Todo partía de la idea de que las revoluciones en América triunfaban o fracasaban en días u horas pero que no acababan en baños de sangre, como al final, había ocurrido en Cuba.
Por Eduardo Montagut | 15/11/2024
En esta pieza estudiamos la visión del intelectual socialista español Luis Araquistáin sobre la revolución cubana, que publicó en un artículo de El Socialista de febrero de 1959.
Su artículo tenía que ver sobre cómo se había contemplado la cuestión cubana desde Europa, partiendo de que la crisis se había visto con sorpresa por el hecho de que un grupo de guerrilleros se había echado al monte frente a un ejército bien armado. La aventura de Fidel Castro había sido calificada de descabellada por anacrónica.
Otra de las sorpresas había sido la lenidad y la lentitud de Batista por qué todo el mundo se habría preguntado que con tantos medios porque había tardado tanto en intentar sofocar una rebelión de “locos temerarios”. Pero los europeos tenían una visión anticuada de Batista a través del retrato que en 1940 le había hecho Emil Ludwig cuando escribió sobre Cuba y por el de John Gunther, viendo que era un personaje nada amigo de la violencia y de la persecución política de los adversarios. Pero nada se sabía del Batista de ese momento porque la prensa Europa tampoco había tratado su figura, con la única excepción de Le Monde, que parecía más ajustada a la realidad. En todo caso, los europeos habían seguido con una imagen humanitaria y romántica del dictador.
Es más, el conflicto se había arropado de romanticismo, tanto en relación con el espacio donde se ejecutaba como con los personajes del mismo, como si se viera una película, pero no lo era, no lo había sido. Y en eso llegaron los últimos días de diciembre de 1958 y se había producido una suerte de escándalo porque se había producido una inesperada tragedia.
Todo partía de la idea de que las revoluciones en América triunfaban o fracasaban en días u horas pero que no acababan en baños de sangre, como al final, había ocurrido en Cuba. Lo ocurrido en la Isla habría terminado por causar estupor en los europeos porque no se lo habían podido explicar. Pero Araquistáin recordaba en su artículo que los europeos ignoraban u olvidaban que Cuba no había adquirido su independencia hasta 1901, casi un siglo después que el resto de América. Pero también recordaba la lucha por su independencia, y que había sido muy dura con muchas pérdidas de vidas humanas. Por fin, hacia un repaso a la independencia condicionada de Cuba con la Enmienda Platt, que no había sido derogada hasta la caída del general Machado. Por eso, contra la extrañeza europea los norteamericanos no les había sido posible sostener legalmente por la fuerza a Batista, además de que habían aprendido que las dictaduras no eran un buen negocio.
Cuba estaría haciendo el aprendizaje en medio siglo de la libertad de la democracia representativa que el resto de la América latina había hecho, aunque sin terminar, en siglo y medio. De ahí la que consideraba guerra civil tardía que intentaba liquidar dos hipotecas históricas. En primer lugar, estaba la hipoteca externa del libertador y protector del Norte, cuya sombra seguía estando presente aun después de la revocación de la Enmienda Platt. En segundo lugar, estaría la hipoteca del militarismo endémico en América latina e hijo también de España.
Después de una disquisición sobre el militarismo y el poder civil y la democracia, terminaba el socialista español su artículo planteando que si el nuevo gobierno de Cuba hiciera suya la idea de la Corte Panamericana en defensa de la democracia representativa en América nadie podría disputar al país el protagonismo en la próxima Conferencia de Quito. La Historia, como sabemos, fue por otros derroteros.
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