Mercadeo Laboral

 

Llevamos décadas escuchando a los matasanos de este hijoputismo, economistas se hacen llamar, abogar por las sangrías económicas que no han dado ningún resultado positivo (para el 99 % de la población) y que siempre consisten en lo mismo

Por Jesús Ausín

Le ha cogido gusto a eso de ver vídeos por el móvil. Hace dos años, apenas lo usaba para otra cosa que no fuera el WhatsApp o llamar y ahora, con tanto tiempo libre y desde que descubrió YouTube y Twitch, casi no hace otra cosa. Ya no chatea por el servicio de mensajería con el logo de un teléfono sobre un fondo verde y le aburren siempre los mismos memes sobre el gobierno, las mismas señoras desnudas que le mandan sus antiguos compañeros de la obra y los mismos saludos diarios de “buenos días”, “buenas noches” y “hasta mañana”.

Sonríe pícaro mientras disfruta al Koala en el fondo de la pantalla y su canción de “ yo soy arbañí, arbañí, arbañí,..” que tantos recuerdos le trae.

Acacio, mientras el teléfono reproduce al Koala, rememora, sin darse cuenta con una cierta sonrisa en la comisura de los labios, como hace poco más de diez años, antes de la estafa bancaria que acabó corrompiendo todo lo demás, se llevaba sus dos mil euros mensuales trabajando poniendo ladrillos a destajo, mientras los dos peones a su cargo, sudaban la gota gorda para realizar y subir la masa y los ladrillos que él ponía de tres en tres.

Ahora ha torcido el morro hacia abajo. Porque tras las vacas gordas en las que los chavales dejaban la escuela con dieciséis años recién cumplidos y se sacaban mil quinientos euros en la obra que les permitía pagar un coche a plazos y salir a dar una vuelta con la “chati” los sábados por la noche, llegaron los tiempos de rebajas, el paro, la ruina y el banco que se quedó con el coche y hasta con la casa que muchos de ellos había comprado con la misma hipoteca con la que habían comprado el vehículo. Haber dejado la escuela les cerraba todas las puertas en un mercado laboral con escasa oferta y mucha demanda. Ahí se empezó a joder todo.

Acacio, también sufrió los rigores del paro, pero a diferencia de sus peones, él al menos tenía treinta años de experiencia en el sector. Y muchos contactos. Tras casi dos años cobrando el paro, que alargó porque quería conservar el nivel de vida anterior y los salarios ya no eran ni parecidos, acabó cediendo y logró colocarse también de albañil en una empresa de reformas donde había que hacer horas extras los sábados y algún domingo  con un salario que apenas rebasaba los mil euros. La mitad que antes de la crisis. Acabada la obra en el chalet que estaban reformando, tuvo que dejar el empleo porque llegar al nuevo tajo le costaba hora y media de ida y otras dos de vuelta. Usar el coche era impensable porque se dejaría buena parte del sueldo en gasolina. Entonces, casi año y medio después, la situación había vuelto a empeorar y ya no le ofrecían nada por encima de los 950 euros. Al final hay que comer y la situación en casa, con una mujer que empezaba a estar harta de verle sentado viendo todo el día la televisión mientras ella salía  a fregar escaleras y cuando llegaba tenía que ocuparse en exclusiva de dos muchachos iniciados en la adolescencia y de las labores del hogar, se había vuelto tan tensa que las discusiones eran el pan nuestro de cada día. 

Y entonces llegó la pandemia. Y el ERTE. Y la vuelta trabajando en negro. Cobrando 650 euros de la empresa mientras la administración le pagaba lo establecido en el Expediente de Regulación Temporal de Empleo. Y cuando se acabó el ERTE, la empresa les dijo que ya no podía pagar más de esos 650 euros. Y Acacio dijo, basta ya. Hasta aquí. Se fue al paro, no sin antes negociar con su esposa un cambio importante. Él haría las tareas diarias del hogar, los chavales que ya tenían edad para contribuir haciéndose sus camas y la limpieza de sus habitaciones, haría las suyas y ella, seguiría trabajando como hasta ahora: en negro. Acabado el paro, Acacio solicitó la ayuda para mayores de 52 años y con los 451,92 € y el trabajo de su mujer, van tirando como pueden. Gran parte de la fruta, verdura y productos básicos que consumen los sacan del banco de alimentos que Cáritas tiene en el barrio. Allí no piden nada que compruebe que lo necesitas de verdad. 

Acacio ha llegado a la conclusión que es mejor ganar 450 euros y disponer de tiempo libre que ganar 650 y tener todo el día ocupado cargando masa, poniendo ladrillos y echando soleras con las que acaba con la espalda destrozada y llena de dolores. El mercado laboral ha dejado de existir para él porque ha llegado un punto en el que el trabajo no sólo no es el sustento sino que además le cuesta dinero.

Un nuevo punto de preocupación le asalta. Si la luz sigue subiendo, no sabe que es lo que van a tener que hacer para poder pagar el recibo.

Y se le pasa por la cabeza que todo está montado para acabar con los pobres.

*****

 

Mercadeo laboral

Los viejos médicos de los medievales reyes europeos indicaban las sangrías en el cuerpo como remedio de los numerosos males que padecían sus altezas. Estos se ponían hasta arriba del ácido úrico de las liebres, faisanes, cochinillos, palomas y corderos que se metían cada día entre pecho y espalda. Pero eso no cotizaba como problema. No tenían ni puñetera idea de la mayor parte del porqué de las dolencias de sus majestades y sin embargo eran considerados eruditos cuyo cuestionamiento era impensable.

