‘Matria’ es un grito de alerta ante las agresiones que sufre la tierra por parte de la agroindustria o la gran minería, pilares fundamentales de una economía especulativa que encuentra ingentes dividendos en la alimentación y la explotación salvaje de los recursos naturales.
Por Mane SanMar / Kamchatka
Yemen, Sudán del Sur, Estados Unidos, México y Mozambique. En un principio resulta complicado encontrar similitudes entre lugares tan diferenciados entre sí, pero si algo tienen en común incluso los dos puntos más alejados del planeta es la situación de desamparo que soportan las clases populares.
Judith Prat (Altorricón, Huesca, 1973) es una de las fotógrafas más prestigiosas en el campo de los derechos humanos con perspectiva de género. ‘Matria’, su última propuesta, es un libro y una exposición itinerante que le ha llevado a viajar durante 3 años por estos 5 puntos cardinales del mapa para documentar las condiciones en las que sobrevive la población campesina. Es un trabajo seco, áspero, alejado de las postales bucólicas de un desenfocado imaginario colectivo, para construir con fotografías que golpean directamente a la conciencia un relato de abusos, expolio y marginalidad.
Pero en ‘Matria’ también hay espacio para la resistencia, la autogestión y las alternativas sostenibles a los modelos depredadores del gran capital, con el trabajo feminizado en el centro de la disidencia organizada. «Las mujeres sufren problemas añadidos debido a una discriminación estructural que genera violencias específicas, pero las campesinas son el corazón y motor de la agricultura familiar que a lo largo y ancho del planeta garantiza la soberanía y la seguridad alimentarias».
¿Qué vamos a encontrar en ‘Matria’?
‘Matria’ es un grito de alerta ante las agresiones que sufre la tierra por parte de la agroindustria o la gran minería, pilares fundamentales de una economía especulativa que encuentra ingentes dividendos en la alimentación y la explotación salvaje de los recursos naturales. Es también un grito de socorro frente a las violaciones de los derechos humanos que sufre el colectivo campesino en el mundo. En el epicentro de esta situación se encuentra la mujer, que sufre problemas añadidos como la dificultad en el acceso a la tierra, cuestión determinante que propicia una discriminación estructural (familiar, social y económica) que genera violencias específicas. A pesar de esto, las campesinas son el corazón y motor de la agricultura familiar, que a lo largo y ancho del planeta garantiza la soberanía y la seguridad alimentarias.
En términos generales, ¿cómo describirías la situación de la población campesina?
La población campesina supone un tercio de la población mundial a la que alimenta. Sin embargo, el 80% de las personas que sufren hambre y pobreza en el mundo viven y trabajan en zonas rurales. La situación que atraviesa la población campesina a lo largo de los cinco continentes es uno de los exponentes más representativos de los estragos de la globalización económica.
El libro está estructurado en temáticas diferenciadas: agroecología y feminismo, usurpación de recursos y tierras, jornaleros en frontera y campo de batalla.
En 2019 se aprobó la Declaración Internacional de los Derechos de los Campesinos tras más de 30 años de lucha. Elegí 4 de los derechos más importantes que la Declaración trata de proteger y que se corresponden con los 4 grandes bloques que tiene la exposición y el libro.
¿Por qué elegiste EE.UU., México, Mozambique, Yemen y Sudán del Sur para este trabajo?
Se trata de cuatro lugares del planeta donde las violaciones de los derechos del campesinado y las agresiones a la tierra que yo quería denunciar se producen con especial virulencia, pero por desgracia podría haber documentado lo mismo en casi cualquier parte del planeta. También en Europa y España.
¿Cómo está siendo la acogida entre los medios de comunicación y el público?
Tanto la exposición como el libro están funcionando muy bien. La exposición no ha parado de itinerar desde que se inauguró en 2020 en Zaragoza. Este año se va a exhibir en ciudades como Huelva, Albacete, Huesca, Andorra, Terrassa y muchas otras, y ya hay muchas fechas cerradas para 2023. En cuanto al libro fue una edición limitada que se agotó en apenas 10 días. Y muchos medios se han hecho eco de este trabajo, así que no puedo estar más agradecida por la repercusión, la difusión y la fantástica acogida que está teniendo ‘Matria’ y que ha superado con creces todas mis expectativas.
