Meirás, un pazo robado

Por Daniel Seixo

El día que en Emilia Pardo Bazán decidió levantar en la parroquia de San Martiño de Meirás una edificación con aspecto medieval, pero cimientos contemporáneos, poco se podía imaginar la poetisa y noble gallega toda la polémica y el simbolismo que llegarían a encerrar las viejas paredes de un pazo que había terminado en sus manos fruto de una serie de enlaces matrimoniales entre los Patiño de Bergondo y los Pardo de Lama.

Situado a apenas diez kilómetros de A Coruña e inmerso en un terreno provechosamente fértil, un clima templado y un entorno con unas vistas admirables, la edificación que se había comenzado a construir en julio de 1894, sobre las ruinas de una vieja fortaleza destruida por las tropas francesas durante la guerra de independencia, pasó a convertirse con el constante trabajo de los años y bajo la meticulosa tutela de Emilia Pardo Bazán, en una lujosa residencia estival compuesta por un edificio principal de estilo romántico y tres torres almenadas de alturas distintas.

El pazo supuso en esta primera etapa, un microcosmos de una élite cultural alejada de la cercana realidad gallega rural y empobrecida. Con total certeza, poco sabían los vecinos de Meirás acerca de los elevados temas de conversación que habitualmente regaban los banquetes que tenían lugar en su interior y a los que acudieron personajes tan destacados como Luis Antón Olmet, Melchor de Almagro San Martín o el ilustre escritor y filósofo español Miguel Unamuno, quien tras la muerte de la escritora dejaría por escrito su añoranza por las largas sobremesas de verano y las interminables charlas al abrigo del pazo.

La vida en la propiedad transcurría por tanto, bajo la protección de un estatus social y económico muy alejado del sol abrasador que en los meses de verano tenía que soportar un pueblo gallego acostumbrado a trabajar su tierra por la escasa perspectiva del sustento diario. Podríamos decir que hasta la muerte de la condesa, Meirás no era un asunto que preocupase al conjunto social de la comarca, ni para bien, ni para mal.

Todo este equilibrio cambiaría con la muerte de la propietaria del pazo. A las revueltas campesinas, tras la venta por parte de los herederos de Emilia Pardo Bazán de varias fincas que eran trabajadas por campesinos vecinos que fueron desalojados sin previo aviso, le siguieron los tumultuosos tiempos políticos y sindicales previos a la guerra civil y finalmente el estallido del conflicto en España. Es en ese exaltado contexto, en el que la realidad del pazo mudará definitivamente para quedar ligada hasta el día de hoy al a la familia Franco.

El antaño refugio de la élite cultural de la época terminaría tras una serie de espurias acciones oportunistas, en manos del hombre que en aquel momento lideraba el levantamiento fascista contra el gobierno legítimo de la II República española. El paso de la cultura a la barbarie que significó el cambio de propiedad de Meirás, dibuja la metáfora que permite describir a la perfección la insensatez y el dolor producido por la Guerra Civil sobre el pueblo de España.

Si bien durante décadas los herederos de quienes resultaron vencedores en la guerra y aquellos que veranearon con el dictador y juraron lealtad a los principios del Movimiento Nacional, han sido los encargados de inculcar a través de las instituciones un relato pacífico y edulcorado de la historia de la adquisición de Meirás por parte de la familia Franco, es con la llegada de la democracia que se facilita un todavía tortuoso proceso de cara a lograr destapar el engaño tras el fantasioso relato de una cesión generosa de la propiedad por parte del pueblo al dictador.

Meirás llega a Franco como un botín de guerra a través de procesos corruptos que tienen como beneficiario último al propio dictador«

Manuel Pérez, licenciado en historia por la Universidad de Compostela y Carlos Babío, hijo y nieto de los propietarios de una casa que fue utilizada para ampliar el patrimonio del dictador, aportan con la documentación presente en su libro Meirás: un pazo, un caudillo, un espolio, un referente imprescindible a la hora de destapar esa gran mentira que supone la historia de Meirás hasta nuestros días. En palabras del propio Manuel Pérez: Meirás llega a Franco como un botín de guerra a través de procesos corruptos que tienen como beneficiario último al propio dictador”.

En 1938, todavía inmersos en la guerra y tras la rápida caída de Galicia en manos sublevadas, una serie de nuevas autoridades impuestas en A Coruña por el bando sublevado deciden regalar el pazo de Meirás al general Francisco Franco para su futuro uso como residencia veraniega. Pese a los posibles riesgos de tal iniciativa en un conflicto todavía abierto, las élites coruñesas optan decididamente por garantizar un futuro contacto directo con la figura del Caudillo de cara a poder obtener beneficios personales con ello.

