María Torres: «Nunca alcanzaremos un Estado realmente democrático mientras que el franquismo siga viviendo en la impunidad»

Entrevista a María Torres Celada, Madrid, 1961, nieta con Memoria, escritora, memorialista, acaba de escribir el libro “Un sol incoloro” recién editado por la ARMH, el colectivo de familiares de deportados Triángulo Azul y la editorial Alkibla

Por Sol Gómez Arteaga

Infinita procesión de niños sin infancia,
padres llenos de huérfanos.
Harapos, hambre, destierro.
Exiliados en las sombras del mundo,
como una órbita humana errante
intentando pasar una página del alma.

“No me acuerdo de olvidarles”.

María Torres

¿Qué te mueve a contar en profundidad la historia, hasta ahora en parte desconocida, de Juan González del Valle entre otras muchas historias que llegan a tus manos?

“Un sol incoloro” es la biografía del intelectual coruñés Juan González del Valle. Escritor, poeta, ensayista, académico de la Real Academia Galega, catedrático de Lengua y Literatura en varios institutos durante la II República y la Guerra de España, que hubo de exiliarse a Francia y acabó capturado por los nazis, deportado en el famoso convoy de Angulema y confinado en Mauthausen. Fue asesinado en 1941 en el siniestro castillo de Hartheim, centro de eutanasia nazi. La historia de un hombre atrapado entre dos guerras al que la intolerancia del fascismo español y del horror nazi le hicieron padecer un sufrimiento sin medida y le arrebataron el bien más preciado: la vida. La triste, repetida y lamentablemente desconocida historia de miles de españoles y españolas que fueron deportados a los campos de concentración nazis.

Si ha existido una persona desde hace años interesada en la trayectoria de Juan González del Valle ha sido el profesor don Xesús Alonso Montero. Por ello, cuando desde la ARMH me ofrecieron la posibilidad de investigar sobre la vida y obra del malogrado catedrático, no dude en aceptar la tarea pensando en don Xesús y en mi deseo de devolverle tan solo un poco del conocimiento que él nos ha regalado a lo largo de los años.

Tengo que añadir mi especial interés en la deportación de los españoles a los campos nazis, porque creo que han sido las víctimas del franquismo y del nazismo más olvidadas hasta hace poco tiempo.

Hiciste un intenso y profundo trabajo de investigación de los vigueses deportados en la II guerra mundial. Descríbenos la magnitud de dicho trabajo.

Reconozco que inicié una investigación bastante ambiciosa. Cuando llegué a Vigo hace once años comprobé que poco o nada se había investigado sobre los vigueses que habían sufrido la deportación durante la Segunda Guerra Mundial, y descubrí que la participación de los vigueses en este conflicto, el más terrible de toda la Humanidad, era más extensa. Durante décadas, el mensaje que recibimos es que España no había participado en esta Guerra y nada más lejos de la realidad. No hay un escenario de la II Guerra Mundial que no pisara un español, un gallego, un vigués. Lucharon en Europa, en la URSS, en el norte de África (el exilio más desconocido, también plagado de cárceles, campos de concentración y trabajos forzados). Muchos se rebelaron y combatieron al opresor. Actuaron en la Resistencia como guerrilleros, agentes especiales y espías del Servicio de Inteligencia británico (SOE). Integraron las fuerzas de la Francia Libre. Lucharon con la esperanza de que derrotando al nazismo, podría caer el régimen franquista.

Lo cierto es que comencé investigando a doce deportados y amplié la investigación a los resistentes, combatientes en el Norte de África, Europa y Rusia. Seguí la pista de más de cincuenta vigueses que actuaron en la II Guerra Mundial. En estos años he intentado reconstruir sus historias, contactar con sus posibles familiares, ponerles cara para poder trasmitir lo que fueron sus vidas y lamentablemente, en muchos casos, sus muertes.