Llevamos décadas escuchando a los matasanos de este hijoputismo, economistas se hacen llamar, abogar por las sangrías económicas que no han dado ningún resultado positivo (para el 99 % de la población) y que siempre consisten en lo mismo. Bajada de salarios, precariedad en el empleo y bajada de impuestos a las empresas y a los ricos, según dicen ellos, para estimular la creación de empleo. El resultado ha sido que los ricos, en lugar de crear empleo, se han fugado con el capital a paraísos fiscales y lo han invertido en fondos especulativos que les producen pingues beneficios a base de la pescadilla que se muerde la cola como lo es que, estos fondos en su ansia especulativa, presionan para que los salarios sean cada vez más bajos (y así las ganancias mayores) y con ello la extensión de la pobreza por doquier.

Se viene reproduciendo el mantra continuo de que en un país lleno de parados como España, no hay trabajadores para recoger la uva en Castilla-La Mancha, las fresas en Huelva, o en la hostelería y/o la construcción. Me resulta curioso que el cocinero Karlos Arguiñano no haya tenido ningún problema para vendimiar sus majuelos de Chacolí. Claro que quizá los 67,60 € diarios por 8 horas de trabajo y los 11 € por cada hora extra, que aunque no parece mucho, comparado con los 40 euros o los 25 que se pagan en otros sitios, son una delicatessen salarial. Ese es el secreto de que Arguiñano si tenga vendimiadores y otros no. Siempre hay gente dispuesta si el salario compensa.

En España se calcula que hay más de dos millones de trabajadores sin cualificación. Lo que no quiere decir que por ello tengan que ser esclavos. Evidentemente, no va a cobrar lo mismo un trabajador cualificado que otro que no sabe lo que está haciendo. Pero nadie nace sabiendo. Ofrecer contratos de 450 euros por cuatro horas, y hacer que la jornada laboral se alargue hasta las 9, 10 o incluso 11 horas seguidas de trabajo por el mismo salario, por las propinas o por una miseria en B, es EXPLOTACIÓN LABORAL. En sectores como la hostelería y la construcción, saben mucho de eso. Y esto no es algo puntual. Con dieciséis años, en una mala época de estudios, acabé trabajando en un restaurante con un horario laboral de 07:30 a 17:00 y de 19:00 a 02:00 por 4.000 pesetas al mes (el salario normal estaba entonces entorno a las 25.000 pesetas/mes). Gracias a que siempre he sido muy inocente y que las cosas que no me gustan las suelo decir a la cara, hice constar ante el jefe mi disgusto por el horario, así como con las malas condiciones en las que se encontraba la comida que iban a cocinar después de cuatro días cerrado. Eso me supuso que me mandaran a casa al segundo día hasta que llegara el contrato firmado por la delegación de Trabajo. Lo que nunca sucedió.

Tras el Brexit, dónde el Reino Unido de la Gran Bretaña ha expulsado del país a la mayor parte de los extranjeros que hacían los trabajos que los británicos no quieren hacer (camareros, transportistas, reponedores,… ) porque son los peor pagados, y tras la escasez de materias primas, han llegado los problemas de abastecimiento. A partir de esa situación que no ha sucedido de un día para otro, en los últimos 9 meses allí, el salario de los camioneros ha subido un 15 % hasta rozar las 36.000 libras/año, unos 42.000 euros (3.000 euros mes en 14 pagas). El salario de un camionero en la Pérfida Albión es un 65 % mayor que el que se paga en España a nuestros transportistas.

La teoría entre los economeópatas del hijoputismo es que los salarios altos hacen que los productos no se vendan porque no pueden competir. Por eso se llevaron la producción de casi todo a China y al Sureste asiático (ropa, manufacturas, zapatillas, electrónica,…) Ahora, ante la escasez y el colapso mundial de cargueros, como está ocurriendo en el Puerto de Los Ángeles tenemos serios problemas de abastecimiento y no somos capaces de fabricar casi nada. Los salarios decentes no sólo no inciden negativamente en la competitividad, sino que elevan el nivel de vida de los trabajadores y hacen que consuman más (lo que a su vez es extremadamente malo para el planeta). Los salarios de miseria crean pobreza (25,3 % de la población española es pobre), aumentan el CO2 del planeta por el consumo de productos precocinados, y sobre todo provocan un gasto en sanidad indecente. Con todo, lo peor está en que los salarios de miseria provocan que la vida no sea apetecible para el que tiene que vivir en la pobreza más absoluta.

Este hijoputismo, ha acabado con el mercado de trabajo tradicional. Se llevaron la fabricación a países dónde las condiciones de la mano de obra en esclavitud son permitidas, porque era más económico para el empresario. Le pusieron un nombre rimbombante: globalización.  Y así, globalizando a la baja y cercenando derechos fueron reproduciendo la situación del subdesarrollo laboral en el llamado primer mundo. Ha llegado un punto, como decía el otro día Guillermo Fesser en Twitter refiriéndose a los numerosos carteles que en USA aparecen en los comercios con el anuncio “NOW HIRING” (Se necesita personal),  que “a la gente le pagan más por quedarse en casa viendo Netflix que por ir a trabajar y, en consecuencia, optan por la primera alternativa”.  Ha llegado el punto en el que las personas están empezando a darse cuenta de que trabajar y estar todo el día ocupado para ganar un salario de miseria que apenas supera cualquier ayuda pública, no merece la pena. Y que la vida ya no puede ser más miserable que trabajar por 500 euros al mes.

Hay quién dice que toda esta escalada de precios de la electricidad y de las materias primas tiene como finalidad acabar con los pobres. Si no puedes pagar la luz, y no puedes comer, acabarás quitándote la vida. Pero yo soy de los que opinan que las personas, al igual que los animales cuando se ven acorraladas y peligra su subsistencia, se comportan de manera peligrosa. Seguramente es lo que se pretende. Que nos matemos entre nosotros. Pero jugar con fuego suele acabar quemando lo que más quieres.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.