Más Europa, nunca supuso menos fascismo

El cínico y fraudulento descontento rebelde encabezado por Hermanos de Italia, Liga y Fuerza Italia, ha logrado imponerse en un panorama en el que la pobreza en el país alpino ha llegado al nivel más alto de los últimos 15 años

Por Daniel Seixo

«No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador»

Hugo Chávez

“El Estado es apenas una trinchera avanzada tras la que se asienta la robusta cadena de fortalezas y fortines de la sociedad civil”

 Antonio Gramsci

Con cerca del 40% de la población italiana renunciando a su derecho a participar en los pasados comicios, expresando claramente de este modo su hartazgo y pérdida absoluta de fé en la mal llamada democracia burguesa, la coalición Hermanos de Italia, encabezada por la fascista Giorgia Meloni, ha logrado situarse en medio de la farsa como la primera opción entre los perdedores con más de un 26% de los votos. Y como en este repetitivo sainete trágico de la disputa electoralista, realmente nunca se ha tratado de evaluar progresos concretos para la población, ni de redistribuir el poder o avanzar en un proceso de transformación social profundo, parece que el futuro de la vieja Roma volverá a estar de nuevo en cierta medida gobernado por la ultraderecha. Obviamente esta apreciación dependerá en gran medida del grado de soberanía real que consideremos todavía detentan los estados miembros de la Unión Europea.

El cínico y fraudulento descontento rebelde encabezado por Hermanos de Italia, Liga y Fuerza Italia, ha logrado imponerse en un panorama en el que la pobreza en el País Alpino ha llegado al nivel más alto de los últimos 15 años. Con cerca de 1 millón de nuevos pobres arrojados a las calles durante el último año y un notable empeoramiento de la situación económica, que amenaza con transformar a Italia en una bomba de relojería, las ininterrumpidas crisis políticas, la desconfianza natural de gran parte de los italianos en la supuesta representatividad del estado y la firme e insolidaria batuta del nuevo Reich alemán impuesto en la Unión Europea, han aportado todos los ingredientes necesarios para que de nuevo, en medio de un enrarecido clima social, económico y político, el fascismo pueda marchar sobre Roma, apoyándose en la incapacidad de los viejos partidos y la usurpación maniquea de una parte de las reivindicaciones tradicionales de la izquierda, teñidas de un pardo y exaltado nacionalismo con claros tintes xenófobos y profundamente reaccionario frente las minorías sociales.

El hundimiento económico sostenido en la zona euro y la incapacidad del estado italiano para dar respuesta a un creciente clima de frustración, descontento y creciente conflictividad social, dio pie a la aparición de los primeros ecos populistas y al crecimiento del renacer fascista, agazapado en un clima de desideologización de la política y actuación meramente performativa basada en la provocación canallesca y el rechazo a la teoría de la lucha de clases o cualquier otro encuadre coherente con la praxis propia del marxismo. En el mejor de los casos, la nueva política italiana / europea, navegaba estos tiempos convulsos en la ignorancia absoluta en esta actividad humana fundamental para la revolución proletaria. En el peor de ellos, comenzaba un progresivo e imparable trabajo de usurpación y manejo interesado de la argumentación y los resortes propios de la izquierda proletaria por parte del fascismo, con la intención de lograr perfeccionar y adecuar a estos nuevos tiempos la vieja estrategia del gatopardismo que les permitiese el asalto al poder ante el beneplácito del conjunto de las burguesías europeas.

Y es que no nos engañemos, para una UE más preocupada por las posibles repercusiones para la geopolítica europea, las crecientes amenazas para el euro o la inestabilidad económica fruto de cualquier signo de duda o debilidad entre sus países miembros, el gobierno de Giorgia Meloni será tan respetable y respetado como sumiso se muestre a los designios de Washington, Bruselas y Berlín. Exactamente por ese orden. Poco importa su pasado como abierta admiradora del legado de Benito Mussolini, sus amenazas a los colectivos LGTB, los migrantes o las minorías raciales. Ni tan siquiera se trata de establecer un cordón sanitario ante el avance del fascismo en Europa o el respeto a los Derechos Humanos. Si Italia sigue participando del esfuerzo bélico en apoyo de Ucrania, si el cuestionamiento de la participación en el proyecto liberal europeo se queda en mera bravuconería electoralista y los presupuestos y políticas estatales se circunscriben a los designios de la hoja de ruta establecida por Washington para el devenir europeo, bajo la siempre presente amenaza de la supresión de cualquier ayuda emanada de Bruselas, incluso la bandera italiana podría recuperar el fasces, sin que por ello nadie se alarmase en el selecto club de las «democracias occidentales».