¿Significa eso que problemáticas de esta índole tienen la suficiente trascendencia mediática?
No, en absoluto. Hay temas y lugares que no aparecen nunca en los medios. Yemen lleva 7 años sumido en una guerra cruel que sufre, como siempre, la población. Es la mayor crisis humanitaria del planeta en los últimos años, según la ONU, pero nunca se habla de lo que ocurre allí.
En Yemen y también Sudán del Sur la situación es alarmante. ¿Cómo afecta está situación al trabajo campesino?
Dos tercios de las personas que padecen hambre aguda en el mundo se encuentran en países carcomidos por conflictos armados. En el epicentro de esta violencia, el campesinado, que ve convertido su trabajo en objetivo, y su territorio, en campo de batalla. Esto lo he documentado en Yemen y Sudán del Sur. En Yemen se ha utilizado el hambre como arma de guerra, se han bombardeado campos de cultivos, bloqueado los puertos de entrada de alimentos al país, sumiendo a la población en una hambruna terrible. En Sudan del Sur, además, se han colocado minas terrestres en gran parte del territorio. Los campesinos tienen que transitar por caminos o cultivar campos llenos de minas, con altísimo riesgo de muerte o mutilación.
Los campesinos de Sudán del Sur transitan por caminos llenos de minas, con altísimo riesgo de muerte o mutilación.
En Mozambique, las prácticas extractivistas de las grandes empresas agroalimentarias y mineras han provocado la expulsión de miles de campesinos.
Según fuentes del Banco Mundial, más de 30 millones de hectáreas en África fueron entregadas a empresas extranjeras entre los años 2000 y 2013. Otras fuentes hablan de entre 51 y 63 millones de hectáreas. En Mozambique, el fenómeno de la usurpación y el acaparamiento de tierras ha abocado a muchos campesinos al hambre y a la pobreza. El país se encuentra entre los 10 menos desarrollados del mundo. La mayoría de las concesiones se han hecho sobre tierras que ya estaban siendo cultivadas por agricultores locales, a los que se desplaza a tierras peores con engaños y presiones. Las élites políticas sirven en bandeja sus recursos a los intereses extranjeros, en lugar de asegurar la supervivencia de la agricultura familiar. Son decisiones políticas que permiten que se especule con los alimentos, y eso no solo empobrece al campesinado local sino que suponen la cesión de la soberanía alimentaria.
Un proceso, el de la concesión de tierras a las grandes multinacionales, que adolece de una absoluta falta de transparencia.
Es imposible acceder a información detallada de las fórmulas jurídicas que se utilizan en las concesiones porque el Gobierno de Mozambique no lo hace público, pero es muy fácil recorrer el país y ver quien está cultivando las tierras más fértiles. Hay miles de hectáreas cercadas con el cartel de la empresa que las explota; tierras que antes cultivaban los campesinos locales, que ahora viven en la pobreza.
¿Qué buscan las empresas mineras en el subsuelo mozambiqueño?
Si importante es el suelo mozambiqueño no lo es menos el subsuelo, que cuenta con unas reservas de carbón estimadas de 23 mil millones de toneladas. Las concesiones de explotación a empresas brasileñas, británicas, australianas, indias, etc en la provincia de Tete también han supuesto un alto costo para los campesinos locales que han sufrido reubicaciones forzosas. El Estado ha dado concesiones a las grandes compañías mineras y lo ha hecho, en muchos casos, sin consulta previa ni realojo con garantías a sus pobladores, tal y como exige la ley de minas. Muchos pueblos han quedado atrapados dentro de las concesiones de las mineras.
¿Qué condiciones laborales soportan los trabajadores de estas empresas?