Para lograr llevar a cabo esta tarea, se crea la denominada Junta Provincial Para el Pazo del Caudillo. Esta comisión encabezada por el Gobernador Civil de A Coruña, Julio Muñoz Aguilar y por el banquero Pedro Barrie de la Maza, tendrá como objetivo el ejercer de intermediadora con los dueños de Meirás y, tras la fijación de un contrato de compra, proceder a recaudar los fondos necesarios para financiar la adquisición de la propiedad.

Pronto esta recaudación de fondos privada y voluntaria, se transformaría en un escabroso entramado sostenido por la autoridad de las nuevas instituciones que en su actuación van a combinar el expolio económico a Galicia que tuvo lugar durante todo el período de Guerra Civil, la creciente presencia del caciquismo como eje fundamental de cohesión en el nuevo régimen y el continuo desvío de fondos públicos de cara a enriquecer la figura y el patrimonio del propio dictador.

Para Carlos Babío, queda claro que el planteamiento inicial no era el de regalar el pazo en propiedad al dictador: «Inicialmente la Junta Provincial Para el Pazo del Caudillo pensaba comprar el pazo financiándolo a través de una suscripción popular, un sistema fiscal cuyo uso era muy habitual como vía de financiación durante la guerra. Tras eso, la idea era darle una mano de pintura, arreglar las cosas más básicas y finalmente, tras ponerlo a nombre de alguna institución pública, fuese esta la Diputación o el Gobierno Civil, entregárselo en uso y disfrute a Franco. Estos planes se verían seriamente modificados cuando el propio dictador exigió que el pazo fuese puesto a su nombre «

Si bien todo nos llevaría a pensar que la recaudación a través de una suscripción popular resultaba incompatible con las exigencias del Caudillo, pronto las verdaderas características de la operación quedaron de manifiesto cuando los miembros de la Junta accedieron no solo a las exigencias iniciales de Franco, sino también a las posteriores y continuas indicaciones de Carmen Polo para la ampliación y mejora de la propiedad. Tal y como sostiene el historiador Manuel Pérez, Carmen Polo jugó un papel nada desdeñable en Meirás: «Todavía inmersos en un contexto de Guerra, Carmen Polo se convirtió en una especie de directora de obra que condicionó seriamente muchas de las decisiones y cálculos económicos que se habían tomado inicialmente sobre el pazo de Meirás«.

«Todo el proceso de entrega del pazo a Franco va a ser un problema para el propio régimen, alrededor del pazo se hicieron numerosas incautaciones y constantes obras a las que se derribaron ingentes cantidades de recursos públicos»

Agobiada ante las continuas peticiones de la familia Franco y consciente del evidente fracaso de las suscripciones populares, la Junta Para el pazo comienza a ejercer presión directa sobre instituciones públicas con el objetivo de conseguir recaudar los fondos necesarios para el reacondicionamiento de Meirás. Esta actuación provoca que incluso sectores afines al Movimiento comiencen a mostrar preocupación por la imagen que tales dispendios podrían tener entre un pueblo ahogado por la carestía económica.

Según el investigador Carlos Babío: «Todo el proceso de entrega del pazo a Franco va a ser un problema para el propio régimen, alrededor del pazo se hicieron numerosas incautaciones y constantes obras a las que se derribaron ingentes cantidades de recursos públicos. Son las instituciones públicas las que finalmente se ven obligadas a derivar fondos para Meirás, su concurso en este proyecto termina siendo fundamental«.

No debemos olvidar que, tras la victoria de los sublevados, en España se produce un auténtico genocidio que incluiría a gran parte de las antiguas élites sociales y económicas republicanas, élites que deberán ser sustituidas por nuevos personajes afines al bando vencedor. Es precisamente en ese contexto de lucha por el poder en un régimen que habitualmente entendemos como un ente unitario y disciplinado, pero cuya realidad era mucho más compleja, en el que Meirás jugará un papel fundamental de cara a construir una red clientelar que facilite el intercambio de favores entre las nuevas élites de A Coruña y el dictador.

Encontramos un ejemplo claro de posibles contraprestaciones otorgadas a miembros de la Junta para el pazo, en lo sucedido en torno a la figura de Pepe Miñones. El que fuese antaño directo competidor de Pedro Barrié de la Maza a través de Electra Popular Coruñesa, será fusilado en 1936 y todas sus propiedades terminarán en manos del propio Barrié, tras un proceso de incautación que curiosamente se inicia en paralelo a la entrega del pazo.

La red clientelar y la continua confusión entre lo público y lo privado que acompañará a Meirás durante toda la vida de Franco, es a día de hoy una de las principales líneas de defensa para quienes reivindican la necesidad de devolver su propiedad a un pueblo que sostuvo con su economía un juego de favores totalmente ajeno a sus intereses.

