Por María Torres
María Goyri fue la primera mujer en obtener una licenciatura en España (Filosofía y Letras, 1896) y la primera en doctorarse en una universidad española en 1909. Algo sorprendente si tenemos en cuenta que no se permitió a las mujeres acceder como alumnas oficialmente a la universidad hasta 1910. El brillante expediente académico de María Goyri se puede examinar a través del Portal de Archivos Españoles (PARES).
Cuentan que cuando la imponente María llegó una mañana del mes de octubre de 1893 a la Universidad en su primer día clase, un bedel la estaba esperando. Tras conducirla hasta la sala de profesores, el decano de Filosofía y Letras le dijo: “Señorita, quedará usted aquí hasta la hora de clase. Yo vendré a recogerla”. Tras estas palabras el decano abandonó la sala y cerro con llave dejando en ella a María. Cuando llegó la hora de entrar al aula la sacó del encierro y la hizo caminar de su brazo entre dos filas de estudiantes que perplejos veían en esa mujer atlética, alta, rubia y de ojos verdes.
Un año antes había comenzado a estudiar Filosofía y Letras pero como oyente. El 26 de septiembre de 1893 pidió autorización a la Dirección de Instrucción Pública, dependiente del Ministerio de Fomento, para que se le permitiera matricularse en la Universidad Central, algo insólito entonces. Se aceptó su matrícula, no sin antes pedir informes a todos los catedráticos por si veían alguna sospecha de que la incorporación de María Goyri a las aulas pudiera perturbar el orden. La respuesta de los profesores de Metafísica, Historia Universal, Lengua griega, Literatura clásica griega y Latín, fue que no encontraban inconveniente en admitir a María, por lo que el Decano aprobó el 12 de octubre de 1893 la matrícula ordinaria de la que sería la primera Doctora en Filosofía y Letras por una Universidad española pero con condiciones: Debía entrar en el aula junto al catedrático, no podía permanecer en los pasillos ni hablar o sentarse junto a sus compañeros sino en una silla al lado del profesor.
María Amalia Vicenta Goyri nació a las ocho y cuarto de la mañana del día 29 de agosto de 1873 en Madrid. De familia vasca, vivió hasta los cinco años en Algorta. Hija de María Amalia Vicente Goyri, madre soltera, mujer inteligente y culta, de profesión costurera y de vocación precursora, fue educada sin tener en cuenta las convenciones de la época. Durante sus primeros años no asistió a ningún colegio. Tuvo como maestra a su madre que estableció para su hija un programa de estudios repleto de horarios y disciplina, apuntándola en un gimnasio para combatir una artritis de origen tuberculoso que padecía, en una época en la que la gimnasia no estaba destinada a las mujeres por variados tabúes y simbolismos sobre el cuerpo femenino. También fue la única alumna, entre varones, de las clases de dibujo que impartía un viejo profesor y a las que la inscribió su progenitora. A los doce años fue matriculada en la Escuela de Comercio de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, creada en 1870 por Fernando de Castro, entidad pionera de la cultura y liberación femenina hasta que fue silenciada por el régimen en 1939. Cursó el Bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, el mismo al que asistió el que más tarde sería su marido, Ramón Menéndez Pidal. Comenzó sus estudios de Filosofía y Letras en 1891, obteniendo el 16 de junio de 1909 el Grado de Doctor con una calificación de sobresaliente. Su tesis versó sobre “La difunta pleiteada” en la Literatura española.
Tomó parte en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892 celebrado en el Ateneo de Madrid defendiendo públicamente las avanzadas ponencias de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, dos grandes precursoras que sustentaban la revolución en pro de la liberación de las mujeres. Es aquí cuando María se dio a conocer como defensora de los derechos femeninos.
Conoció a Ramón Menéndez Pidal, joven y conservador profesor universitario, en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo durante unas conferencias de Marcelino Menéndez Pelayo. María se encontraba preparando su tesis y Ramón elaboraba un estudio sobre la obra de Don Juan Manuel, así que el azar y las aficiones comunes como la literatura, la filología y la historia fueron guiando y consolidando su relación. María comenzó siendo su alumna, un tiempo después su colaboradora y finalmente se casarón el 5 de mayo de 1900 en la iglesia de San Sebastián de Madrid. Célebre fue su luna de miel a lomos de una mula en tierras del alto Duero siguiendo la ruta del Cid y recopilando romances, ya que según María “para encontrar los romances es necesario ir a sacarlos de su escondite”. En honor al héroe medieval, le pusieron Jimena a su primera hija nacida el 31 de enero de 1901, nombre de leyenda para la que llegaría a ser una de las mejores pedagogas transformadoras de la educación en España. Posteriormente nació Ramón que falleció en la niñez, y Gonzalo.
