Los trabajadores y trabajadoras no debemos perder la conciencia de clase a la que pertenecemos. Tenemos que recuperar lo perdido o adquirir nuevos compromisos como colectivo.
Por Víctor Arrogante
En la historia, el mes de mayo tiene un significado especial para mí. Recuerdo varios acontecimientos que han marcado la historia de la humanidad y la de España de forma especial. Cada uno de ellos han servido para marcar algún criterio incluso adoptar medidas vitales para mi existencia.
Mayo ha sido florido, lluvioso, tormentoso y guerrero en la historia. En mayo se fundó el Partido Socialista Obrero Español y se produjo el levantamiento del pueblo de Madrid contra el francés. En Estados Unidos fue tormentoso entre el 1 al 4 de mayo con las revueltas obreras y la masacre de la plaza Haymarket en Chicago. Para mí, Mayo, a más que florido, ha sido un mes de lucha.
El 1º de Mayo es una fecha emblemática para la clase trabajadora, en la lucha por conseguir derechos, mejores salarios, seguridad y dignidad. En 1890, se estableció como Día Internacional de los Trabajadores, en homenaje a los Mártires de Chicago ejecutados y a las 5.000 huelgas simultaneas que se produjeron. No estuve allí pero el grito de la proclama sigue sonándome: ¡8 horas de trabajo! ¡8 horas de reposo! ¡8 horas de recreación!
A finales del siglo XIX, las condiciones de vida de los trabajadores eran de miseria y esclavitud; no podían ser peores: jornada laboral de 16 horas, salario escaso y sin derechos. La miseria y la explotación eran un lugar común y la represión policial al servicio del patrón. Ante esta situación extrema, empezó la lucha obrera. En 1886 la huelga por la jornada de ocho horas estalló de costa a costa de EEUU. Más de cinco mil fábricas fueron paralizadas y 340.000 obreros salieron a las calles manifestando sus exigencias. En Chicago los sucesos tomaron un sesgo violento, que culminaron en la masacre de la plaza Haymarket (4 de Mayo). En un juicio amañado, contra los dirigentes anarquistas y socialistas, cuatro de ellos fueron condenados a la horca. En España durante el franquismo, el 1º de Mayo se transformó en un día festivo de exhibiciones gimnásticas y bailes regionales, muy alejado de luchas y reivindicaciones.
Corrían los primeros años del siglo XIX cuando se produjeron en España una serie de acontecimientos trascendentales: la invasión francesa y la guerra de la Independencia. Constitucionalismo, absolutismo e inquisición. Dos reyes fueron los responsables de que el ejército aliado de Napoleón ocupara Madrid. Dos reyes por la gracia de dios, Borbones y traidores para más señas.
El 2 de mayo de 1808, a primeras horas de la mañana, la multitud comenzó a concentrarse ante el Palacio de Oriente en Madrid. Los soldados franceses sacaban al infante Francisco de Paula, para llevarle a Francia con su real familia. Al grito de ¡Que nos lo llevan!, el gentío intentó asaltar la comitiva. En lo alto de una farola, a la entrada de la calle Bailén, vi llegar a los mamelucos y a la artillería disparar contra la multitud. «En el Pretil de los Consejos, por San Justo y por la plazuela de la Villa, la irrupción de gente armada viniendo de los barrios bajos era considerable». (Benito Pérez Galdós: El 19 de Marzo y el 2 de Mayo). En el Salón del Prado fueron fusiladas 32 personas, otras 11 en Cibeles, Recoletos y Puerta de Alcalá. Al día siguiente los franceses fusilaron a 24 madrileños en la montaña del Príncipe Pío. Por Madrid corría la sangre; enterrados están en el cementerio olvidado de La Florida.
El pueblo contra los franceses, los liberales contra los absolutistas reales, Fernando VII contra el pueblo, la razón contra el despotismo y el oscurantismo contra la ilustración. Con el ¡vivan las caenas! y derogando la Constitución de Cádiz, se entronizó al Rey Felón y su descendencia hasta hoy. Si Napoleón hubiese ganado la guerra, otra historia nos hubiera llegado. Nuestra seña de identidad estaría dibujada en el lema Liberté, égalité, fraternité, que hago mío adaptándolo hoy por: igualdad, justicia social y solidaridad. Frente a esto, seguimos oyendo: ¡viva el novio de la muerte!
Muy cerca del Palacio de Oriente, en la calle Tetuán, el 2 de mayo de 1879, se fundó clandestinamente el PSOE. Aprovechando las libertades de la Constitución de 1869, la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores –la Internacional–, organizó una serie de conferencias en Madrid. Desde un rincón, veía ensimismado a Pablo Iglesias; ¡cómo se crecía en los debates! En aquellas fechas, Iglesias conoció a Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, huido de la represión francesa por participar en la Comuna de París. Pablo Iglesias se unió al Comité de Redacción de La Emancipación, semanario en el que pude leer El Manifiesto Comunista; uno de los tratados más importantes de la historia, que termina con ¡Proletarios de todos los países, uníos! Hoy sigue siendo necesaria esa unidad proclamada entonces.
