Miedo, estigma y escarmiento judicial: La violencia de género es también institucional y social

En Europa, una de cada tres mujeres hemos sufrido violencia física o sexual siendo adultas. Y una de cada 20 hemos sido violadas.

Por María José Aguilar Idáñez

La violencia machista persiste porque se reproduce y alimenta desde ámbitos institucionales y sociales muy amplios. Y así seguirá ocurriendo mientras no se ponga el foco de las acciones en los victimarios responsables (sean parejas, padres o jueces).

El miedo que no cesa

Sucede cada día en todos los lugares: Mujeres que salen de su casa y no vuelven, o vuelven violadas, agredidas, abusadas, destruidas. Parecen casos aislados porque la prensa sólo publica y difunde ciertos casos, de vez en cuando, por su brutalidad y porque no se quiere hacer noticia de todos los casos de cada día. Pero no son casos aislados ni excepcionales, todas las mujeres aprendemos a vivir con miedo desde que somos unas crías. Cada vez que una mujer, niña, adolescente, joven, adulta o mayor, sufre una agresión, todas debemos recuperarnos. Porque hace saltar nuestras alarmas y el miedo que todas tenemos se actualiza, se hace más consciente.

Yo misma no me atrevo a cruzar el parque de mi ciudad, partir de las 8 de la tarde, a pesar de estar abierto e iluminado. Muchas ya no usamos de noche el transporte público, ni nos atrevemos a cruzar un descampado, o entrar a casa con un hombre. El miedo que aprendemos y vivimos las mujeres, además de adaptativo, es sobre todo una herramienta de control. La mitad de las mujeres que viven en ciudades grandes evitan lugares céntricos e importantes para evitar agresiones. 

En Europa, una de cada tres mujeres hemos sufrido violencia física o sexual siendo adultas. Y una de cada 20 hemos sido violadas. La mitad evitan situaciones de riesgo como salir solas o caminar por lugares poco concurridos. En España un millón trescientas mil mujeres hemos sufrido violencia sexual en algún momento de nuestra vida. Casi medio millón hemos sido violadas. Y el 99’6% de los agresores eran hombres. Con frecuencia conocidos por las mujeres.

¿Se puede pensar en la igualdad teniendo miedo? ¿Cuándo hay que ocupar tanto tiempo y energía en nuestra vida para intentar evitarlo? Sólo el 8% de las mujeres que han sufrido violencia sexual la ha denunciado. El 92% no lo hemos hecho, por vergüenza o por culpa. Por el miedo aprendido. Por el miedo que no cesa.

Por eso, no debemos olvidar ni cansarnos de repetir, lo que hace un año cantaron LasTesisY la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. El violador eres tú.

El estigma que no cesa

Somos una sociedad que estigmatiza a las víctimas de violencia machista. A todas las víctimas, de todas las violencias machistas. Porque en lugar de señalar a los victimarios seguimos haciendo recaer el peso de la culpa en las víctimas, en las mujeres. Seguimos señalando a las víctimas, a las mujeres, como responsables de las violencias que sufren. Que sufrimos.

En nuestra sociedad patriarcal todas las generaciones de personas adultas hemos sido socializadas en el machismo y el poder del hombre sobre las mujeres. Baste recordar que fue en julio de 1972, cuando España permitió a las mujeres separarse de sus maridos. Todas las personas que hoy tenemos más de 49 años hemos vivido bajo reglas, normas y mandatos sociales y culturales donde el ejercicio del poder del hombre sobre mujeres y niñas era la ley. Y quienes se rebelaban contra esas leyes, eran perseguidas y consideradas culpables. Todavía hoy.

Por eso el cambio de leyes no es suficiente. Por eso el estigma de culpar a las víctimas en lugar de culpar y señalar a los victimarios sigue pesando en nuestra sociedad: en los jueces, en los medios de medios de comunicación, en las redes sociales, donde los linchamientos sociales siempre los sufren mujeres.

Mientras sigamos diciendo que hay mujeres víctimas de violencia en lugar de decir que hay miles de asesinos de mujeres. Mientras sigamos diciendo que hay mujeres violadas en lugar de decir que hay miles de hombres violadores. Mientras sigamos ocultando, por vergüenza, los miles de niñas abusadas y violadas por sus padres u otros parientes varones. Mientras sigamos aplicando a hombres asesinos, violadores o abusadores la presunción de inocencia con una exquisitez que sistemáticamente se niega a las mujeres, porque sigue pesando en ellas el estigma de malas madres, o el de “ella se lo buscó”, o el de “algo habrá hecho”. Mientras sigamos pensando que evitar la violencia contra las mujeres y las niñas es tarea y responsabilidad de las víctimas, jamás solucionaremos el problema.

Mientras no pongamos el foco y centremos la atención en los hombres, que son quienes ejercen la violencia, seguiremos revictimizando, culpabilizando y estigmatizando a las víctimas, en lugar de protegerlas y defenderlas. Y también mientras sigamos expandiendo el negacionismo de las violencias machistas, por miedo a perder poder o privilegios, como ocurre con los relatos sostenidos por ideología de extrema derecha.

Si es patriarcal no es justicia

En España la mitad de los delitos sexuales tiene como víctima a una menor. El perfil medio de estas víctimas es de niñas y adolescentes (el 80%) con una media de edad de 11 años (aunque la mayoría empieza mucho antes a sufrir abusos). 

