Por Daniel Seijo
Buen día,
De nuevo me dirijo a usted con la mayor dignidad desde la España real, la España de las colas del hambre, la de los desahucios, la España de los represaliados, la ley mordaza, la especulación inmobiliaria y la precariedad y el paro como único “pago” garantizado cada jornada. Me dirijo a usted muy alejado de los grandes palacios y las instituciones de poder que le rodean y que únicamente por su nacimiento usted ocupa. Un lugar en de privilegio en el que los problemas de los españoles no siempre suponen el tema prioritario encima de la mesa de negociación. Un espacio en el que la vocación de servir, la lealtad, la responsabilidad y la entrega, se vinculan más a los pasillos del IBEX 35 que a la gente de la calle. Solo desde la soledad ensordecedora de un arcaico palacio como el suyo se puede llegar a a comprender tal desconexión con los problemas y las expectativas reales de los españoles.
De antemano “le agradezco el fin en la displicencia” de su comportamiento, cuando tras un prolongado silencio –impuesto quizás por las circunstancias de su oscuro linaje– al fin se ve obligado por los protocolos y las tradiciones de nuestras instituciones a dirigirse al que se supone que es su pueblo. Ese pueblo al que dice representar en su cargo, aun cuando solo con dificultades podría identificarlo alejado de sus más altos representantes. Debe ser usted consciente de que a cada paso se acentúan las diferencias entre el esfuerzo de las familias trabajadoras de nuestro país y la opulencia y la indecencia de los techos, las paredes, los cuadros y los tapices del Palacio Real que hoy supone ya únicamente una trinchera frente a la rabia del pueblo y un espejismo para aquellos que visitan nuestro país únicamente seducidos por los mercaderes que ven en usted un oportuno y exótico agasajo previo a importantes firmas comerciales. Sin duda conocerá usted perfectamente de que le hablo cuando menciono estas ceremonias, por ellas se encuentra hoy su padre refugiado en una sapatría del Golfo huyendo del peso de la justicia, la democracia de la Agencia Tributaria y las tensiones de su bragueta que en tantos charcos lo han inmiscuido y de las que tan poco se había hablado hasta su accidente de caza con su queridísima amiga Corina. Amiga hoy transformada en supuesta y despechada amante y cómplice necesaria. También su hermana hizo sus pinitos en los despachos, no lo olvidemos, cierto es que con suma torpeza y peor suerte, quizás no fuera ella la más agradecida en su “Caja B Real”, pero mejor centrémonos en lo que conocemos, en lo probado. El resto son solo supuestos secretos de corona de los que sin duda usted no nos va a hablar. El misterio de los Borbones para multiplicar su patrimonio sin atender al presupuesto real, es algo que se llevarán a la tumba.
La historia recordaría con mayor benevolencia a un ciudadano digno y generoso con su pueblo que a un monarca destronado tras enrocarse en su cargo hasta el último momento
Todo español recordará durante estos momentos de crisis y desasosiego la realidad de una corona cobarde dibujada en la huida de Alfonso XIII el 14 de abril de 1931, recordará durante su discurso una institución capaz de abandonar su responsabilidad por miedo a la democracia y únicamente resucitada tras una larga y sangrienta Guerra Civil y una dictadura militar de la que su padre y usted son directos herederos. Recordaremos su corona “majestad” tal y como usted recuerda sin duda alguna los consejos de Franco, luchando en su interior por defender un modelo de estado que el caudillo quiso dejar “atado y bien atado”. Cuando con tanta solemnidad se dirige usted en su discurso al pueblo español y especialmente a las personas más afectadas y que más han sufrido durante este año, debiera dedicar unos segundos a reflexionar acerca de como su poder se sustenta todavía a día de hoy en el designio de un dictador y, por tanto, en todas las víctimas, las torturas, los represaliados y denigrados que el pequeño tirano de Ferrol dejó a su paso para alcanzar sus objetivos a sangre y fuego, entre ellos el de transmitir en herencia su victoria a una monarquía fiel a los principios del «glorioso movimiento nacional». Como usted bien conoce, la historia y nuestros intereses materiales definen y explican nuestra identidad a lo largo del tiempo.
Este año es el año en el que como pueblo al fin hemos logrado expulsar al dictador de su mausoleo, recuperar el Pazo de Meirás de su expolio y supone también un año más en el que persistimos en la lucha contra los exaltados demonios de ultraderecha que algunos actores del poder más reaccionario, incluido usted mismo, decidieron resucitar para poder utilizarlos como ariete político contra el pueblo catalán. Mientras que la situación económica y los derechos sociales o la libertad de expresión se veían arrastrados a la ignominia en nuestro país, usted decidía presentarse ante la opinión pública como garante de la unidad de algo que a todas luces estaba roto y que jamás se podría sostener con represión y polarización. Tal y como sus actos y sus palabras finalmente propiciaron. Azuzó usted una contestación reaccionaria, un revival de la derecha más casposa y cuando las aguas al fin se calmaron fruto de la derrota de sus compañeros de batalla, guardó entonces silencio ignorando las conquistas sociales y el legado democrático que todavía hoy recupera las plazas más oscuras que permanecían en manos de la dictadura. Mientras los chats de generales coquetean con la idea de una monarquía golpista o los tejemanejes del emérito apuntan a la rampante corrupción en el seno de la corona, lo único que de su labor como jefe de estado conocemos es lo que nos transmiten los informativos cada vez que, sin saber muy bien el motivo, usted abandona su palacio para lucir palmito ante las cámaras estratégicamente ubicadas. Sería usted un buen relaciones públicas tras toda una vida dedicada a ello, quizás Froilán se lo agradeciese y quizás también lograse usted así que en medio de una pandemia de difíciles implicaciones para todos los españoles, los niñatos malcriados de la realeza aprendiesen a llevar puesta la mascarilla en salidas de tono. Quizás… Solo quizás.
