Por Francisco Javier López Martín
Año tras año, década tras década, de tarde en tarde, de vez en cuando, de tanto en tanto, los periódicos se descuelgan, en páginas interiores, casi nunca en portada, con alguna noticia sobre los Nadies, a cuenta de los desequilibrios territoriales de Madrid, en el Ayuntamiento de la capital, en los pueblos de la Comunidad. Datos sacados de informes elaborados por sindicatos, organizaciones sociales, ayuntamientos, o algún instituto de estudios.
Los resultados siempre son los mismos, los distritos de Vallecas (Villa y Pueblo), Villaverde, Usera, Carabanchel, Vicálvaro, Latina, o San Blas, los municipios de Parla, Fuenlabrada, Valdemoro, Móstoles, Arganda, Leganés, siempre el Sur, el Sur-Este, el Sur-Oeste, siempre necesitados de reequilibrio, persistente Norte y Sur, dentro y fuera de la M-30.
Los peores datos de rentas, de empleo, de infraestructuras, de vivienda, de abandono educativo, más rentas mínimas, más necesidades sociales, más contaminación y degradación urbana, los peores datos hasta en esperanza de vida.
Los barrios, los pueblos que han perdido sus industrias (que algunas hubo) y que ahora sólo han conseguido tener algunas nuevas urbanizaciones, algún nuevo centro de distribución, nudos de carreteras, supermercados, centros comerciales, grandes superficies, zonas de servicios. Los dineros de la inversión fluyen en Madrid hacia el Norte, hacia Chamartín, hacia el Paseo de la Dirección, hacia el nuevo Azca.
No fluyen a los barrios, a los pueblos, a los que atropelló la crisis de 2008, dejando un paisaje aún más deteriorado de desempleo, desprotección, urbanismo degradado, recortes en todos los servicios públicos y sociales, precariedad laboral, precariedad de las vidas. Asediados por la contaminación, la dureza de un clima cada vez más extremo y ahora golpeados de lleno por la pandemia.
Todos esos nombres confinados, de nuevo confinados, me suenan desde siempre, desde toda mi memoria consciente de ser memoria y hasta de la memoria que he olvidado con los años, convocada por los nombres lanzados al viento, como quien lanza las piedras en una charca, provocando ondas concéntricas que remueven toda la superficie y hasta el lodo del fondo.
Nombres preciosos, de barrios, de pueblos que fueron, en pueblos que aún son: Vista Alegre, Puerta Bonita, Almendrales, Zofío, Orcasur, El espinillo, San Cristobal, San Andrés, San Fermín, Los Rosales, Vallecas, Entrevías, Numancia, Peña Prieta, Pozo del Tío Raimundo, Federica Montseny, Ghandi, Daroca, La Elipa, Las Margaritas, Francia, Alicante y otros tantos, hasta 37, nombres de tierras confinadas venidas desde la lejanía de otros tiempos y otros espacios.
Los Nadies de los que habla Eduardo Galeano viven hoy en el Sur confinado, ya vivían confinados en los desequilibrios, la desigualdad, el desempleo, los recortes, en los espacios urbanos sin inversiones, sin dotaciones, sin servicios. El Sur no es siempre Sur geolocalizado, a veces es un Sur Este, Oeste y hasta el Norte y el propio centro tienen sus Nadies y tienen un Sur.
Durante años, siglos tal vez, ni el gobierno de la Puerta del Sol, ni el de Cibeles, mucho menos el de La Moncloa y tampoco desde La Zarzuela, hicieron gran cosa por los Nadies, por el Sur. Cada inversión hubo que pedirla, solicitarla, movilizarla, hacerla pancarta, grito de guerra y manifestación callejera.
Se preguntan en los barrios de los Nadies de dónde viene esa selectividad en las pruebas diagnósticas que convierten al Sur en una profecía de pandemia autocumplida, o por qué se ha permitido la saturación de los centros de salud, por qué no existen rastreos bien organizados y con personal, por qué tardan tanto los resultados de las PCR y no se hace seguimiento de las personas en cuarentena.
Por qué no se ha reforzado el sistema sanitario, las camas de los hospitales, el personal médico, de enfermería, de pediatría, de los centros de salud colapsados, siempre colapsados, nunca construidos, siempre prometidos. Ni las ayudas sociales llegan a tiempo, perdidas en largos y burocráticos trámites. Dónde están las aulas desdobladas, los colegios, las escuelas infantiles, los institutos, las ayudas a las personas dependientes, que son muchas, muriendo solas en casa, en una residencia. Dónde los transportes públicos, dónde los servicios sociales.
Y se responden los Nadies,
-Se fueron nuestras industrias, nuestros trabajos, nuestras esperanzas de un pueblo, de un barrio mejor y quedó el paro, con las rentas bajas, las pensiones cortas, los valores catastrales de nuestras viviendas por los suelos, la suciedad de las calles y los parques, el abandono, la falta de inversiones, los transportes sobrecargados, los mayores abandonados a su suerte, quedó el miedo, que hasta comisarías faltan.
Y ahora confinados, de nuevo, pero no con todos, seleccionados para el confinamiento, ellos, los habitantes del Sur, no los del GPS, los que se sienten mano de obra barata en la ciudad global, necesarios pero molestos, los sometidos al miedo, a la culpabilización de uno en uno, con el carnet en la boca, los condenados de la tierra han escrito un Manifiesto, en el que formulan estas mismas preguntas y la respuesta es no.
No es el Manifiesto Comunista, ni un fantasma que recorre Europa, es un no sencillo, humilde, contundente, que dice,
-No, nos vais a segregar, no nos vais a confinar, porque nuestra dignidad es igual que la vuestra. Nosotros cuidamos a vuestros hijos, a vuestros viejos, limpiamos vuestras calles, os llevamos la comida, os la servimos, un café, una copa y distribuimos mil cosas puerta a puerta, en vuestras casas, depuramos vuestras aguas y os cobramos en el supermercado, mientras otras reponen los productos que os lleváis de cada estantería. No lo elegimos, pero es lo que hacemos.
No son negacionistas de la pandemia, pero están hartos, los barrios y pueblos del Sur están hartos. Hartos de no tener transportes públicos decentes y no sobrecargados, de ver disminuir los profesionales que cuidan su salud, los centros, los medios y recursos sanitarios, del abandono de la educación pública ahogada en los recortes, de un urbanismo concebido sólo para hacer negocio abandonando cualquier política de construcción de vivienda pública.
Confinados, sí, si viene a cuento, pero como todos, cuando todos, con criterios claros y pagando el precio del abandono infinito. Confinados cuando haya pruebas PCR generalizadas, cuando viajar en transporte público no signifique ir hacinados, cuando haya suficientes rastreadores, cuando los colegios tengan ratios seguras y cuando haya suficiente personal médico, de enfermería, de limpieza.
No son negacionistas, pero creen firmemente en la igualdad que tanto falta por estas tierras. No hay otra manera de frenar los contagios. No es mucho pedir. No hay otra manera de salir de la pandemia. Bastantes revoluciones, muchas rebeliones y casi todas las revueltas comenzaron por mucho menos. Cuando unos pocos, un buen día, dijeron No y Basta.
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