La mayoría de los delincuentes abusadores y violadores son hombres del entorno familiar. El padre es el agresor en la mitad de estos casos. Y no se trata de familias desestructuradas, sino de familias cuyos padres son, en el 80% de los casos, aparentemente ciudadanos perfectamente integrados en la sociedad.

Cuando una madre se entera, lo que no siempre es fácil ni rápido, que su hijo o su hija sufre abusos y agresiones sexuales por parte del padre, lo que hace es denunciarlo para proteger a sus criaturas. Es lo que se espera de un Estado de Derecho: que proteja a las víctimas de violencia sexual, especialmente si son menores de edad.

Sin embargo, en España se protege a los delincuentes victimarios en lugar de proteger a las víctimas. En España no se protege a las madres que denuncian violencia de género y sexual hacia sus hijos e hijas. Porque nuestro Estado aplica una política de arrancamiento, de quita de custodias a las madres que han presentado denuncias por maltratos y abuso sexual infantil hacia sus hijos por parte de sus progenitores.

Las sentencias contra las madres protectoras son ejemplarizantes e incluyen, como escarmiento, la condena a prisión de mujeres que se han negado a entregar a sus hijos a los abusadores. En España, se encarcela a las madres por proteger a sus hijos. En España no se escucha a las madres ni a los menores en la mayoría de estos procesos. 

El caso de Juana Rivas, lamentablemente, no ha sido el único donde el Estado ha protegido al agresor y condenado a las víctimas. Ángela González llegó a denunciar hasta 50 veces al agresor pidiendo protección para su hija. No fue escuchada y la niña terminó asesinada por su padre en una visita no vigilada cuando tenía 7 años. Lo grave es que no son casos aislados ni del pasado: María Salmerón, Sara B.B., Helena Cuadrado o Patricia González son algunas de las madres que han sido encarceladas, condenadas (o en proceso de serlo) por intentar proteger a sus hijos de progenitores violentos. La reciente condena de prisión a María Sevilla por proteger a su hijo, que fue entregado hace dos años al padre (presunto) agresor y abusador, es otro ejemplo más de esta mal llamada justicia machista y abusadora que revictimiza a los menores y criminaliza a las madres protectoras. Cuyos efectos solo mitigamos en una muy pequeña parte, y varios años después de las condenas, mediante indultos a posteriori obtenidos a base de recabar firmas de la ciudadanía.

Por eso debemos apoyar y difundir el llamamiento público internacional “para que España revise las sentencias que constituyen gravísimas violaciones a los derechos humanos, que brinde inmediata protección a niños y niñas que se encuentran conviviendo con progenitores violentos y evite el encarcelamiento, o deje sin efecto al mismo, de varias madres que están luchando para proteger a sus hijos”.

Porque la justicia, si es patriarcal, no es justicia.

Decálogo de violencias contra las mujeres

La ONU clasifica en siete bloques las violencias contra las mujeres: la violencia en el ámbito privado, la violencia sexual, la violencia en línea o digital, el feminicidio, la trata de personas, la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil.

Las violencias más frecuentes y extendidas en nuestra sociedad suelen ser las más invisibilizadas. Porque muchas, y casi todos, piensan que la agresión física es violencia; pero ignoran que la violencia de género contra las mujeres se ejerce masivamente de otras muchas formas, de las que debemos tomar conciencia, porque pasan desapercibidas para muchas mujeres y para casi todos los hombres:

La violencia económica es la que el agresor ejerce cuando impide la independencia económica de la mujer, prohibiéndole o impidiéndole trabajar o recibir formación, por ejemplo, con cualquier tipo de excusa.

La violencia psicológica es la que el agresor ejerce cuando provoca miedo e intimidación, cuando amenaza con causar daño físico a ella o a los hijos, o a sus bienes, Cuando se la obliga a aislarse de sus amistades, familiares, de la escuela o del trabajo.

La violencia emocional se ejerce cuando se busca minar la autoestima de la mujer mediante constantes críticas, insultos, desprecios, infravaloraciones y abusos verbales. Es muy difícil de detectar, y en la web del ministerio hay una sencilla herramienta para hacerlo.

El acoso sexual abarca desde el contacto físico de cualquier tipo no consensuado, hasta los abucheos y comentarios sexuales sobre el aspecto de una mujer, pedir favores sexuales, o el acecho sexual. La violación, dentro y fuera de la pareja, es la forma de violencia sexual más conocida y solo en ocasiones visibilizada. Pero no ocurre lo mismo con todas las conductas sociales que fomentan la “cultura de la violación” y que hacen que nuestro entorno normalice y justifique la violencia sexual contra las mujeres.

La violencia digital, que crece de manera exponencial, abarca todo tipo de violencia asistido por el uso de la tecnología (teléfonos, internet, redes sociales, videojuegos, mensajería, etc.). El ciberacoso, el sexting y el doxing son formas muy extendidas de violencia digital contra la mujer.

Y no olvidemos, por último, que los asesinatos machistas, los asesinatos por honor, la trata de personas, la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil, como nos dice la ONU, completan el más amplio catálogo de formas de violencia, que contra la mitad de la humanidad se siguen desplegando. 

Esperemos que cada vez con menor impunidad.

Pincha aquí si quieres tener más información y herramientas (personales y profesionales) para combatir la violencia contra las mujeres y niñas.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.