María Antonia Reinares Alonso: “Recorrimos los pueblos donde aún vivían represaliados, que nos abrieron las puertas de sus casas para comenzar a romper un silencio de décadas”

Foto: Eloy Rubio Carro

Entrevistamos a María Antonia Reinares Alonso, periodista y escritora, directora del digital Astorga Redacción.

Por Sol Gómez Arteaga

María Antonia Reinares Alonso es periodista licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, aunque su principal escuela fue el ya desparecido periódico La Crónica de León donde trabajó desde 1995 hasta 2002, año en el que deja el periodismo escrito para adentrarse en el radiofónico en la Cadena SER de León donde coordinó los servicios informativos del fin de semana hasta 2008, cuando pasa a formar parte del Departamento de Comunicación del equipo de gobierno del Ayuntamiento de León hasta el final de la legislatura. En 2011 regresa a La Crónica de León hasta prácticamente su cierre un año después. Desde 2013 dirige Astorga Redacción, un proyecto de periodismo digital hiperlocal.  

En 2008 escribe junto al periodista Marco Romero y tres investigadores de campo el libro La memoria del Grajero, editado por el Ministerio de la Presidencia, basado en los reportajes de investigación publicados en los años 1999 y 2000 en La Crónica de León y Diario de León sobre el Frente Norte en León de la Guerra Civil Española. En 2018 escribe ’25 años BRIF. Un relato forjado a fuego’ sobre las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF) estatales.

Cuéntanos para NR qué es la Memoria del Pozo Grajero y que te movió a investigar sobre ello.

La Memoria del Pozo Grajero es un libro coral cuyo corazón es la historia de los ’13 de Ponga’, los 13 republicanos de ese concejo asturiano fusilados el 13 de noviembre de 1937 en la sima del Grajero en Lario, pedanía del municipio leonés de Burón situado en el Parque Regional de Picos de Europa. Gracias a la localización de Manuel Cueto, hijo de Jacinto Cueto, el único superviviente de la partida de paseados que logró salir de la sima, el periodista del Diario de León, Marco Romero, y yo que trabajaba en La Crónica-El Mundo de León pudimos reconstruir, como un rompecabezas, la memoria de los 13 represaliados. Periodísticamente fue una historia fascinante porque mi compañero, el fotógrafo JM López bajó a la sima y publicamos imágenes de los restos que quedaban en el pozo y una infografía de Dativo Rodríguez que detallaba cómo era el interior de la sima.

Aunque los primeros restos fueron exhumados en 1998, no fue hasta la publicación de nuestros reportajes en noviembre de 1999 cuando el Pozo Grajero se convirtió en uno de los primeros símbolos en España de la lucha por la recuperación de la memoria de los represaliados del Franquismo, antes de la fosa exhumada en Priaranza del Bierzo en octubre de 2000 que fue el germen de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. En aquel momento, diferentes personas e investigadores trabajábamos a la par con el mismo objetivo en diferentes puntos de España, como el grupo de investigadores de la Universidad de Lérida centrados en que los represaliados que se encontraban todavía en las cunetas fueran reconocidos como desaparecidos. No quiero olvidarme del historiador de la Universidad de León, Javier Rodríguez, con sus importantes aportaciones teóricas a la investigación periodística que desarrollamos.

Me impliqué al máximo en el tema porque crecí escuchando la historia de mi padre, un niño de la guerra nacido en Irún. Mi abuelo fue ferroviario, miembro del sindicato UGT, comprometido con la República hasta el final de la Guerra Civil que fue encarcelado en San Sebastián y desterrado a Astorga. Sí, soy una de las nietas de represaliados consciente de la necesidad de dignificar la memoria de los perdedores de la contienda de 1936.

¿Qué reacciones o consecuencias conlleva esta primera exhumación? ¿Podrías contarnos que emociones y sentimientos observaste al entrevistar a gente que acaso era la primera vez que hablaba públicamente de estos hechos? ¿Hubo alguna historia que conmovió especialmente?

El Pozo Grajero fue una fosa común donde fueron arrojados decenas de republicanos represaliados de León y Asturias, cuya exhumación comenzó en 1998 sin autorización ni amparo judicial por parte de las familias, después de que el Grupo de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil de Sabero, durante una maniobra (en aquel momento dijeron que rutinaria) en la gruta, descubrió esqueletos y cráneos, algunos de ellos agujereados por una bala.

