Los Nadies y la digitalización

No ganan elecciones y, las gane quien las gane, siempre pierden, unas veces más y otras un poco menos. No crean cultura, sino que la asimilan, aceptan la cultura imperante. Son colonizados, persuadidos, sólo quieren vivir, sólo aspiran a sobrevivir.

Por Francisco Javier López Martín

Los nadies, quiénes son los nadies de los que nos hablaba Galeano, los excluidos, los expulsados, los marginados, los pobres de los que nos habla la Iglesia, el subproletariado que dirían Marx y Engels, los Condenados de la Tierra sobre los que reflexiona Frantz Fanon, los últimos con los que trabajaba aquel curilla de Barbiana, llamado Lorenzo Milani.

Y cómo les afectan las nuevas tecnologías, la digitalización, el imperio de la Inteligencia Artificial. Esa es una de las grandes preguntas que los habitantes del planeta nos tendríamos que estar haciendo. Pero, para empezar, deberíamos pensar en esos pobres como una presencia que atraviesa cada país. Suponen un tercio de quienes vivimos en eso que llamamos países desarrollados, hasta dos tercios de los que viven en países africanos, asiáticos, o de América Latina.

No están organizados, no tienen tan siquiera la fuerza para cambiar decisiones políticas importantes que les afectan, mucho menos para influir en el curso disparatado de una economía sobre la que ya los gobiernos tienen serias dificultades para intervenir.

No ganan elecciones y, las gane quien las gane, siempre pierden, unas veces más y otras un poco menos. No crean cultura, sino que la asimilan, aceptan la cultura imperante. Son colonizados, persuadidos, sólo quieren vivir, sólo aspiran a sobrevivir.

La modernización, iniciada a través de los procesos de descolonización, sólo ha consistido en incorporar enormes masas humanas al consumo desaforado y a base de apretar el acelerador de la acumulación de capitales, la sobreexplotación energética y las sucesivas revoluciones industriales que han permitido la producción exponencial de bienes y servicios y su desarrollo acelerado.

Unos procesos, unas dinámicas, que comenzaron a estudiar Marx y Engels. Trabajamos, producimos, obtenemos dinero, lo gastamos y quedamos encuadrados en una clase social. Las luchas de los trabajadores consiguen a veces mejores repartos en la acumulación de capitales.

El imperio de las nuevas tecnologías, la digitalización, está produciendo en muy poco tiempo cambios muy importantes. Más de la mitad de la población mundial ha accedido al uso de internet. Muchísimos más en los países desarrollados que en los no desarrollado, pero con una expansión imparable año tras año.

Casi la totalidad de los habitantes del planeta viven en entornos que permiten el acceso a una red de telefonía móvil, por lo cual el acceso a internet se produce cada vez con mayor fuerza. Ese es uno de los motivos por los que las poblaciones de países subdesarrollados están accediendo a procesos de digitalización con mucha intensidad.

No está claro, por tanto, que en los países hoy menos desarrollados vaya a producirse un aumento de las desigualdades, porque tal vez lo que ocurra es que se abre una oportunidad para que esos países menos desarrollados puedan acceder a los beneficios de esta nueva revolución industrial. Eso sí, la reducción de la brecha digital aparece como una condición para que las perspectivas más optimistas se abran camino.

Pero claro, esto es lo que dicen los ricos, los pobres no tienen por qué verlo de la misma manera. Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es que hay quienes intentan imponer la modernidad sin tomar en cuenta la cultura y la visión subjetiva que nace de la pobreza.

Cada sociedad tiene una cultura y unos modelos de convivencia, sobre los que se impone esta nueva cultura digital. Ahora bien, al igual que los imperios occidentales se impusieron sobre las culturas nativas, los modos y las costumbres, las creencias que ya existían, no murieron, pervivieron, permanecieron, se transformaron. La Pachamama terminó convertida en virgen María y muchos de los ritos ancestrales se transfiguraron en nuevos ritos tolerados y asimilados por la nueva religión.

La propia tecnología, en manos de los talibanes, de los samis de Laponia, de los pigmeos ecuatoriales, o de los indígenas amazónicos, adquiere nuevas connotaciones, nuevos significados. Lo mismo ocurre cuando estas nuevas tecnologías caen en manos de los chinos, los habitantes de Mumbay, los pobladores de los valles andinos, o los de los países subsaharianos.

Es cierto que los modos de vida ancestrales se transforman, pero la propia tecnología resulta afectada y adquiere nuevas posibilidades. No se produce un desplazamiento, sino un mestizaje, una mezcolanza, una hibridación.

Quienes desde posiciones de poder creen que las nuevas tecnologías permitirán una asimilación, adocenamiento, sometimiento y sumisión de los más desfavorecidos, de los nadie, se equivoca, porque olvida la historia y porque olvida que la vida nunca puede ser sustituida por la simplificación, la tristeza y la insustancial virtualización que produce la Máquina, la versión moderna del Gran Hermano.

Los nadie son mucho más que el producto del cálculo algorítmico de una máquina y el control absoluto sobre sus vidas, como sobre cada vida humana, como sobre cada vida sobre la Tierra es imposible, porque cada una de esas vidas es insustituible. Cada vez que lo olvidamos, damos un paso hacia nuestra desaparición como especie sobre el planeta.

2 Comments

  1. Este artículo me recuerda a Ernest Bloch, filósofo marxista de la esperanza. Ojalá tengas razón, en este tiempo de desastres de la globalización

  2. Gracias por ese análisis que haces tan certero sobre los nadie ojalá que así sea. Las transformaciones digitales, tal y como dices pueden ser puertas abiertas a un futuro más justo.
    Enhorabuena me encanta leerte.

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