Por Abel Aparicio
Son muchos los libros de los que se dice que su lectura debe ser obligatoria, o la menos recomendada, en centros educativos. Estamos ante uno de ellos, ya que nos muestra la más trágica historia reciente de nuestro país. Memoria del frío (Hoja de Lata, 2021) es un libro escrito a través de la mirada Miguel Martínez del Arco. Una mirada siempre acompañada, o protegida, de la mirada de su madre, Manolita del Arco, la mujer que más años pasó en cárceles franquistas. La historia, lo vivido, nos marca el presente. Muchas de las preguntas que nos hacemos hoy en día sobre el auge de la extrema derecha tienen su respuesta en este libro. Hablamos tanto con su autor, Miguel, como con sus editores, Laura Sandoval y Daniel Álvarez.
Conversación con Miguel Martínez del Arco
Escarbar en el pasado, cuando este es duro, entiendo que hace daño, contarlo en un libro, ¿alivia o profundiza ese dolor?
Quizá ni alivia ni profundiza el dolor como tal. Cuando uno escarba en las vivencias de las personas descubre —o redescubre— universos complejos, ámbitos poco conocidos o extraños, espacios que antes no se habían tocado. Y en cada uno existen experiencias luminosas y otras muy alejadas de la luz. Quiero decir que entrar en el pasado es sobre todo gestionar sus dilemas, y más aún los dilemas del presente.
Te hice una pregunta similar en la fiesta del PCE, pero no la formulé bien, voy a intentarlo de nuevo. Muchas personas conocen el nombre de los hombres que más tiempo pasaron en cárceles franquistas y sufrieron represión y tortura, ¿por qué tantos desconocíamos el nombre de Manolita del Arco?
Creo primero que es necesario aclarar que la primera premisa quizá no es muy exacta. Muy poca gente en realidad conoce los nombres ni las vidas de los hombres de la resistencia. Existe un cierto conocimiento, muy por debajo de lo adecuado, de figuras como Marcos Ana. Escaso, muy escaso en todo caso. Pero efectivamente, la historia de las mujeres ha estado espacialmente ocultada. Apenas hay testimonios sobre su vida y su lucha. Sin duda, ello tiene que ver con su condición de mujeres, de manera que las escasas veces que aparecen lo hacen como meras comparsas, como acompañantes, como figuras en la parte de atrás de las imágenes. Por resumir, la causa de esto se llama patriarcado: el machismo como marchamo ideológico que todo lo impregna. Ni el nombre de Manolita del Arco ni el de tantas otras están en la conciencia de la gente, porque la trayectoria de vida de las mujeres, sus reivindicaciones y sus luchas, siguen ocupando un espacio oculto.
Haces un viaje por muchos lugares, desde Mansilla de las Mulas (León), hasta A Coruña, Bilbao o Madrid y cárceles como las de Segovia, Málaga o Alcalá de Henares. ¿Era España una cárcel?
Sí, España a lo largo de la dictadura fue un espacio global de represión. De cárceles, de reformatorios, de campos de trabajo, de batallones de trabajos forzados… También de muros de cementerios donde tanta gente fue fusilada. Fue además un territorio donde el ejercicio del terror masivo acalló gargantas, plegó voces, impidió palabras y miradas. Y aún hoy hay un gran ámbito de silencio sobre la dictadura, y cuando se producen pequeños intentos por ejercer la memoria, lo que aparece es una gran batalla cultural. Ello en un territorio que es aún una gran fosa común, donde más de 130.000 personas desaparecidas siguen enterradas en cunetas que no se han abierto. Un gran tumba colectiva bajo nuestros pies. Pero esas personas, muertas injustamente, nos siguen hablando.
Durante el libro muestras varias veces dos puntos que considero claves. El primero es la sonrisa de las presas. Como dice un buen amigo, ¿es un sonresistimos?
La sonrisa y más: la risa. El ejercicio del humor de las mujeres represaliadas es un rasgo luminoso de resistencia. El humor es un magnífico sentido de trasformación, que subvierte la realidad, y permite además evitar esas miradas solemnes. Es también un ejemplo feminista de dar la vuelta a la realidad y poner la vida en el centro.