Gracias a la presión y el debate mediático que generó, comenzó a abrirse la brecha legal para otras fosas en el resto de España. En el Grajero también fue fusilado Primo Demaría, maestro de Posada de Valdeón (Picos de Europa en la vertiente leonesa), que fue el primer paseo investigado judicialmente en la provincia de León. Es decir, la sima de Lario marcó un antes y un después en el reconocimiento de las víctimas y se convirtió en un banco de pruebas para el desarrollo de lo que después pasó a llamarse Memoria Histórica.

Los ’13 de Ponga’ fueron el primer paso de un camino que, en mi caso, continuó con más reportajes de investigación cuyo objetivo era dignificar a las víctimas de la represión en la Montaña Oriental Leonesa, un lugar de frontera del Frente Norte muy castigado por el bando nacional. Mi principal fuente de información fue Julián Morante Espadas, guía de montaña que gestiona el refugio de Vegabaño en Oseja de Sajambre, quien mantenía contacto estrecho con ex guerrilleros y con el activista del Partido Comunista y fundador de la Agrupación Pozo Grajero, ya fallecido, Mario Osorio.

Gracias a estos informantes fuimos recorriendo entre noviembre y diciembre de 1999 los pueblos donde aún vivían represaliados y sus descendientes, que nos abrieron las puertas de sus casas para, al calor de las cocinas de leña, comenzar a romper un silencio de décadas. Entre todos los relatos escuchados todavía me conmueve el de Austraberta Campa Ordóñez, Berta, la hermana de Atilano Campa, el alcalde de Burón en la República. Nos costó muchísimo que en Maraña nos dijeran dónde vivía y que Berta nos abriera la puerta de su casa y de sus recuerdos. En aquella mañana, esta anciana paralizada por el miedo, expresó por primera vez en 60 años cómo la maquinaria represiva se cebó con su familia, cómo pasó a engrosar los bolsones de población que iban y venían de cualquier parte huyendo de las operaciones de castigo, también las palizas. Durísimo y conmovedor.

De todos aquellos relatos surgió el libro ‘La memoria del Grajero’ editado en 2008 por Presidencia del Gobierno.

En Astorga, punto neurálgico de Maragateria, y promovidas por el Ateneo Republicano de Astorga, se llevan haciendo desde hace años actos y homenajes en pro de la Memoria. ¿Cómo los ves y cómo lo has sentido en el tiempo, dado que tu periódico ha sido impulsor y acompañante?

El Ateneo Republicano de Astorga ha logrado romper otro silencio, en este caso el de una parte de esta ciudad profundamente conservadora donde la Iglesia y el Ejército ejercen todavía una importante presión social. El Ateneo ha formado parte del engranaje que ha promovido la recuperación de la memoria de los represaliados astorganos y de quienes, provenientes de otras zonas geográficas, fueron ejecutados en el muro del cementerio. El único mérito de Astorga Redacción es haber servido de soporte de transmisión de las minuciosas investigaciones realizadas por Miguel García Bañales, un inclasificable de la recuperación de la memoria de las víctimas menos conocidas, que sirvieron para que se dignificaran las vidas de quienes no merecieron que cayera sobre ellos la brutalidad de la maquinaria represora durante la Guerra Civil.

Foto: Eloy Rubio Carro

En 2013 empiezas a dirigir, junto con Eloy Rubio Carro, el periódico digital local Astorga Redacción donde apuestas por el periodismo independiente, rural, pero también de calidad con un importante espacio para la cultura. Lo haces desde un pueblo de Maragateria, Valdespino, afectado como muchos otros por la despoblación. ¿Cambió tu vida esta nueva actividad y esta nueva forma de trabajar?

Astorga Redacción es un proyecto que nació en 2013 por una cabezonería personal para evitar la caída al vacío del desempleo, pero mi vida cambió en 2003 cuando nacieron mis hijas gemelas y Eloy, mi marido, y yo decidimos vivir en la casa que reconstruíamos desde 1997 en Valdespino de Somoza.

Para alguien, como yo, que aprendí en la Universidad Complutense de los años 80 que un periódico se maquetaba con un tipógrafo y que ahora edito mi propio periódico en un pueblo de la España despoblada, el recorrido, visto ahora con cierta perspectiva, a mí me parece apasionante. No sé a quién he de dar las gracias, si a las mouras del monte o a los astros, por haberme dado la lucidez para saber reciclarme y adaptarme; por lo visto han debido de hacer su trabajo de maravilla (risas) porque estoy a punto de iniciar un nuevo proyecto: un periódico rural nacional escrito por quienes vivimos y trabajamos en la España despoblada.

En tu trabajo hay un fuerte compromiso con determinadas causas (la memoria, la defensa del medio rural asentada en el apoyo vecinal, la defensa del medio ambiente y preocupación por esa lacra que son los incendios forestales). Háblanos de qué es “25 años BRIF. Un relato forjado a fuego” editado por Marciano Sonoro.

