Entre 1965 y 1973, las fuerzas norteamericanas lanzaron ocho millones de toneladas de bombas sobre Indochina, cantidad cuatro veces mayor que la arrojada por EEUU durante la 2ª Guerra Mundial.
Por Iracundo Isidoro
Hay una guerra en Europa. Todas las noticias de todos los canales informativos en España y occidente reproducen con alta voz las mismas historias sobre presuntos crímenes de guerra rusos en Ucrania. Una constante en estas noticias es la incansable repetición de que los presuntos crímenes o atrocidades rusas son algo no visto “desde la 2ª Guerra Mundial”. El objetivo buscado tras estas reflexiones es trazar un paralelo entre la Rusia actual y la Alemania nazi. Rusia estaría cometiendo un genocidio “como Hitler” en Ucrania. Un esfuerzo propagandístico que reproduce el guión de todas las guerras de la OTAN pero al mismo tiempo sigue la estela de una campaña de revisionismo histórico más profunda, con orígenes en la Guerra Fría. Campaña propagandística que lleva décadas estableciendo como “sentido común” entre la población occidental la equiparación de Rusia-URSS con la Alemania nazi.
Sin embargo, muchas cosas han ocurrido desde la 2ª Guerra Mundial. Algunas bien recientes y protagonizadas por EEUU. Pero la madre de todas las atrocidades fue la guerra de EEUU en Indochina: la conocida como Guerra de Vietnam. Conflicto que casualmente nunca se emplea como métrica de lo atroz en los relatos moralistas de los belicistas occidentales, siempre centrados en el conflicto mundial terminado en 1945 o las guerras de los Balcanes.
Hay buenos motivos para olvidar Vietnam. La guerra de Vietnam dejó en los norteamericanos una profunda herida emocional. El tormento que la memoria de esta guerra produce en los norteamericanos no procede, sin embargo, de haber destruido inútilmente las vidas de millones de vietnamitas sino más bien la inútil muerte de 58.000 soldados estadounidenses. Soldados que pertenecían a una sociedad de consumo “avanzada” y además que habían sido en su mayoría reclutados a la fuerza. Pero lo que hace excepcional el conflicto de Vietnam no es la muerte de muchos soldados norteamericanos sino el tiempo y los recursos invertidos por EEUU sin un resultado. Tres décadas y miles de millones de dólares gastados que demostraron más allá de toda duda que una fuerza económica-militar ilimitada por si sola es incapaz de resolver un problema político o someter a una nación de campesinos.
Sobre el fracaso de EEUU en Vietnam hay fundamentalmente dos versiones en circulación. La versión “progre” de la derrota en Vietnam consistiría en un lastimoso relato sobre buenas intenciones, “errores de cálculo” y limitaciones técnicas. Algo así como un fracaso tecnológico. La versión derechista sobre la derrota en Vietnam de EEUU negaría la derrota misma, asumiendo plenamente una teoría de “puñalada por la espalda” al más puro estilo del nacionalismo alemán de Entreguerras. Según esta última teoría, EEUU no habría ganado en Vietnam por no haber podido desencadenar todo su poder allá debido a la debilidad de la política interna norteamericana, con el movimiento pacifista y las protestas contra la guerra. La versión derechista es la más extendida, tal vez por haber sido representaba más a menudo por Hollywood. Ésta, como decimos, presenta a unos militares norteamericanos luchando en Vietnam “con un brazo atado a la espalda” y traicionados por una retaguardia de hippies traidores.
En su libro de 1986 “The Perfect War: Technowar in Vietnam” el sociólogo norteamericano James William Gibson sostiene que la guerra de Vietnam fue la guerra soñada por el Pentágono; una guerra “perfecta” en la que desplegaron y probaron todos sus equipos e ideas. A diferencia de la versión comunmente aceptada de un ejército norteamericano detenido y frustrado por el pacifismo, básicamente habría hecho prácticamente todo lo que quiso.
Entre 1965 y 1973, las fuerzas norteamericanas lanzaron ocho millones de toneladas de bombas sobre Indochina, cantidad cuatro veces mayor que la arrojada por EEUU durante la 2ª Guerra Mundial. Cientos de miles de civiles murieron y virtualmente todos los edificios de Vietnam del Norte fueron destruidos. El alcance de la campaña aérea y militar contra Indochina era tan ambicioso que durante un tiempo se mantuvo en secreto ante el público norteamericano.