Aunque María Goyri dedicó su vida a la investigación de Filología e Historia, también participó en las tareas docentes del Instituto Escuela de la Institución Libre de Enseñanza junto a María de Maeztu, elaborando los programas de enseñanza del español para niños de ocho a diez años, e impartió clases de literatura en la Residencia de Señoritas, que compaginaba con sus Crónicas Femeninas en la Revista Popular, donde plasmaba sus “avanzadas” ideas sobre la necesidad de la incorporación de la mujer al trabajo remunerado y la coeducación. Tenía en esta revista como compañeros a Francisco Giner de los Ríos, Joaquín Costa y Julián Besteiro. También colaboró con el protectorado del Niño Delincuente, creado por la Institución Libre de Enseñanza en 1916.
María Goyri fue ejemplar hasta en la forma de gestionar sus preferencias espirituales. Mujer que abrazó la discreción en sus asuntos personales y familiares, católica desde su nacimiento, acudía a la iglesia a las seis de la mañana y de forma absolutamente privada. No sabemos si estaba de acuerdo con Don Manuel Azaña cuando pronunció en 1931 aquello de «El auténtico problema religioso no puede exceder los límites de la conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se responde la pregunta sobre el misterio de nuestro destino».
Con la llegada de la Guerra en 1936, se truncaron los sueños, la vida y el trabajo de una gran parte de los intelectuales. La familia Menéndez Pidal se refugió en Segovia. En el Archivo General de la Guerra Civil Española consta que desde Burgos, donde estaba la Junta de Defensa Nacional se pidió el 2 de julio de 1937 a las autoridades de Segovia un informe amplio y ecuánime de las actividades así como la ideología política antes del «Glorioso Movimiento Nacional» de los miembros de la familia Menéndez Pidal-Catalán. «Interesa también sean vigilados de un modo discreto, así como las amistades que operan alrededor de esta familia. En caso de que convenga le sea intervenida la correspondencia».
De Ramón Menéndez Pidal señalan: «Presidente de la Academia de la Lengua. Persona de gran cultura, esencialmente bueno, débil de carácter, totalmente dominado por su mujer. Al servicio del Gobierno de Valencia como propagandista en Cuba». En el informe que se remitió a Burgos dicen de María Goyri: «Persona de gran talento, de gran cultura, de una energía extraordinaria, que ha pervertido a su marido y a sus hijos. Muy persuasiva y de las personas más peligrosas de España. Es sin duda una de las raíces más robustas de la revolución».
Los Menéndez Pidal (Ramón, María, su hija Jimena y su esposo, Miguel Catalán) fueron apartados de la docencia y silenciados. Intervinieron sus cuentas bancarias y Ramón Menéndez Pidal hubo de emprender un exilio forzoso durante los años de la Guerra mientras la familia se quedaba en España. María Goyri, obligada a abandonar su compromiso con el proyecto educativo de la Segunda República Española, se dedicó hasta el final de su vida a cuidar el archivo familiar y a investigar, recopilar y sistematizar las diferentes versiones de romances de la tradición oral para el Archivo del Romancero.
A pesar de ser una mujer silenciada, antes y después fue soporte imprescindible de Ramón Menéndez Pidal, pero siempre a la sombra de éste a quien cedía todo el protagonismo, nunca estuvo sujeta a las cadenas de la dependencia. A su muerte la magistral biblioteca y el archivo de los Menéndez Pidal quedaron sin su “ama de llaves”. Cuando alguien visitaba a Don Ramón y le solicitaba algún documento para consulta el siempre contestaba lo mismo: «Si estuviera mi mujer, seguro que le ayudaría; ella lo sabía todo».
Fue libre a pesar de la época que le toco vivir. Fue libre desde su nacimiento hasta su muerte el 28 de noviembre de 1954, a los 81 años.
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