Tras la ruptura de los anarquistas con Marx, Pablo Iglesias solicitó su ingreso (1873) en la primera organización socialista de importancia, la Asociación General del Arte de Imprimir. Desde esta nueva plataforma preparó, durante varios años de trabajo clandestino, la creación del segundo partido obrero de los que se constituirían en el mundo. En una comida de fraternidad organizada en la taberna Casa Labra, desde el quicio de la puerta, pude ver a las veinticinco personas fundadoras del PSOE. Hoy sigo emocionándome en el recuerdo, sobre todo cuando veo algunos desmanes del partido contra lo que sigue representando el socialismo.
Repasemos: el mes de Mayo ha sido revolucionario en su historia. La revolución republicana frustrada en Madrid a la que nos hemos referimos, ocurrió un 7 de mayo de 1848, gobernando el general Ramón María Narváez, bajo el reinado absolutista de Isabel II. Un pronunciamiento militar, apoyado por los progresistas más radicales de la época, pretendió instaurar la República. Ya se había intentado en el mes de Marzo. España se enfrentaba a una grave crisis económica y los sucesos revolucionarios extendidos desde Francia y otros países de Europa favorecieron el ambiente.
La revolución en Francia en febrero de 1848 acabó con el reinado de Luis Felipe I, dando paso a la Segunda República francesa. En España no pudo ser. La ola revolucionaria de 1848 tuvo escasa repercusión, si bien caben destacar dos alzamientos frustrados en marzo y mayo por parte de algunos sectores progresistas, que, hastiados del gobierno represor de Narváez, trataron de revertir la situación por la fuerza. Narváez, conocido como el Espadón de Loja, fue líder del Partido Moderado y reconocido por haber sido el principal defensor del sistema isabelino frente a la amenaza de la revolucionaria.
El primer intento revolucionario sucedió en Madrid el 26 de marzo. Muchos civiles, apoyados por militares, levantaron las primeras barricadas en las calles cercanas al Palacio Real y exigieron la destitución de Narváez. Sin embargo, el gobierno, actuando con rapidez, movilizó al ejército leal y a la policía, logrando sofocar la revuelta al día siguiente de haberse iniciado.
El pronunciamiento del 7 de mayo, estuvo dirigido por el Regimiento España, acuartelado en Madrid y azuzado «desde fuera» por el embajador británico en Madrid, interesado en la instalación de un gobierno progresista que favoreciera los intereses comerciales de su país. Narváez fue expeditivo y mandó aplastar el levantamiento con toda la fuerza posible. Los sublevados fueron acorralados en la Plaza Mayor, dando fin a una revuelta que apenas había llegado a ver el sol. En Barcelona, Valencia y Sevilla, la insurrección también fue aplastada con firmeza. El Gobierno de Narváez salió muy reforzado, también en Europa, donde Austria, Piamonte y Prusia premiaron la acción gubernamental a través de un reconocimiento especial a favor del reinado de Isabel II.
La crisis económica en Francia en 1847, fue desencadenante de las revueltas. La crisis agraria influyó en los sectores industrial y financiero, provocó el paro a miles de obreros. La monarquía de Luis Felipe de Orleáns sólo satisfacía los intereses de la alta burguesía, en tanto que la pequeña burguesía y el proletariado quedaban política y económicamente desatendidos. La «primavera de los pueblos» se extendió por Europa.
Aunque las revoluciones de 1848 fracasaron, su experiencia influyó poderosamente en las ideologías obreras del siglo XIX. Una buena parte de la pequeña burguesía, temerosa de una revolución social, abandonó su alianza con el proletariado y se unió a la gran burguesía, aunque a lo largo del siglo XIX las diferencias se materializaron en las luchas políticas entre moderados y radicales. El proletariado comenzó a adquirir conciencia de clase y, si bien actuó desorganizadamente, se constituyó como un movimiento autónomo desgajado de los intereses burgueses. Los campesinos, una vez conseguida su liberación del régimen señorial, se condujeron de forma muy moderada y su objetivo en el futuro sería preservar las conquistas conseguidas.
Ya sabemos que el sistema capitalista funciona en base a la corrupción generalizada de los poderosos, a costa de la ciudadanía en general y de la clase trabajadora en particular. Se ha perdido interesadamente el sentido de la necesidad de la lucha. Los trabajadores y trabajadoras no debemos perder la conciencia de clase a la que pertenecemos. Tenemos que recuperar lo perdido o adquirir nuevos compromisos como colectivo.
El pueblo de Madrid tuvo conciencia de invasión contra el Imperio francés. Los obreros de Chicago contra las injusticias sociales. Los derechos laborales y sociales reconocidos, no son regalo gratuito del capital; se han conseguido uno a uno con lucha y esfuerzo.
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