Manual de aprendiz de brujo (II)

Escrito e ilustrado por David González Gándara


Aquí está la segunda entrega del manual, queridos aprendices. Mis disculpas por una introducción teórica tan farragosa en la primera entrega. Espero que esta, donde empezaremos a concretar las lecciones, sea más amena.

Lección 1: No leas para contradecir, ni para creértelo todo, sino para pensar (Francis Bacon)

Las anécdotas que mostraba en la entrega anterior de este manual, sobre Pedrito, Laura y Luis, se resolvían con simples razonamientos, sin necesidad de la lectura de los expertos. Aunque reconozco que fue exagerado comparar el castigo físico con los deberes, en realidad es razonable descartar ambos como medida educativa por las mismas razones: aunque son efectivos, son injustos para mucha parte del alumnado. Incluso, durante un tiempo, ambos fueron ilegales. Como agravante, son injustos para la parte más desfavorecida.

No hace falta recurrir a leer artículos sobre las bondades de los deberes para comprender que, en los ejemplos mostrados, aunque el alumno que consiguió aprobar fue el que hizo los deberes, no fue por esta razón por la que aprobó. Escogí este ejemplo para ilustrar que lo más importante cuando se quieren sacar conclusiones sobre un asunto es la lógica.

De todos modos, siempre debe uno basarse en lo que ya se sabe. Si hemos empleado el sentido común, lo más seguro es que encontremos fácilmente la confirmación de alguna «autoridad» sobre lo que hayamos averiguado. Es importante combinar las dos cosas, leer y pensar.

Para profundizar sobre este tema en concreto, recomiendo leer la publicación de la Comunidad de Madrid sobre los deberes, que resulta muy ilustrativa. De todos modos, este es el resultado de mi lectura crítica. Otras personas podrían llegar a otras conclusiones. Pero si no siguen un proceso similar de reflexión y lectura, corren el riesgo de ser superficiales.

Lección 2: Cuando todo el mundo está de acuerdo, siento que me equivoco (Oscar Wylde)

Para la segunda lección he escogido un ejemplo que no es tan fácil analizar desde la experiencia diaria y el sentido común: la teoría de las inteligencias múltiples. Hoy en día casi todo el mundo ha oído hablar de esta teoría, los que sean profesores seguro que habrán visto que casi todas las editoriales incluyen ejercicios y rúbricas de evaluación basadas en ella. Algunos incluso saben enumerarlas: la inteligencia lingüística, la matemática, la musical, etc. El caso es, que igual que se ha puesto de moda decir: «no he visto ningún episodio de juego de tronos», también se ha puesto de moda decir: «la teoría de las inteligencias múltiples no existe, porque no la han confirmado las investigaciones». La tendencia es la neuroeducación, o cualquier otra ciencia que empiece por «neuro».

El problema aquí es que, al contrario que en el caso de los deberes, donde solemos tener nuestras propias vivencias, y donde es muy fácil comprender qué es qué, en el caso de las inteligencias múltiples, ¿quién está familiarizado con las definiciones de la inteligencia? ¿o con su evaluación? ¿o con sus aplicaciones prácticas? Aquí hay que confiar sólo en lo que leemos, que habitualmente es Twitter, Facebook, o algún medio similar con apariencia más seria. Y en concreto, procedente de fuentes que hemos seleccionado porque siempre nos dan la razón en todo. ¿Qué debe hacer entonces el aprendiz de brujo en esta situación? Seguir las lecciones 1 y 2. No creer algo ni porque lo ha leído ni porque mucha gente está de acuerdo: ¡pensar!.

En el caso de la teoría de Howard Gardner -creador de la teoría- las críticas que ha recibido, y que han propiciado esta moda de decir que es una teoría falsa, o pseudocientífica, se basan sobre todo en que «la teoría no ha sido confirmada en la práctica». Es sorprendente que quien lea esto lo acepte, ya que en el libro que describió la teoría, toda la idea se construye a partir de experimentos científicos. Incluso el autor continuó publicando artículos con más investigaciones que avalaban sus ideas. Pero los críticos seguían alegando que Gardner no había diseñado un test para poder confirmar que sus afirmaciones eran correctas, y que nunca se habían demostrado sus aplicaciones pedagógicas. Esto es inverosímil, ya que Gardner creó la teoría precisamente como una crítica a medir la inteligencia mediante tests. Sería completamente absurdo que diseñe uno. Además, es una teoría que explica como funciona la mente. No es una técnica pedagógica. ¿Cómo se puede esperar que una teoría que describe la mente humana se confirme con experimentos de actividades en el aula? Recomiendo al lector interesado leer las explicaciones del propio Gardner al artículo crítico más conocido, de Lynn Waterhouse. Es interesante comparar los dos para comprender la diferencia entre los argumentos bien construidos y los superficiales.

Pero aunque el aprendiz de brujo ya sabe que debe pensar por sí mismo, y distinguir el oro de otros metales, aún le quedan varias lecciones por estudiar.

Manual del aprendiz de brujo (I)

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