantando (y convirtiendo en un polvorín) los muros que separan las fronteras entre países.
Hace apenas unos días, el portal InfoMigrants reveló que un joven kurdo de 14 años murió de hipotermia entre Polonia y Bielorrusia. Por más que fue trasladado a un hospital, murió al poco tiempo de llegar al centro médico. Agencias de noticias internacionales aseguran que, desde que comenzó esta nueva crisis migratoria, 11 personas murieron. Poco se sabe de ellas: si vivían en Siria, Irak, Yemen o Afganistán. O si dejaron a hijos e hijas, o a padres y madres, partidos por el dolor. A quienes hoy se encuentran a la deriva en una frontera impuesta, ni la geopolítica ni la geoestrategia, como tampoco los cruces verbales de presidentes y funcionarios internacionales que solo cuidan que el sistema siga funcionando pese a las injusticias, les va a salvar la vida.
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