La República española fue, en gran medida, un proyecto ilustrado que pretendió sacar a nuestra sociedad de la minoría de edad en la que se encontraba sumida. El filósofo alemán del siglo XVIII Inmanuel Kant en su breve obra «¿Qué es la Ilustración?» diferencia entre época ilustrada y de ilustración, siendo esta última un periodo revolucionario de acción iluminadora o ilustradora. Nuestro país, que se encontraba sumido en las sombras y la desesperanza, hasta la proclamación republicana, tras el triunfo de las listas afines a la libertad el 12 de abril de 1931, apostó formalmente, a partir del 14 de abril de ese mismo año, por un nuevo horizonte en donde el pueblo se autodeterminase plenamente. Para ello, había que poner en marcha un plan con el que hacer efectiva la sentencia latina, citada por Kant, Sapere Aude!
Carmen Conde explicando música y folklore durane las Misiones Pedagógicas 1932
Ya en el siglo XIX Francisco Giner de los Ríos, inspirado en el filósofo alemán y kantiano, K. Kraus, diseña un proyecto para sacar a nuestro país del oscuro pozo de la ignorancia y la superstición y conducirlo a la luz de la razón, fuera de la caverna. Las misiones ambulantes constituirían la herramienta necesaria que trasladaría el saber y la cultura a lo largo y ancho de nuestro país. Estas misiones ambulantes son el precedente teórico de lo que serían las misiones pedagógicas durante el periodo republicano. El discípulo y sucesor de Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío, se encargaría de continuar y poner en práctica el ideario ilustrado.
El 29 de Mayo de 1931 se promulga el decreto para la creación del Patronato de las Misiones Pedagógicas, lo que supuso el ensayo de un modelo cultural público y abierto a la modernidad. Manuel Bartolomé Cossío, fundador y director del Museo Pedagógico Nacional, fue el responsable de llevar a efecto esta aventura, con la colaboración de la Institución Libre de Enseñanza y con la que pretendía extender la cultura a las zonas rurales más aisladas así como, atenuar las desigualdades culturales existentes entre las zonas rurales, dedicadas al trabajo del campo, y las zonas urbanas que disponían de variados servicios como bibliotecas, museos, teatros, cines… En estos años de creatividad pedagógica, el acceso a la cultura se había convertido en un derecho para toda la ciudadanía y la democratización de la enseñanza y la cultura era un deber que el nuevo Gobierno republicano tenía que cumplir.
El objetivo era inconmensurable en un país atrasado donde el analfabetismo campaba a sus anchas y el «libro», apenas presente, era demonizado en las zonas rurales por una iglesia inquisidora. Había que acercar la España rural, mayoritaria, a la urbana en servicios culturales y educación. Una misión, sin duda, apasionante. La República española se embarcó en esta aventura necesaria poniendo a disposición del Patronato de las Misiones Pedagógicas los recursos necesarios, salvo durante el periodo de gobierno republicano de las derechas, bienio radical-Cedista (diciembre 1933 a febrero 1936), donde se recortó el presupuesto.
la pasión y entrega de los misioneros era necesaria una actitud profundamente humilde para ganarse la confianza de unos campesinos explotados y con el cuerpo dolorido por unas faenas diarias extenuantes
El proyecto, que embarcó a Antonio Machado, María Zambrano, María Moliner, Pedro Salinas, Ramón Gaya…, se propuso difundir la cultura general, la educación ciudadana en el nuevo contexto republicano-democrático y orientar pedagógicamente las escuelas. Es este último objetivo en el que quiero específica, aunque brevemente, detenerme.
Sin una nueva pedagogía en la que la pasión por enseñar fuese un ingrediente indispensable de la misma no surgiría un nuevo orden ilustrado, ni habría res publica que habitar. Las misiones pedagógicas eran efímeras en su tránsito por los pueblos rurales de nuestro país, sin embargo, su impronta perduró y sembró la semilla de la inquietud y curiosidad socrática por saber.
Como señalaba la Memoria del Patronato de Misiones Pedagógicas (1934), las misiones eran:
«Una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas como en otro tiempo…»
El Patronato de Misiones Pedagógicas estableció una serie de servicios para dar cumplimiento a los objetivos deseados. Fueron seis los servicios que organizaban las misiones materializándose durante una semana en los pueblos de la España profunda. El servicio de Las Bibliotecas, El Museo del Pueblo, El Cine, El Servicio de Música, el Servicio de Teatro y Coro del Pueblo y El Retablo de Fantoches.
Los que se implicaron, los misioneros y misioneras, estaban llenos de entusiasmo, tremendamente motivados e ilusionados. Querían hacer la revolución con música, teatro, cine, libros… eran estudiantes universitarios y profesionales de la educación, pero también pintores, escritores, músicos… misioneros bien instruidos y otros más jóvenes atraídos por la aventura. Pretendían instaurar una auténtica época de ilustración que combatiese y derrotase el analfabetismo, la incultura y la superstición.
Fotografía de niños en las proyecciones de cine de las Misiones Pedagógicas
Además de la pasión y entrega de los misioneros era necesaria una actitud profundamente humilde para ganarse la confianza de unos campesinos explotados y con el cuerpo dolorido por unas faenas diarias extenuantes.
Manuel Bartolomé Cossío interiorizó el espíritu renovador de la pedagogía de de su maestro Giner de los Ríos. Había que enseñar de otra forma, contando con la complicidad del alumno. ¡Qué actual suena y resuena en el actual contexto de una LOMCE retrógrada y antigua!
El método pedagógico: empatía con el discente, pasión por enseñar, y humildadse inspiró, sin duda, en eltrazado por el propio Giner de los Ríos como el método intuitivo. Éste consistía en enseñar a descubrir por sí mismos la verdad como nos enseñó Sócrates con su mayéutica y la práctica franciscana,en las que el maestro influye en sus alumnos «no por su autoridad, sino por su conocimiento y su amor«. En el método institucionista, la relación entre los alumnos y el profesor era íntima, cercana, familiar, para así poder transmitir mejor el saber. En la práctica, cada alumno tenía un cuaderno con el que trabajaba, no había libro de texto oficial. Los exámenes memorísticos no existían. Las actividades, hoy llamadas extra escolares: visitas a museos de todo tipo, a fábricas, al campo…eran frecuentes.
Acabo este artículo refiriéndome al título del mismo Los marineros del entusiasmo, expresión con la que Juan Ramón Jimenez se refería a los hombres y mujeres protagonistas de las misiones pedagógicas. Y es que hoy, ochenta y seis años después de la proclamación de la II República, en este mundo, al borde del abismo, son urgentes nuevos marineros y marineras del entusiasmo para combatir la desesperanza.
A los marineros del entusiasmo de ayer y hoy.
¡Viva la República!
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