El descontento por la crisis de 2008 hizo emerger a nuevas formaciones políticas que prometían terminar con el sistema de partidos que había dominado el panorama español desde la transición.
Por Oriol Sabata
En las últimas citas electorales, tanto autonómicas como generales, Ciudadanos y Podemos sufrieron un auténtico descalabro en las urnas.
Los casos de estas formaciones, fortalecidas al calor de la crisis de 2008, y que supuestamente venían a terminar con el bipartidismo, son un buen ejemplo de la debilidad que supone para cualquier organización no tener base militante.
Con el paso de los años hemos comprobado como la «nueva política», concepto acuñado durante el periodo posterior al movimiento 15M, resultó ser un castillo de naipes que se ha derrumbado en menos de una década.
El descontento por la crisis de 2008 hizo emerger a estas nuevas formaciones políticas que prometían terminar con el sistema de partidos que había dominado el panorama español desde la llamada transición.
La población interpretó esta novedad como un golpe de aire fresco que venía a renovar la vida política. Además, desde estos ‘think tanks’ emergentes, se trasladó el mensaje de que ya no era necesario militar, que ahora lo importante era volcarse en la vía electoral. Un método cómodo y rápido que consistía en depositar una papeleta y confiar en estas flamantes fuerzas. Esta ola tuvo su impacto en las urnas: en 2014, con Pablo Iglesias a la cabeza, Podemos obtuvo 1,2 millones de votos en las elecciones Europeas. Una irrupción sorprendente que no dejó a nadie indiferente. Bajo la consigna del ¡Sí se puede!, Iglesias y el núcleo fundador de la formación morada, llamaron a «terminar con la casta» e incluso a «asaltar los cielos». En las generales del año 2015, Ciudadanos, liderado por Albert Rivera, amasó 1,4 millones de sufragios, mientras que en las elecciones al Parlamento de Catalunya la formación naranja, con Inés Arrimadas al frente, se convirtió en la segunda fuerza más votada con casi 735.000 votos.
Dicho fenómeno fue interpretado por algunos analistas como un momento de ruptura, un punto de no-retorno que iba a cambiar la dinámica de los últimos 35 años. Sin embargo, en realidad asistíamos a un reordenamiento de fuerzas liberales y socialdemócratas en el tablero político español. Y el desarrollo de los acontecimientos lo corroboró. La «nueva política», tanto a nivel nacional como autonómico, terminó pactando y apuntalando al bipartidismo PP-PSOE que supuestamente venían a combatir. Y no solo eso, descuidaron la organización. Lo apostaron todo al liderazgo mediático de sus dirigentes y creyeron que podrían mantener a flote semejante artilugio sin músculo militante ni trabajo real de base.
Esta dinámica los llevó al estado actual de las cosas. Ambas organizaciones se encuentran, a día de hoy, en la marginalidad y bajo riesgo incluso de desaparecer definitivamente como marca electoral. Toda esa caterva de oportunistas sin ideología que se subieron al carro de la nueva ola por ambiciones personales, hoy abandonan el barco ante la falta de recursos y expectativas. No cabe duda de que se ha cerrado un ciclo. Y esto se da, precisamente, en un contexto en el que el bipartidismo ha vuelto a flote. La «nueva política» llegó para buscar su cuota de poder y ha terminado inmolándose y salvando al sistema de partidos surgido de la transición.
Comparto totalmente el análisis que haces en este artículo. Fue un globo que se deshinchó rápidamente. Hace falta retomar la disciplina y la militancia. Saludos.