Pese a las reivindicaciones de la derecha norteamericana, el movimiento pacifista en EEUU no detuvo la guerra en Vietnam. Esa guerra, además, no empieza en 1965, cuando comienza el envío masivo de tropas norteamericanas. La guerra comenzó nada menos que dos décadas antes, en 1945. Entonces, EEUU apoyó al imperio francés en su intento de mantener el control de Indochina frente a los nacionalistas vietnamitas. Hablamos así de treinta años de guerra contra la nación vietnamita que permitieron a EEUU desplegar todo tipo de estrategias, técnicas y armas para proyectar su poder. Entre los estrategas del Pentágono y los asesores de seguridad nacional de la Casa Blanca estaban los más experimentados economistas y más especializados sociólogos. Las ideas que estos expertos trasladaron al terreno en Vietnam partían del concepto general de que resultaría posible destruir a un movimiento de liberación nacional mediante un óptimo mix de acción militar y estímulos económicos. Se trataba de demostrar que era posible librarse de una insurrección comunista simplemente usando la fuerza. Se trataba, de hallar una técnica, un método “científico”, para depurar un país de una rebelión comunista. Su fracaso y el de sus ideas fue lo que trajo un final a la guerra de Vietnam.
Decía Sun Tzu que el supremo arte de la guerra consiste en vencer al enemigo sin luchar. Esta aparente contradicción capta bien la complejidad que representa la guerra. La guerra, o al menos así es presentada, se hace con el propósito de alcanzar objetivos político-militares. En Vietnam no había frentes de batalla, por lo que el objetivo era la “pacificación”. Con un objetivo tan poco específico, los norteamericanos se aplicaron al uso de métricas para estimar sus avances de cara a su objetivo: la destrucción de la rebelión comunista.
Julian Ewell, general norteamericano con mando en Vietnam, escribió para el ejército, tras su experiencia alli, un libro llamado “Sharpening the Combat Edge”. En uno de sus pasajes Ewell compara el campo de batalla con una linea de ensamblaje. Bajo la perspectiva de Ewell, alineada con la del Pentagono entonces y ahora, la conducción de acciones militares no sería diferente de la dirección de cualquier empresa del sector privado. Los mandos militares serían gestores que combinarían de forma eficiente el factor trabajo (soldados) y el capital (armas) para maximizar una producción, minimizando costes. ¿Y en qué consistiría esa producción en una organización militar? ¿Cuál sería la métrica de su éxito? Ewell lo tenía claro: hablamos de la producción de muertes enemigas. El conteo de muertes enemigas: el body count.
La condición de victoria en Vietnam para el Pentágono pasaba por suprimir al Vietcong. La destrucción del Vietcong siempre pareció algo técnicamente plausible para los militares norteamericanos y los analistas de defensa. Y en efecto el enfoque era puramente técnico. Los norteamericanos sabían que el Vietcong tenía su punto de apoyo en las comunidades rurales vietnamitas y recibía suministros desde el Norte a través de Laos y Camboya (la llamada Ruta Ho Chi Minh). Se debía por tanto cortar el contacto entre la población civil y el Vietcong así como las redes logísticas que le suministraban provisiones desde el exterior. Siendo así, el objetivo del Pentágono en esencia convertía todo el rural vietnamita, con su población y recursos, en un objetivo militar.
Para vencer en una guerra de guerrillas el papel de las poblaciones civiles es clave. El despiadado general español Valeriano Weyler se propuso suprimir la guerrilla independentista cubana (los mambises) en 1895 concentrando a la población rural en recintos militares. Los franceses primero y los norteamericanos después implementaron este plan en Vietnam a través del Programa de Aldeas Estratégicas. Pero para meter a la población rural en esas jaulas, por doradas que fuesen, era preciso primero obligarlos a salir de sus casas.
Como los habitantes vietnamitas se resistían a dejar sus hogares, los norteamericanos incendiaban las aldeas. En estos procesos a menudo se violaba a mujeres y se masacraba a poblaciones enteras. Hay evidencias abrumadoras de que no se trataba de prácticas puntuales sino algo generalizado. A la naturaleza de la lucha contraguerrillera se sumaba decisivamente la lógica del body count. Bajo ella, una unidad militar norteamericana era juzgada en su rendimiento a través de un índice de bajas producidas al enemigo en relación con las sufridas (“kill ratio”). Los oficiales norteamericanos sólo estaban seis meses en Vietnam por lo que buscaban destacar a costa de las vidas de sus soldados y las vidas de muchos vietnamitas inocentes. Se extendió así entre los soldados una regla informal que rezaba: “Si está muerto y es vietnamita, es Vietcong”.
En 1972 un grupo de veteranos de guerra se reunieron en Seattle para hacer una confesión pública de los crímenes de guerra de los que habían sido testigos y ejecutores en Vietnam. Esa confesión, que puede hallarse fácilmente en la red, se llamó “Winter Soldier”. En ella se habla de órdenes de superiores, descartándose así la hoy versión oficial de que las matanzas en aldeas vietnamitas eran producto de actos descontrolados de individuos.