La segunda es una pregunta, ¿mereció la pena?
Es una pregunta que tristemente no podemos hacer a las protagonistas. Lo que queda para mí son los recuerdos de esas vivencias narradas. Objetivamente, el esfuerzo sostenido en el tiempo de las mujeres resistentes supuso sacrificios imposibles. Sin embargo, sigo pensando que mereció la pena pese a todo. Creo que para ellas, porque fueron protagonistas de sus vidas a todo fuelle, con pasión, con inteligencia, sabiendo el riesgo. Y sobre todo para nosotras y nosotros, porque gracias a ellas disfrutamos de derechos que son largas conquistas. En especial, desde una lectura feminista, no solo por ser capaces de dotarse a sí mismas de espacios propios, sino porque configuran una manera diferente de entender el mundo a partir de una visión de la vida alrededor de lo que más nos importa: su sostenimiento en respeto a las personas y al entorno en el que nos desenvolvemos.
En la reciente democracia siempre ha estado presente la ultraderecha. Durante muchos años se escondían o se avergonzaban de contarlo en público. Ahora lo pregonan orgullosos a los cuatro vientos, ¿Qué ha cambiado para que esto sea así?
No tengo una respuesta clara a ello. Creo que es muy compleja. Por una parte, la gran embestida que las políticas ultraliberales y neocon ha tenido en los países enriquecidos desde hace 30 o 40 años. Una embestida que ha tratado de limitar derechos, de ningunear espacios sociales, de evitar la participación, la democracia, la comunicación y la opinión. Detrás se esconde también una propuesta económica expoliadora de las personas y del medio ambiente, de los recursos naturales. Una práctica despiadada de expolio cotidiano, de extorsión, de saqueo. En esa embestida las fuerzas populares y sus representantes quizá no han sabido o no han podido encontrar alternativas que configuraran ejes de acción que se contrapusieran a ello. Y en la batalla ideológica, la extrema derecha ha encontrado en algunos sectores del precariado desilusionado y sin expectativas un campo abonado para impregnar con planteamientos simples que solo buscan generar enemigos. Enemigos en “los otros” que son siempre los más vulnerables.
En el libro dejas muy claro como era el trato en las cárceles, en las comisarías, en los juzgados. Los mismos que ejercían en plena dictadura lo siguieron (o siguen) haciendo en democracia, incluso premiados por gobiernos socialistas ¿Se puede uno acostar franquista y levantarse demócrata?
Bueno, yo creo que no se puede tener al respecto posturas unívocas, tajantes. No sé si uno en una noche puede cambiar tanto de manera de ver el mundo. Creo que el tema está en qué intereses llegan a defenderse. Hay quienes creemos luchar contra la injusticia, la ignorancia, las desigualdades, el patriarcado, y quienes los defienden porque es un espacio de privilegios, Creo que ahí está la clave. Sin embargo, sigo pensando que tenemos la capacidad para cambios personales que son colectivos, y que ello supone que personas con ideologías “reaccionarias” podrían cambiar cuando encuentran los resortes que favorecen una comprensión más acorde con las necesidades de las mayorías. No pretendo ser buenista ni pienso en conversiones tipo Pablo cayendo del caballo, pero creo que es importante invertir en las conciencias. Ello no quita que el franquismo como manera de entender la vida (ideológica, social, económica…) ha permanecido y sigue ahí. Especialmente en muchas instituciones que tras la transición no fueron democratizadas ni renovadas, aquellas que son realmente el poder.
Al final haces hincapié en el silencio, en el no decir, en el disimular, el callar. ¿Sigue presente ese miedo?
En un buen grado, sí. Sigue existiendo en este país mucha tendencia a la queja musitada y escaso ejercicio de la crítica, de la denuncia, de la voz que explica. La dictadura, y antes de ello la historia de este país al menos desde el XIX, responde a un modelo de fractura de la participación efectiva y del ejercicio de la opinión sin miedo.