Es el libro que en 2017 me propone escribir la ATBRIF, Asociación de Trabajadores de las Brigadas de Refuerzo en Incendios Forestales (BRIF), las brigadas creadas a principio de la década de 1990 por el Ministerio de Medio Ambiente en diez bases repartidas por puntos estratégicos en España para la extinción de incendios forestales. El libro relata la lucha de la ATBRIF por el reconocimiento de los derechos laborales de unos trabajadores muy especializados en la extinción y el manejo del fuego, que han sido pioneros en la reivindicación de la categoría profesional de bombero forestal. Su lucha, muy parecida a la librada por los mineros leoneses, con encierros y huelgas, tuvo su momento cumbre en la Marcha Negra de 2015 que después de una semana caminando concluía en Madrid.

En el libro, que va acompañado del documental realizado por Javier Galán, también tratamos de contextualizar el medio donde desarrollan su labor las BRIF con entrevistas a analistas del fuego, a los ingenieros de Montes que crearon las BRIF, también a expertos en paisajes… Se trata de un contexto de grandes desafíos para la sociedad, como hemos visto este pasado verano, pero que los expertos vienen advirtiendo desde hace 30 años, por eso, en parte, se crean las BRIF con profesionales especializados en controlar con fuego los incendios de sexta generación actuales. Un tema interesantísimo que lleva implícita la tragedia de la destrucción de nuestros montes.

En los últimos año hemos vivido cambios que no podíamos ni imaginarnos, cambio climático, guerra, pandemia, crisis económica, crecimiento de los fascismos, hacia el punto que podríamos decir que vivimos en una emergencia global que hace necesaria y urgente una nueva mentalidad. De Galeano es la frase: Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo, en este sentido, ¿qué iniciativas individuales o desde lo local crees que se podría llevar a cabo para dar un giro a las cosas?

Para mí lo más urgente es que cada uno y cada una de nosotras seamos verdaderamente conscientes de que vivimos en un planeta con recursos limitados donde la vida surgió después de un proceso de millones de años. Es el legado que nos ha dejado y que tenemos la responsabilidad de mantenerlo para que nuestros hijos y nietos puedan seguir existiendo.

Creo que esta responsabilidad pasa por implicarnos en la defensa del patrimonio natural que nos rodea, en mi caso, del entorno más vulnerable en el que vivo, el monte Teleno al que el Ministerio de Defensa bombardea sistemáticamente desde hace décadas por la existencia del campo de tiro militar. Junto con otras seis mujeres de la comarca de Maragatería acabamos de crear la Asociación Teleno Libre, cuyo germen ha sido la Plataforma de Afectad@s por el Incendio del Campo de Tiro del Teleno, un incendio ocurrido este verano que arrasó casi 4.000 hectáreas porque las brigadas de extinción no pudieron entrar en la zona de caída de proyectiles por el peligro que entraña una actuación de este tipo. El fuego acabó saliendo del perímetro de la instalación militar destruyendo dos centenares de colmenas, robles centenarios, aprovechamientos de leña, captaciones de agua de los pueblos próximos…, un desastre que nos ha dolido y nos ha empujado a movilizarnos.

El respeto a la naturaleza que nos rodea, disfrutar de ella, como yo disfruto de mis caminatas por el monte de Valdespino, lleva a un ejercicio de introspección, de reflexión y meditación que me resitúa cada día. La compañía y la cercanía de los árboles son las mejores aliadas para encontrar el sosiego necesario para entender el mundo convulso que nos está tocando vivir. En el fondo, somos unos privilegiados por ser protagonistas en primera persona del gran paso que está dando la Humanidad hacia unas nuevas coordenadas, un hito tecnológico quizá comparable a la invención de la rueda, la escritura o la imprenta.

Dice el historiador Josep Fontana que los hechos históricos del pasado hay que conjugarlos ahora, en el presente. ¿Qué les dirías a las generaciones jóvenes en materia de memoria?

Que pregunten a sus abuelos qué significó vivir una dictadura. Que los escuchen con atención. Que hagan el esfuerzo de rastrear y contrastar cada información que les llegue a sus redes sociales sobre el franquismo para no convertirse en contenedores sin criterio de unas ideas que extendieron odio y dolor en las generaciones de sus abuelos y sus bisabuelos. Tienen en sus manos la responsabilidad de que la historia de una guerra fratricida y sus consecuencias en las cuatro décadas posteriores no se vuelvan a repetir.

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