Marruecos acelera su campaña de comunicación frente a la masacre de Melilla: fake news y marketing comunicacional

Han demostrado ser capaces de encubrir los asesinatos ocurridos en Melilla recientemente o la utilización de menores en aguas de Ceuta hace un año, mediante la profilaxis del silenciamiento de las voces resquebrajadas, generación de ‘fake news’, el uso de imágenes descontextualizadas, la culpabilización de terceros y la difusión de los mensajes de odio.

Externalizar las fronteras conlleva, más que ningún beneficio, una barbarie descarnizada para mantener la Europa «ideal» que trataba de manipular Josep Borrell: «Los europeos hemos construido la Unión como un jardín a la francesa, ordenadito, bonito, cuidado, pero el resto del mundo es una jungla y si no queremos que la jungla se coma nuestro jardín tenemos que espabilar».

‘Espabilar’ etimológicamente proviene del latín, «extraer o sacar la parte quemada de la mecha de un candil o vela», con la voluntad de avivarla. Del mismo modo Borrell pretendía avivar lo que prende en la cúspide, capaz de arrasar un Versailles conceptual.

Dada la impávida moralina cristiana del europeísmo, el descorazonamiento, el «espabilar», se lleva a palos de ciego, y para ello se invierten millones, aunque a veces, por chantaje o por dejación de funciones la llama termina prendiendo más de la cuenta.

Marruecos, por su parte, envalentonada frente a las riquezas del Sáhara Occidental, necesita refrendar y posicionar su propio devenir en el seno de la opinión española. Tarea que no es menester ante una sociedad concienciada que el régimen sigue siendo verdugo.

Las imágenes vividas en Melilla no acompañan y por ello el Majzén ha orquestado una estrategia que ya venía fraguándose, pero que ahora ha constatado el ímpetu frenético que propugnan los emisores del relato de Mohammed VI en España.

«Marruecos tiene que hacer un esfuerzo hacia la opinión pública española», admitía a El Independiente Machij el Karkri, miembro del buró político de la Unión Socialista de Fuerzas Populares de Marruecos. A su parecer, Rabat debe aprovechar «el buen momento por el que pasan las relaciones, después del gran paso que ha dado Sánchez para aclarar y mejorar las relaciones con España». «Tiene que explicar bien los temas de conflicto como el ‘Sáhara marroquí’, la inmigración, las fronteras y la cooperación», opinaba.

Para ello el régimen alauita cuenta cada vez más con una legión de intelectuales, diplomáticos y asociaciones voluntariosas con la difusión de pretextos y contextos establecidos de antemano, por muy descabellados que parezcan.

Fernando Carrión en el artículo vincula al PSOE como «el primer y más importante caladero de apoyos españoles a la causa del majzén, el todopoderoso círculo que rodea a Mohamed VI», al igual que ya hiciera el periodista Javier Otazu: «El lobby marroquí en España se llama PSOE», pero yo iría más allá, añadiría a este centro neurálgico a lo burocrático y empresarial, también en el seno de los populares.

Más allá del aura político las directrices marroquíes se bosquejan en medios comunicativos que sirven de altavoz, además de figuras mañosas en el uso de redes sociales, capacitados de disponer una suficiencia iracunda a disposición de una defensa férrea.

Entre las cabeceras propensas a la expansión del ideario marroquí se encuentran algunas como Atalayar, Marruecos o La Hora de África, que también se sirven del contenido masticado del medio marroquí 360º o de la misma agencia de noticias estatal, MAP, que acaba de cerrar un acuerdo con Europapress, «una asociación estratégica, sólida y duradera» que incluye el «intercambio de informaciones, experiencias y formación», explican. «La información une a los pueblos, que es nuestra misión, nuestra razón de ser y precisamente el objetivo principal de este convenio», concluyen en el acuerdo.

Para hacer fructíferos dichos esfuerzos comunicativos y como escudo protector en redes sociales existen varios perfiles como Chema Gil, vinculado al ámbito de la seguridad, el exdiputado y ‘fontanero’ de Francisco Camps, Juan Vicente Pérez Aras, los académicos José Luis Lizunda y Paulino Ros, Youssef Temsamani, que se presenta como periodista o el presidente de una supuesta fundación, Pedo Ignacio Altamirano.

Algunos de estas voces han puesto en boga, como buenos publicistas, cualquier iniciativa marroquí en el ámbito empresarial, partiendo del ninguneo absoluto a cualquier convención internacional y conceptualización ética.

Otros de estos han demostrado ser capaces de encubrir los asesinatos ocurridos en Melilla recientemente o la utilización de menores en aguas de Ceuta hace un año, mediante la profilaxis del silenciamiento de las voces resquebrajadas, generación de ‘fake news’, el uso de imágenes descontextualizadas, la culpabilización de terceros y la difusión de los mensajes de odio.

Más allá del espectro óptico se infunde otra de las bazas, periscopio o globo sonda del reino, la red de mezquitas que controla en España: «Marruecos trata de controlar una gran parte de las mezquitas españolas para que sigan difundiendo su versión del islam y su necesaria fidelidad, al menos religiosa, para con el rey de Marruecos como emir al muminín (príncipe de los creyentes)», esboza Otazu. Bismillah-ar-rahmani-ar-rahim: “En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso”.

Por ahora la carrera tendenciosa bajo los mandatos de Mohamed VI no retoza en terreno neutral, la sociedad civil española continúa correosa ante embestidas de gran magnitud, que si por el momento no dejan posos de criterio unidireccional, la sangre sigue manchando la espinosa frontera emponzoñado por el odio difundido, que recoge una extrema derecha propensa a sostener el cirio de todo el que a su credo, más allá del religioso, rece.

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