«Resulta complicado llegar a saber en que punto queda la línea que separa el patrimonio público y el privado. Meirás es tratada como una dependencia más del Palacio del Pardo y por tanto se derivan fondos públicos para su gestión. Pero es que hay más, cuando la joven Carmen Polo estaba aburrida y quería llamar a algún amigo para que fuese a jugar a Meirás, es la propia estructura de la Casa Civil la que se pone en contacto con la familia para trasladarlo al Pazo. El estado se encuentra totalmente al servicio de la familia Franco», concluye Manuel Pérez

Pero todavía hay más, pese a que el Pazo se había donado en diciembre de 1938 y es en esa fecha cuando había sido aceptado por el propio dictador, conscientes de las obvias irregularidades cometidas durante la adquisición del mismo y probablemente ya al tanto de los problemas que esto podría traer a la familia Franco, el propio Barrié formaliza en 1941 una «compraventa simulada» de la propiedad para evitar que en un futuro pudiese ser reclamada de alguna forma como bien público. A todas luces nos encontramos ante un contrato nulo, al ser el comprador una persona que ya es poseedor, el dictador, y el vendedor una persona que ya había vendido el bien, los herederos de Emilia Pardo Bazán.

«La primera decisión del Rey es crear el señorío de Meirás y entregárselo a Carmen Polo, ligando de ese modo un expolio a rango de nobleza»

El pazo fue cedido a Franco como jefe del Estado, pero lejos de hacer uso del mismo como tal, el dictador pretendió adquirir la propiedad de manera particular, incurriendo para ello en numerosas corruptelas y abusos de poder.

Una serie de desmanes y atropellos sobre la función del Estado, que no solo no cesaron por parte de los herederos del dictador una vez alcanzada la democracia en España, sino que se han prolongado hasta nuestros días con la desfachatez propia de quienes gobernaron con mano hierro al pueblo español durante cerca de 40 años. Pese a la inclusión del pazo de Meirás como Bien de Interés Cultural (BIC) en 2011 o a las continuas declaraciones de las diferentes administraciones gallegas en pos de posibles fórmulas jurídicas de cara a la incorporación del pazo al patrimonio público, los siete nietos Martínez Bordiú y Franco han mostrado hasta el momento una actitud claramente beligerante contra todos aquellos que han osado desafiar la dudosa legitimidad de su propiedad sobre Meirás.

A la denuncia por delitos de odio, contra el honor y violación de morada contra los 19 activistas por la recuperación de la Memoria Histórica y la izquierda nacionalista, que el 30 de agosto de 2017 y aprovechando una jornada de puertas abiertas, lograron desplegar en la edificación diversas pancartas en las que se reclamaba la «devolución de lo robado», hay que sumar a su vez el continuo empeño de los herederos del dictador por convertir las escasas visitas guiadas al pazo en un de demencial circuito de apología al franquismo en manos de la Fundación Franco o la reciente denuncia contra Carlos Babío y otros participantes en el programa En el punto de mira, por supuestamente calumniar a los nietos del dictador durante una serie de intervenciones en las que detallaban minuciosamente el expolio que supuso la adquisición de la propiedad por parte de los Franco.

42 años después de la muerte del caudillo, sus herederos parecen continuar sin comprender que las amenazas, el totalitarismo y la incautación de bienes públicos mediante el uso de coacciones y artimañas legales, no pueden tener ya cabida en un estado democrático moderno.

La prolongada polémica por la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, el juicio contra el Ayuntamiento de Santiago por la recuperación de la propiedad de las estatuas del Maestro Mateo que el dictador había saqueado para su colección de patrimonio público o los pleitos contra activistas e historiadores empeñados en devolver la memoria antaño arrebatada, responden en su totalidad al desesperado intento de una familia por extender los privilegios y la posición alcanzada durante la dictadura a la actualidad del estado español. En nuestras manos como pueblo y en la respuesta de las instituciones públicas, se encuentra hoy demostrar la fortaleza y la madurez de nuestra democracia.

Meirás supone a día de hoy uno de los grandes símbolos de la vigencia de la alargada sombra franquista sobre nuestra historia reciente, quizás por ello cuando el relato autoritario vuelve a tener presencia en nuestra sociedad, haber logrado recuperar el pazo para el patrimonio nacional es también el inicio de un camino indispensable de cara a poder reconquistar parte de nuestra dignidad y memoria como pueblo.

Al preguntar finalmente a Carlos Babío el motivo por el que Meirás no supuso un punto clave para recuperar la memoria durante la transición, este se muestra tajante: «La primera decisión del Rey es crear el señorío de Meirás y entregárselo a Carmen Polo, ligando de ese modo un expolio a rango de nobleza. El pazo se convierte en un símbolo del franquismo y de una etapa gloriosa de nuestra historia, pero es que además durante la transición se diseña perfectamente un proceso para que la propiedad pase a Carmen Polo sin demasiados problemas. Todo pese a las evidencias del contrato fraudulento firmado en 1941 o al tratamiento continuado a lo largo de los años de Meirás como una propiedad pública».

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