A ellos habría que sumar a casi 700 personas que partieron desde Vigo en 1941 y 1942. No marcharon al exilio, pero la dura posguerra les condujo a Alemania como mano de obra «voluntaria». Para ello Serrano Súñer creó CIPETA, una empresa que gestionaba la colocación de estos empleados a los que denominaron «productores». La mayoría trabajaron en la industria de la Guerra en condiciones de esclavitud. Su trabajo formaba parte de la devolución de la deuda contraída por Franco por la ayuda nazi en la Guerra de España. Muchos de ellos acabaron en campos de concentración con la escusa de que debían ser reeducados, o perecieron a causa de los bombardeos. Es imposible reconstruir todas sus historias, pero intentaré dar a conocer sus nombres y en algunos casos una aproximación a lo que fueron sus vidas.

Paralelamente inicié una investigación similar, pero delimitada a deportados y resistentes de toda la provincia de Pontevedra.

Estos hombres y mujeres, muchos de ellos héroes en Francia, no han tenido un reconocimiento a nivel estatal. La ‘modélica transición’ y la ‘democracia’ cubrieron su lucha y su memoria con un velo de indiferencia. Tal vez a muchos les parezca una cifra insignificante de víctimas para tomarla en cuenta, pero no lo es. Son vidas que quedaron atrapadas entre dos guerras, que representan la derrota republicana, el desgarro de la lejanía de la tierra por la que lucharon para alcanzar una sociedad más libre. Exiliados que llegaron como pudieron a Francia o al Norte de África huyendo de la represión franquista, en busca de una libertad incierta y con la tibia esperanza de iniciar una nueva vida. Pero ni tan siquiera esto les fue permitido.

Aún me queda volcar en papel toda la investigación y darla a conocer. En principio estoy trabajando en el libro de los deportados vigueses que la editorial Galaxia quiere publicar en gallego, y con el que llevo mucho retraso porque he tenido que interrumpirlo en varias ocasiones para terminar otros trabajos, como por ejemplo el libro del deportado Juan González del Valle o el que verá la luz después del verano sobre uno de los magistrados más brillantes de la II República española.

Me queda mucho trabajo por delante.

En el punto de partida de toda tu actividad memorialista un nombre: Arturo Torres, tu abuelo. Cuéntanos su historia y cómo ésta influye y determina tu actividad y compromiso inquebrantable con la Memoria Antifascista.

Me enteré que mi abuelo había estado en prisión siendo muy niña, cuando yo no sabía nada de la Guerra, la represión, ni de los infames que llevaron a este país por el camino del desamparo y la tragedia. Rescaté la frase que me desvelaba una parte del pasado oculto del abuelo de una conversación de mayores y la atesoré como el mayor de los secretos junto al espacio guardado para las preguntas. Allí permaneció durante varios años, creciendo, madurando conmigo. Muchas veces la curiosidad se asomó al precipicio de mi lengua cuando acompañaba al abuelo en sus quehaceres cotidianos, en las calurosas tardes sin siesta que él cambiaba por la lectura, en los paseos por el campo, en las tertulias que compartía todos los domingos con sus amigos mientras yo jugando, no paraba de observarle llena de admiración. Nunca me atreví a preguntarle porque intuía que si mi abuelo que todo me lo contaba, -que era capaz de inventarse cuentos, leyendas, cigüeñas-conejos y todo tipo de fábulas para mí-, nunca me había hablado de ello, era por algún motivo superior. A mis siete años tenía la certeza de que sólo los malos terminaban en la cárcel.

Mi abuelo murió el 19 de mayo de 1975. Se llevó con él todo el dolor de los años pasados en prisión y la humillación a la que fue sometido durante sus largos años de “libertad condicional”. Se fue sin decirme aquello que siempre quise saber, llevándose su historia, que aunque a nadie más que a él pertenecía, también era parte de la mía y debía recuperarla no solo por mí, también por mi padre y sobre todo por mi hija.

Treinta y siete años después de su muerte comencé a investigar la historia de su represión. Interrogué a mi padre y sus tímidas respuestas parecían querer escapar, refugiarse en el olvido y la desgraciada infancia de un niño de la guerra lleno de cicatrices en la piel de la memoria. Escarbé en todos los archivos que encontré. Fue una larga búsqueda que dio resultado y que dejé plasmada en el blog “Memoria de una búsqueda”, donde está volcada toda la investigación.

