Mensaje de Navidad al ciudadano Felipe

Por Daniel Seijo

Esta noche me dirijo a usted con la mayor dignidad desde la España real, alejado de los grandes palacios y las instituciones de poder en donde los problemas de los españoles no siempre son lo primordial, donde las tradiciones y los privilegios atesorados con el paso del tiempo enturbian en más ocasiones de las deseadas el juicio de los que allí se atrincheran con la intención de resguardar su poder ante el pueblo. Lo hago plenamente consciente del inmenso abismo que separa la humildad y el esfuerzo de las familias trabajadoras de nuestro país de la opulencia de los techos, las paredes, los cuadros y tapices del Palacio Real en el que seguramente, a estas horas, se prepara para lanzar su mensaje anual a los españoles. En definitiva, encaro esta tarea consciente de pertenecer a clases sociales diferentes.

 

Sin duda, como españoles, debemos conocer y recordar nuestra historia, puesto que esta nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro, nos permite a su vez comprender como, tras la huida de Alfonso XIII el 14 de abril de 1931, tan solo la dictadura, y el terror ejercido por esta durante décadas, fue capaz de reinstaurar la monarquía en nuestro país. Pareciese olvidar que, cuando con tanta solemnidad se dirige usted cada navidad al pueblo español, la «legitimidad» de su poder se sustenta en el designio de un dictador y, por tanto, en todas las víctimas, las torturas, los represaliados y denigrados que el pequeño tirano de Ferrol dejó a su paso en su camino para alcanzar sus objetivos, entre ellos el de transmitir en herencia una monarquía fiel a los principios del «glorioso movimiento nacional». Como usted bien reconoce, la historia define y explica nuestra identidad a lo largo del tiempo.

La situación económica, los derechos sociales o la libertad de expresión se enfrentan hoy en nuestro país a una amenaza semejante a la que supuso para ellos la propia dictadura

Creo sinceramente que hoy vivimos tiempos en los que es más necesario que nunca reconocernos en todo lo que nos une. Es necesario poner en valor lo que hemos construido a lo largo del tiempo con grandes sacrificios y enorme entrega, pero considero también imprescindible retomar nuestra capacidad de lucha y, con ella, plantar cara a todos aquellos que han visto en la generosidad del pueblo español una señal de debilidad. Resulta vital ensalzar nuestra conciencia de clase, comprender que las amenazas a nuestra sanidad pública, a nuestra educación o a nuestros derechos laborales son también amenazas directas a todo aquello que nos puede identificar como españoles, pero también como gallegos, catalanes, vascos… En la España del régimen del 78 o el caso Nóos, no tienen ya cabida los sentimientos y sensibilidades de la clase obrera de nuestro país. Por tanto, quienes hoy defienden a los corruptos, quienes intercambian con ellos cariñosos mensajes de ánimo pese a la desfachatez de sus corruptelas, dan con sus actos la espalda al conjunto del pueblo español.

Una gran nación es definida por todos aquellos que cada mañana saludan al sol, no con camisas nuevas y viejos rencores, sino con la esperanza y el esfuerzo de quienes con su trabajo son el principal sostén de sus familias; por la diversidad cultural presente en los pueblos que la forman, por sus lenguas, por sus pensadores, científicos, obreros, pero también por aquellos que, huyendo del infierno de la guerra y la desigualdad, llegan a nuestro territorio dispuestos a buscar un futuro mejor dentro de nuestras fronteras. Por todo ello, en una España en donde el fascismo reaparece con impunidad, donde la precariedad es la norma y las vallas y concertinas suponen nuestro mensaje al migrante, tenemos sobradas razones para dudar de la grandeza de nuestro Estado. Un Estado en donde la democracia y las leyes que la sustentan expresan cada día más dudas que certezas para gran parte de sus habitantes. Ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, resulta complicado cuando su Constitución responde con mayor celeridad a los mercados que a su propio pueblo.

Tras su mensaje sobre la situación en Catalunya, en el que pese a su supuesta intención de fortalecer la cohesión nacional consiguió con sus palabras más bien todo lo contrario al dirigirse en el mismo tan solo a una parte de los españoles; obviando con ello a quienes en esos cruciales momentos sufrían la violencia institucional y la represión de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado español, únicamente por su firme convencimiento para expresar su voluntad democrática, la monarquía y con ella su figura se ha situado de nuevo frente al cambio, frente a la expresión popular. Un acto que, me atrevo a pronosticarle, ha puesto fecha al fin de su reinado.