En algunos casos, cuando la población local es privada de las tierras más fértiles y abocada a la pobreza, se convierten en jornaleros para las empresas. Sus condiciones laborales y económicas empeoran. También hay empresas que ni siquiera emplean a trabajadores de la zona, sino que los traen de Sudáfrica u otros lugares. Muchas familias cuentan que trabajando sus tierras podían costear que sus hijos fueran a la universidad. Tras conmutarles las parcelas por otras menos fértiles han pasado a una economía de subsistencia y apenas tienen para comer.
Según informes de Oxfam Intermón, la agricultura en Mozambique está altamente feminizada, pero son los hombres los que ostentan los derechos sobre la tierra.
Se trata de usos y costumbres locales que alejan a las mujeres del control de su trabajo. Las mujeres trabajan la tierra, producen los alimentos, pero serán los maridos quienes se queden con los beneficios del trabajo. Esto ocurre en muchos lugares del mundo. Uno de los principales problemas a los que se enfrentan las mujeres es a la dificultad de acceso a la titularidad de la tierra, que sigue recayendo en los hombres. Si la mujer enviuda, la tierra pasará a la familia del marido y ella se queda con los hijos y sin medios económicos para sacarlos adelante.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan las mujeres es a la dificultad de acceso a la titularidad de la tierra, que sigue recayendo en los hombres
Hablando de organizaciones humanitarias, ¿tuviste contacto con ONGs locales o internacionales en Yemen, Sudán del Sur y Mozambique?
Sí, claro, cuando documentas temas tan complejos es fundamental hablar con todas las partes para obtener la mayor información posible, pero a mí me interesa especialmente la sociedad civil local organizada, que son quienes normalmente tienen una visión más clara de los problemas a los que se enfrentan y también quienes ponen encima de la mesa las propuestas de cambio. En el caso de ‘Matria’ he trabajado con los colectivos campesinos locales y con la Vía Campesina Internacional.
El 73% de los trabajadores agrícolas de los campos estadounidenses son inmigrantes, la mayoría de México y en situación irregular. Tal como mencionas en el libro, «muchos de los productores de las grandes zonas agrícolas votaron a Donald Trump en 2016, pero pronto se dieron cuenta de lo perjudicial que sería para ellos las políticas restrictivas de inmigración».
El fenómeno de migraciones y desplazamientos de los trabajadores del campo lo documenté en la frontera entre EE.UU. y México, pero se da en muchos lugares del mundo, por ejemplo, en España. Existe un flujo internacional de mano de obra que ha venido a sumarse al de los productos y los capitales. La protección de los derechos humanos de estos trabajadores, así como un marco de trabajo legal que garantice condiciones laborales y salarios dignos, evidencian el nivel democrático del país receptor.
En las instantáneas se aprecian las condiciones de trabajo de los jornaleros migrantes que trabajan en EE.UU. y que perciben un salario que fluctúa entre los 60 y 100 dólares al día. ¿Dirías que están en situación de esclavitud? ¿Por qué apenas trabajan mujeres?
No, en absoluto. Son condiciones de trabajo duras, el campo lo es, pero reciben retribución por su trabajo. Muchos tienen contrato y pagan sus seguros sociales, pero también hay jornaleros sin permiso de trabajo, que por tanto no tienen contrato y sus condiciones son peores. En cuanto al tema de las mujeres, cada vez hay más. Muchos creen que no pueden hacer el mismo trabajo que los hombres, pero están demostrando que no es así. Algunas de las mejores jornaleras son mujeres.
Insistes reiteradamente en la importancia de las mujeres en el trabajo campesino y su apuesta por nuevas formas de organización y producción.
Hablo de las propuestas del colectivo campesino para frenar las practicas neoliberales que están destruyendo la agricultura familiar, como la agroecología, sin olvidar que la agricultura está altamente feminizada. En muchos lugares las mujeres campesinas se están organizando en cooperativas de producción donde controlan todo el proceso, desde el trabajo de la tierra hasta la comercialización. Son estructuras que les permiten defenderse del modelo y de los usos y costumbres que las alejan del control de su trabajo.
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