Una gran nación es definida por todos aquellos que cada mañana saludan al sol, no con camisas nuevas y viejos rencores, sino con la esperanza y el esfuerzo de quienes con su trabajo suponen el principal sostén de sus familias; por la diversidad cultural presente en los pueblos que la forman, por sus lenguas, por sus pensadores, científicos, obreros, pero también por aquellos que, huyendo del infierno de la guerra y la desigualdad, llegan a nuestro territorio dispuestos a buscar un futuro mejor dentro de nuestras fronteras. Por todo ello, en una España en donde el fascismo reaparece con impunidad, donde la precariedad es la norma y las vallas y concertinas suponen nuestro mensaje al migrante, tenemos sobradas razones para dudar de la grandeza de nuestro Estado. Un Estado en donde la democracia y las leyes que la sustentan expresan cada día más dudas que certezas para gran parte de sus habitantes. Ser y sentirse español, querer, admirar y respetar a España, resulta complicado cuando su Constitución responde con mayor celeridad a los mercados que a su propio pueblo.
Hoy me dirijo al ciudadano Felipe –puesto que esa es la única realidad en donde lo reconozco– para garantizarle una vez más que nuestro camino es ya, de manera irrenunciable, el de la lucha social, la dignidad y la solidaridad. Prometiendo firmemente que nuestra batalla se dará inserta en la cultura democrática y la libertad entre pueblos y compañeros. Por ello respetar la lucha de quienes hoy desafían leyes injustas y modelos obsoletos es defender la convivencia democrática anhelada por el pueblo español en los más difíciles momentos de la dictadura franquista, es defender los derechos y libertades por los que miles de españoles derramaron su sangre durante la Guerra Civil española y es también defender nuestra diversidad cultural y territorial. Lejos queda todavía el republicanismo que interesadamente algunos quieren hoy reclamar como electoralistas cantos de sirena y tampoco ellos merecen llevar sobre su espalda la responsabilidad del proyecto por el que tantos otros dieron su vida, es preciso partir de la realidad social de un proyecto de República inexistente, tejer sociedad, tejer pueblo, en cada barrio, en cada localidad, en cada hogar. Resulta preciso analizar por ello el modelo de estado que queremos y merecemos ser, sin negarnos a enfrentar debates quizás duros y prolongados. Resulta indispensable recuperar la noción de lo público como algo irrenunciable, no dando nunca más un paso atrás y reconquistando plazas que ahora resultan inimaginables. Nacionalizar, democratizar y compartir las riquezas de un pueblo es el mayor elogio que uno le puede otorgar al proyecto republicano, el resto son palabras venenosas, intereses espúreos, falsas promesas. No existe mayor motivo que la democracia misma, ni motivo más importante que la injusticia de una jefatura de estado heredada, para luchar por poner fin a la monarquía. Nadie que se diga monárquico, juancarlista, felipista o froilanista puede ser considerado un demócrata. Del mismo modo que el sexo, el color de la piel o el lugar de nacimiento no pueden suponer motivo alguno para la adscripción de un privilegio, el linaje de una familia tampoco debe llevar implícito reconocimiento alguno. El fin de todas las desigualdades comienza por la erradicación de las más evidentes.
Todo español recordará durante estos momentos de crisis y desasosiego la realidad de una corona cobarde dibujada en la huida de Alfonso XIII el 14 de abril de 1931
Esta noche quiero reiterar un mensaje de esperanza, pero también un desesperado llamamiento a la acción para todos aquellos que atenazados por la pobreza y la precariedad ven la salida demasiado lejana. Su lucha es nuestra lucha, al igual que debe ser nuestra la causa de todos los pueblos que en cada rincón del mundo hoy se levantan contra la injusticia y contra la imposición de un sistema de clases cada día más asfixiante. Los enemigos son muchos, la batalla será dura, pero no puede existir paz y tranquilidad en la derrota o la rendición. La situación económica, los derechos sociales o la libertad de expresión se enfrentan hoy a una amenaza semejante a la que supuso para ellos la propia dictadura, tan solo la firme y digna lucha del pueblo puede hacer retroceder a quienes contra él avanzan.
Finalmente, no quiero despedirme esta noche sin decirle, con total convicción, que es a la clase trabajadora en toda su extensión, mucho mayor de lo que sus propios miembros consideran, a quienes nos corresponde seguir escribiendo la historia de nuestro tiempo y que vamos a hacerlo como ya hemos demostrado que sabemos, el fin del anacronismo que supone una corona hereditaria en nuestro Estado es un hecho que simplemente falta concretar en el tiempo. Felipe, a usted le corresponde sin embargo decidir la forma. Sin duda, la historia recordaría con mayor benevolencia a un ciudadano digno y generoso con su pueblo que a un monarca destronado tras enrocarse en su cargo hasta el último momento.
Tenemos un gran potencial como estado. Pensemos en grande. Avancemos democráticamente al fin con ambición. Como pueblo. Sabemos hacerlo y lo hemos hecho antes…
Con ese ánimo y con la confianza de que tan solo por una vez anteponga el futuro de su pueblo al de la propia corona, me despido deseándole muy felices pascuas y un próspero año 2021.
¡Viva a clase trabajadora! ¡Viva el pueblo! ¡Viva la República!
Viva la república