Mi abuelo Arturo Torres Barranco nació en 1895 en Torrubia del Campo, un pequeño pueblo de Cuenca. Era agricultor, propietario de unas cuantas tierras, una galera y una pareja de mulas. Trabajaba de sol a sol con la ayuda de un jornalero y tenía muchas inquietudes políticas. Con la llegada de la República ocupó el cargo de Recaudador del Impuesto de Utilidades y Consumos de la primera corporación republicana de la localidad. El 30 de junio de 1936, pocos días antes del golpe militar, presentó el último estado de cuentas. En las elecciones del 16 febrero de 1936 apoyó al Frente Popular y tras la victoria de éste, fundó en su pueblo el Partido de Izquierda Republicana.

Y llegó la sublevación fascista que desencadenó en la Guerra en la que mi abuelo no participó. Por testimonios que he podido leer en su expediente judicial, pasó el periodo de la Guerra ayudando tanto a personas de derechas como de izquierdas y haciendo cuanto pudo para favorecer, amparar y aliviar la situación en que se encontraban unos y otros. Pero hay un hecho que marca el futuro de mi abuelo. El 7 de diciembre de 1937 fueron detenidas en el pueblo tres personas por la Brigada Roja. Parece ser que desde Madrid se pidió informes de estas personas a Izquierda Republicana y que mi abuelo firmó los mismos, como así lo ratifica en su declaración posterior al Auditor de Guerra.

En la mañana del viernes 1 de septiembre de 1939, el mismo día que cumplía 44 años, mi abuelo fue detenido por falangistas de la localidad. Posteriormente le abrieron un sumarísimo de urgencia y tras el Consejo de Guerra fue declarado culpable de un delito de auxilio a la rebelión, siendo condenado a la pena de doce años y un día de reclusión. 

He conseguido recuperar una parte importante de la Memoria de mi abuelo. Contar con la certeza de que como tantas otras fue humillado y torturado en las cárceles franquistas, que convivió con el hambre y el terror de una represión institucionalizada, que cuando pudo salir de aquel infierno, era un ser derrotado, agarrado a un bastón, un vencido que guardó silencio durante toda su vida, para mí no fue suficiente. A partir de entonces la Memoria se convirtió en mi militancia y abrazo la certeza de que la Memoria es la alternativa al silencio impuesto, un acto casi subversivo que devuelve la voz a los que fueron silenciados, la dignidad a los que fueron ultrajados, pone fin a la impunidad del opresor e impide que continúe perpetuándose la traición.

En 2011 inicias el estupendo blog “Búscame en el ciclo de la vida” que es un referente de Memoria Antifascista con contenidos imprescindibles sobre la República, guerra, víctimas, poesía, exilio, entre otros, y un formato absolutamente definido y cuidado. ¿Cómo surge y qué objetivos persigues cuando lo inicias?

El 11 de agosto de 2011 “Búscame en el ciclo de la vida” inició su andadura. Quería que fuera un espacio de resistencia contra el olvido y un cofre donde guardar la Memoria de los defensores de la libertad, los portadores de sueños, los que dieron todo y todo lo perdieron, los vencidos, los transterrados. A lo largo de diez años este espacio atesoró la Memoria de hombres y mujeres, la Memoria de un pueblo que luchó por la libertad y contra el fascismo. Junto a los “anónimos” también se recopilaron los testimonios de aquellas personas que brillaron con luz propia en el periodo de la II República, la guerra española, la posguerra, el exilio, y la lucha antifranquista. 

Nadie está legitimado para decidir que el pasado no existe e intentar premeditada e interesadamente enterrar una parte de la historia en la que más sangre inocente ha sido derramada. Nuestra memoria y la transmisión de la misma han de ser más grande que el olvido impuesto, al igual que nuestro compromiso contra la injusticia. Nunca alcanzaremos un Estado realmente democrático mientras que no se reconozca y repare el daño, mientras no rescatemos los cuerpos que yacen en las todas las fosas y dignifiquemos la memoria de los represaliados, mientras no obtengamos una condena de las atrocidades del régimen de Franco, mientras que el franquismo siga viviendo en la impunidad.