En su momento, Mario Draghi aseguraba que los banqueros tienen corazón. A falta de comprobación fehaciente, tengamos claro que lo que siempre han tenido es patrón. Y es ahí en donde ha residido la verdadera capacidad de decisión de la Unión Europea, muy alejada del sentir de la población. El renacer del fascismo en Europa, no es un accidente, ni un termino de desgraciadas causalidades fruto meramente de malas estrategias electorales. El avance imparable y amenazante de la ultraderecha en el viejo continente, se basa de nuevo en las condiciones materiales y estructurales en las que nuestras propias burguesías han querido desarrollar sus nefastas estrategias políticas destinadas a garantizar un lucro que hoy les es negado por el peso de la historia y el despertar de los pueblos oprimidos por el colonialismo europeo. Resulta vital comprender el sentido de las fuerzas en pugna que hoy se enfrentan sobre el tablero global, del mismo modo que resulta urgente revertir la nula capacidad dialéctica de una izquierda europea ensimismada y agazapada en compartimentos estanco totalmente ajenos a la realidad social de amplias masas de población y su rechazo absoluto al socialismo como proyecto vivo y efectivo de transformación social, capaz de aportar a la clase trabajadora un marco autoconsciente y las herramientas precisas para revertir la profunda enajenación a la que hoy se ve sometida el proletariado europeo.

Necesitamos alejarnos de esos marcos de simple representatividad inserta en el sistema capitalista que en el estado español llevaron a formaciones como Unidas Podemos al vaciado orgánico de numerosos movimientos sociales y la desactivación de la rebeldía y la revolución social, en aras de la promesa de un protagonismo como parte de un proyecto de transformación social que quedó plenamente diluido con la mera representación de sus dirigentes en las estructuras de las institucionalidad del estado. La mercantilización del descontento, el clientelismo y el callejón sin salida de la pugna electoral como única herramienta de transformación social, han supuesto una apuesta inequívoca por la frustración, el descontento y la rabia entre la clase trabajadora del estado español y europea. El miedo al cuestionamiento del sistema capitalista, la estructuración de un bloque progresista como frente unido de socialdemócratas y socioliberales europeos como freno al posible avance del socialismo en el viejo continente y la permanencia de todos los prejuicios imperialistas y anticomunistas propios de la supuesta intelectualidad a este lado del telón de acero, suponen sin duda alguna la rendición de la izquierda ante cualquier arremetida del fascismo, por débil, inconsistente y maniquea que sea esta.

Hoy las burguesías europeas son plenamente conscientes de que mediante el uso intensivo de feroces campañas mediáticas, la paulatina caracterización del fascismo como una simple corriente rebelde e irreverente dentro del marco democrático y la infantilización de la izquierda a través de falsos profetas e ingentes cantidades de activistas, periodistas e influencers de todo tipo con una nula capacidad teórica para establecer un mínimo marco de análisis concreto y coherente de la situación a la que nos enfrentamos, la capacidad para mantener el status quo interno que les permita encarar los grandes desafíos globales a los que se enfrentan, se ve al menos momentáneamente garantizado por la parálisis permanente de la competencia de transformación social de las masas proletarias europeas. Y quienes consideren que esto se puede revertir con un nuevo liderazgo político fuerte o una mayor representatividad en el seno del estado para las diferentes minorías sociales, es que directamente no ha entendido nada de todo este ciclo político. Precisamente en este punto se enmarca la realidad del estado español, inserta en su máxima expresión en el proyecto «Sumar» de la mano de Yolanda Díaz, ampliamente respaldada por todo el peso de la progresía lacaya del capitalismo y el imperialismo estadounidense.

No se sorprendan pues, cuando en un estado heredado directamente del franquismo, sin ruptura institucional alguna con el mismo, ni un proceso de memoria o depuración de responsabilidades por los crímenes cometidos antes y después de la llegada de la supuesta democracia, termine resurgiendo el fascismo como una amenaza que nunca desapareció, ni fue realmente derrotada. Y tampoco esperen que la Unión Europea nos proteja de esta cercana amenaza, es hora de comprender que más Europa, nunca significó menos fascismo. Y si lo dudan, sigan el rastro de sangre en nuestras fronteras. También ahí encontrará sin duda fácil acomodo Giorgia Meloni a la hora de adscribirse a las políticas europeas.

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