En fecha tan reciente como 2001, el historiador norteamericano Nick Turse se encontró por pura casualidad en los US National Archives un lote de archivos militares que revelarían la verdadera escala de los crímenes de EEUU en Vietnam. A Turse le dio tiempo a fotocopiar en gran medida estos archivos antes de llamar la atención. Sin embargo, fueron luego puestos fuera de circulación en favor de la sagrada “seguridad nacional” norteamericana. Fueron la base de su libro de 2013 llamado, de forma bien elocuente, “Mata todo lo que se mueva”. Una obra en la que se vienen a confirmar los relatos de los veteranos participantes en “Winter Soldier”.
Por otro lado, la destrucción de la logística del Vietcong, la llamada Ruta Ho Chi Minh, llevó a la campaña de bombardeos masivos más absurda de la historia. El propio Pentágono había estimado que para seguir combatiendo el Vietcong necesitaba diariamente 12 toneladas de suministros. El bombardeo masivo no puede detener ese nivel de suministros, sobre todo teniendo en cuenta que los vietnamitas tenían una logística en red de porteadores donde había redudancias. EEUU llegó a organizar toda una red de sensores electrónicos y de otros tipos para detectar movimiento en la jungla (Operación Igloo White) para dirigir los bombardeos masivos. Todo fue inútil salvo para dotar de nuevos explosivos al Vietcong, que aprovechaba las bombas no explosionadas para montar artefactos explosivos improvisados. En 1967, en lo más álgido del esfuerzo de guerra norteamericano en Vietnam, los EEUU lanzaban cada mes 800 toneladas de bombas que no explotaban y el 17% de las bajas de combate norteamericana eran producto de bombas trampa.
El uso masivo de agentes químicos con el objeto de defoliar la jungla de Vietnam constituye otro hecho atroz. 69 millones de litros de “Agente Naranja” fueron arrojados sobre Vietnam entre 1961 y 1971. Su carácter cancerígeno y las mutaciones genéticas provocadas por la intoxicación de seres humanos provocaron y siguen provocando miles de víctimas cada año. Cientos de miles de inocentes murieron o sufrieron mutilaciones terribles a raíz de la guerra química norteamericana. Detrás de los agentes químicos empleados estaba una compañía cuyo nombre sonará a más de uno: Monsanto. Si alguien quiere descartar inmediatamente la idea de un imperio norteamericano benefactor, basta escribir “Agent Orange” en el buscador de imágenes de Google. No hay vuelta atrás de eso.
El horror de Vietnam se ve redoblado por el fracaso absoluto que supuso en sus objetivos declarados. Millones de personas murieron para nada. Pese a su escala, todas estas atrocidades y absurdos permanecen en gran medida ignorados en la actualidad. Rara es la persona que no asume inmediatamente el discurso ya mencionado de la derecha norteamericana sobre Vietnam: una guerra que habría sido perdida por culpa del pacifismo. Toda idea de los crímenes de guerra de EEUU en Indochina queda escondida tras estas historias o lastimosas narrativas de buenas intenciones frustradas, inevitables “tragedias” y errores individuales.
El alcance de los crímenes de guerra norteamericanos en Vietnam fue tan grande que supuso una quiebra en los principios establecidos en Nurenberg. De nuevo matar a civiles inocentes era correcto bajo el ecosistema de normas adecuado. El “yo sólo obedecía órdenes” que condujo a la horca a militares alemanes, en Vietnam se tradujo en medallas y ascensos militares para los perpetradores del horror.
Siendo el de Vietnam un ejemplo tan colosal del horror de la guerra y el abuso de poder… ¿por qué razón se omite como ejemplo? ¿Por qué nos hablan siempre de las guerras de los Balcanes o la 2ª Guerra Mundial? Y sobre todo… ¿cómo es que quienes perpetraron este horror hoy quienes emplean la bandera del humanitarismo para seguir destruyendo el Mundo? Sólo la ignorancia permite a EEUU ejercer el papel de juez y verdugo del humanitarismo teniendo a las espaldas algo como Vietnam. Es por esto que promover la memoria de ese conflicto debe ser el primer paso para rechazar el belicismo norteamericano. Un belicismo que nunca alcanza, por cierto, los objetivos político-militares que se impone a sí mismo tal vez porque sean una farsa. El objetivo del belicismo norteamericano parece más bien ser el caos y la venta de armas. Como dijera Smedley Butler… “la guerra es un robo”.
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