Reviso tu intensa colaboración en este medio, Nueva Revolución. ¿Cómo valoras la existencia de espacios informativos como éste, libre de ataduras, en momentos en los que estamos recibiendo tantas noticias manipuladas y falseadas?

Espacios como Nueva Revolución, con buenos contenidos de temáticas diferentes, completan muchos nichos de información no cubiertos o falseados a veces por la prensa tradicional y me parecen imprescindibles para combatir el silencio y el negacionismo, porque se continua trivializando y negando el genocidio de miles de víctimas.

Para la pervivencia de la Memoria se hace imprescindible la transmisión de nuestro pasado a las generaciones más jóvenes. ¿Qué les dirías a los jóvenes en materia de Memoria?

La transmisión de la memoria a los más jóvenes es un objetivo fundamental y complicado a mi modo de ver, aunque soy consciente de que hay que trabajar mucho en ello y no caer en el precipicio del olvido. Es difícil llegar a los jóvenes porque éstos, en la mayoría de las ocasiones, no les interesa el pasado, consumen otro tipo de contenidos y usan otra forma de acceder a los mismos que no es precisamente a través de charlas. Hablo por mi experiencia personal. Cuando he acudido a los institutos a impartir una charla, debía apoyar ésta con gran contenido visual (imágenes, vídeos cortos, etc…) para captar la atención de los alumnos. Y aún así resulta difícil despertar su interés.

Gran parte de nuestros jóvenes son desconocedores de lo más básico de la historia de España. En los libros de texto apenas se toca los temas de la República, la Guerra, el franquismo, la transición, etc. Quizá había que comenzar a trabajar estos temas con ellos nada al iniciar la enseñanza secundaria y también en casa.

Yo les diría –les digo- a los jóvenes que deben sentir en principio empatía. Detrás de cualquier sufrimiento siempre hay una víctima y sus familiares. Familiares que llevan años enhebrando su tristeza y la historia de los suyos, esperando que alguien les escuche y les reconforte en su duelo, porque detrás de una sociedad herida, al ritmo de un diapasón que va marcando sin tregua el paso del tiempo, solo existe una palabra: impunidad.

Les diría que aún hay más de cien mil víctimas del franquismo “desaparecidas”, enterradas en cunetas y fosas comunes. Espacios que reflejan la negra sombra de la muerte. Cada día aparecen nuevas fosas que van añadiendo a la interminable lista de tragedias a más de los sin nombre. Un país convertido en una inmensa fosa, una cartografía de terror que guarda infinitos episodios de muerte, de noches en el que el único sonido era el crujido del percutor de los fusiles y el lamento del pico y la pala que rompían la tierra para acoger en su seno los cuerpos apilados sin ningún cuidado de las víctimas, vidas destruidas, únicas e irrepetibles, olvidadas en tierra de nadie, vidas humilladas, a las que cada año una nueva capa de sustrato sepultaba, más aún si cabe la sacudida de la muerte. Historias de lucha y represión clamando por ser rescatadas del olvido.

Les diría que las víctimas no son sólo los asesinados o desaparecidos, también lo son los hombres y las mujeres que fueron encarcelados, torturados; los esclavos del franquismo; los hombres y las mujeres que se vieron avocados al exilio; los que fueron hacinados en los campos de concentración franceses; los deportados a los campos nazis con la complicidad del franquismo; los miles de niños arrebatados a sus madres; los hombres y mujeres que actuaron en la resistencia antifranquista, y que fueron aniquilados por el aparato represor del régimen; las madres que quedaron viudas; las niñas y niños que quedaron huérfanos, por el encarcelamiento o la muerte de sus padres y muchos miles y miles de ciudadanos a los que, bajo el manto del nacional catolicismo, se les privó de vivir una vida en libertad.

Les diría tantas cosas…

 

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