La España actual es muy distinta de la España de los siglos que nos preceden gracias a la batalla de tantos y tantas compañeras que han dedicado su vida a la firme lucha contra la injusticia, las bravuconadas e insolencias a las que la corona nos tiene acostumbrados, no serán ya cosa de un día en una sociedad en donde el hartazgo y la precariedad no dan ya lugar al fiel e inculto servilismo. Los intereses generales de la población deben estar por encima de cualquier institución, por mucho que esta se crea acompañada del peso de la historia. La imposición de un proyecto económico y un Estado depredador de unos pocos privilegiados sobre la voluntad del conjunto de los españoles nos ha conducido a la decadencia, al empobrecimiento y a la desesperanza. Pero el inmovilismo, el delegar cualquier esperanza de cambio en los partidos políticos y en un marco constitucional injusto e inamovible, es un error de nuestro pasado que no debemos volver a cometer.

Ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, resulta complicado cuando su constitución responde con mayor celeridad a los mercados que a su propio pueblo

Hoy  me dirijo al ciudadano Felipe -puesto que esa es la única realidad en donde lo reconozco- para garantizarle que nuestro camino es ya, de manera irrenunciable, el de la lucha social, la dignidad y la solidaridad en democracia y libertad entre pueblos y compañeros. Por ello respetar la lucha de quienes hoy desafían leyes injustas y modelos obsoletos es defender la convivencia democrática anhelada por el pueblo español en los más difíciles momentos de la dictadura franquista, es defender los derechos y libertades por los que miles de españoles derramaron su sangre durante la guerra civil española y es también defender nuestra diversidad cultural y territorial.

Esta noche quiero reiterar un mensaje de esperanza, pero también un desesperado llamamiento a la acción para todos aquellos que atenazados por la pobreza y la precariedad ven la salida demasiado lejana. Su lucha es nuestra lucha, al igual que debe ser nuestra la causa de todos los pueblos que en cada rincón del mundo hoy se levantan contra la injusticia y contra la imposición de un sistema de clases cada día más asfixiante. Los enemigos son muchos, la batalla será dura, pero no puede existir paz y tranquilidad en la derrota o la rendición. La situación económica, los derechos sociales o la libertad de expresión se enfrentan hoy a una amenaza semejante a la que supuso para ellos la propia dictadura, tan solo la firme y digna lucha del pueblo español puede hacer retroceder a quienes contra él avanzan.

Finalmente, no quiero despedirme esta noche sin decirle, con total convicción, que es a los españoles a los que nos corresponde seguir escribiendo la historia de nuestro tiempo y que vamos a hacerlo como ya hemos demostrado que sabemos, el fin del anacronismo que supone una corona hereditaria en nuestro Estado es un hecho que simplemente falta concretar en el tiempo, a usted le corresponde sin embargo decidir la forma. Sin duda, la historia recordaría con mayor benevolencia a un ciudadano Felipe digno y generoso con su pueblo que a un monarca destronado tras enrocarse en su cargo hasta el último momento.

Con la confianza de que tan solo por una vez anteponga el futuro de los españoles al de la propia corona,  me despido deseándole una muy Feliz Navidad y un próspero año 2018.

 

5 Comments

  1. Un mensaje extraordinario de quien ha redactado estas palabras que encierran verdades como catedrales de grandes. Quien tenga capacidad para pensar lo haga.
    Me pregunto si el Borbón llegará a leer estas palabras, si no él mismo, alguno de sus consejeros, y si lo hace, o llegan a su conocimiento que pensará de ellas. Para ser Rey hay que tener grandeza de miras y creo que no todo el mundo está preparado para ello. Creo que para ser Rey primero hay que mirar desde abajo hacia arriba y no a la inversa. Si no se hace de esta guisa es mejor no ser Rey y dedicarse a otra cosa.

  2. atribulado discurso navideño de 2017 ha mostrado de nuevo que no es, o por lo menos no se siente rey o monarca de todos los españoles, solo lo es y así se siente de aquellos que el cree, sabe o espera que le defienden.
    En un borbónico y patético discurso de nuevo bendice unas cosas y maldice o desdeña a otras, defiende con encono la unidad de las Españas imperiales sin reconocer que ya no hay imperios en su corona, solo añoranzas pretéritas y trasnochadas y ducados de Barcelona. Siendo así hay que preguntar y preguntarle ¿Qué va a hacer como Comandante en Jefe del Ejército Español?, antes de que le sustituyan o le maten los mismos que usted cree que le defienden.
    Un saludo a la corona D. Felipe, disfrute lo que pueda mientras pueda y a sus aliados les interese.

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