Hay un punto que considero clave en el libro. En un momento dado, un hombre “del partido” le dice a Manolita (creo que era a ella) como tienen que actuar. Esta, lejos de amedrentarse, le responde que sobre ellas deciden ellas mismas y que ya está bien de decirle a la gente que está en la cárcel lo que tienen o no tienen que hacer.
Viene a explicarse por lo anterior. Con más o menos elaboración teórica, esas mujeres ejercieron el ejercicio de la independencia personal y de la pelea por su espacio. Sus propios compañeros de militancia las sometieron al ninguneo y a la subordinación… Y ellas trataron, y muchas veces consiguieron, generar rutas propias.
Para finalizar, tres recomendaciones que solicito al autor. El título de un libro, de una canción y de una película.
Es muy difícil elegir entre tanto posible. La novela preferida de mi madre fue “La montaña mágica”, de Thomas Mann, y no me parece una mala recomendación. Pero mi obra literaria favorita sigue siendo Rayuela de Julio Cortázar. Si solo puedo elegir una canción, buscaría una actual, quizá “Golpe maestro” de Vetusta Morla. Una película: es por temporadas, pero casi siempre vuelvo a “Con faldas y a lo loco” de Billy Wilder, con Marilyn Monroe y su mejor risa.
130.000 personas desaparecidas siguen enterradas en cunetas que no se han abierto. Un gran tumba colectiva bajo nuestros pies. Pero esas personas, muertas injustamente, nos siguen hablando
Por Abel Aparicio
Conversación con Laura Sandoval y Daniel Álvarez
Si no me equivoco, el primer título de Hoja de Lata fue Arraianos, de Xosé Luis Méndez Ferrín. ¿Fue el libro que marcó el camino?
Fue una manera muy explícita de mostrar el camino que queríamos transitar: un autorazo como Ferrín, con un compromiso férreo con su tiempo y su lugar, que sin duda ha pagado el peaje de su posicionamiento político y que por eso no es más conocido por el público lector en español como lo son autores más «dóciles» de lenguas periféricas.
La editorial lleva tiempo siendo referente en todo el Estado. Cada vez más títulos, más presencia en redes, en ferias, en actos. Incluso aparecéis en un tema de Los Chikos del Maíz ¿Sentís vértigo o es un impulso?
Estamos muy contentos con el camino que hemos recorrido hasta ahora y con la aceptación por parte de público y librerías. Nos queda aún mucho por hacer, de modo que en lugar de vértigo por esos pequeños logros obtenemos ganas de seguir avanzando, de hacer mejor las cosas. Nos da la sensación de que aún tenemos mucho camino por andar.
La cultura sirve para despertar conciencias. ¿Os llegan correos o mensajes de lectores y lectoras que os indiquen esto?
Nuestra labor editorial la planteamos como un empleo, en primer lugar, y como una pequeña labor social y política, en segundo. En nuestro trabajo transmitimos quiénes somos como personas y reflejamos nuestras inquietudes y nuestro posicionamiento en la vida. No lo sabríamos hacer de otra forma. Queremos creer que podemos llegar a ser una pequeña contribución a la politización de la sociedad y aportar algo a esa toma de conciencia, de ahí que, por ejemplo, hayamos optado por publicar narrativa, el género que lee la inmensa mayoría del público. Creemos que la ficción puede llegar a ser subversiva si das con la fórmula adecuada. Mensajes personales y palabras de ánimo y de agradecimiento nos llegan a menudo y nos suponen un gustazo, una palmada en la espalda a la que te aferras cuando las cosas vienen mal dadas.
En la última tenéis que vender bien ‘Memoria del frío’. ¿Por qué recomendáis este libro?
Porque es una novela sensacional de un autor novel. Una primera obra que sorprendentemente madura y redonda, preámbulo, sin duda, de muchas más otras. Y no, no es otra maldita novela más sobre la memoria histórica. Es distinta, sorprendente y tremendamente combativa.
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