Los “feminismos” de purpurina y paraguas rojos

El feminismo ha de incomodar en su discurso, como cualquier lucha que pretenda subvertir el orden establecido.

Por Tania Lezcano

Esta columna se publica dos semanas después del 8 de marzo, pero, como la lucha de las mujeres no es cosa de un solo día, es un buen asunto para reflexionar en cualquier momento del año. De nuevo, este 2023 las calles de toda España se llenaron de mujeres que quieren cambiar el mundo y están cada vez más organizadas. Y, de nuevo, este 2023 hubo en algunas capitales una manifestación paralela que se cobijaba a la vez bajo el paraguas del feminismo y el paraguas rojo del proxenetismo. Esto es en sí mismo un oxímoron, ya que el feminismo busca la liberación de todas las mujeres y el lobby mal llamado de las «trabajadoras sexuales» busca precisamente la esclavitud de algunas para la perpetuación de una de las opresiones más antiguas del patriarcado —y no el oficio más antiguo—: la explotación sexual. No hay que olvidar que la prostitución va de la mano de la trata. Sin prostitución no hay trata.

Sus defensores hablan del «trabajo sexual» basándose en la libre elección, un mito que el feminismo ya ha desmontado con creces y no solo en este asunto. Además, esos paraguas rojos son enarbolados por los llamados «sindicatos de trabajadoras sexuales», lo que significa que es posible trabajar por cuenta ajena en la prostitución, trabajar para una tercera persona, es decir, proxenetismo. Pero no es mi intención centrarme en este tema, ya que no soy una voz experta y prefiero remitir a las personas interesadas a activistas como Amelia Tiganus y Alika Kinan o asociaciones como APRAMP o Emargi, entre otras.

Mi intención, como la de tantas compañeras, es recordar que estamos en lucha, no en una fiesta. El feminismo ha de incomodar en su discurso, como cualquier lucha que pretenda subvertir el orden establecido. Si las grandes multinacionales se suben a tu carro, y las instituciones y, sobre todo, los hombres, acceden sin resistencia a tus deseos, es porque ni siquiera supones una leve amenaza para su sistema patriarcal. Es decir, no es feminismo.

Si bien celebramos los avances en nuestros derechos —no sin sacrificio y sangre de nuestras antepasadas—, mientras existan mujeres en el mundo sufriendo solo por serlo, el 8 de marzo no es motivo de fiesta. Sin ir muy lejos, en España, por ejemplo, las kellys siguen esperando ser escuchadas. A nivel internacional, no hay que olvidar la situación de las mujeres en países como Arabia Saudí. O las mujeres iraníes, acompañadas por el resto del pueblo, que llevan más de medio año en las calles tras la muerte de Mahsa Amini, el desencadenante para luchar por la terrible opresión que sufren. En Afganistán, las niñas y mujeres ya no pueden estudiar y también están en pie de guerra, aunque su voz se oye cada vez más lejos, opacada por supuestos debates en los que quieren enfangar al feminismo y que no son en realidad temas de debate en el movimiento. Así que sigamos recordando y exigiendo justicia para las kellys y las mujeres saudíes, iraníes y afganas.

La cifra de feminicidios en países como México roza el delirio y los datos indican que, aunque la mutilación genital femenina ha caído en los últimos años en los países donde se practica —teniendo en cuenta que es complicado hacer un verdadero seguimiento—, solo en España más de 3.600 niñas se enfrentan a ese riesgo en viajes a los países de origen de sus padres, lo que está suponiendo un auténtico desafío para las autoridades. Lo mismo ocurre con los matrimonios forzosos y los mal llamados «crímenes de honor». Solo hay que recordar a Arooj y Aneesa Abbas, las dos hermanas de 24 y 21 años de Terrassa que fueron asesinadas por sus familiares en Pakistán.

Afortunadamente, cada vez son más las mujeres que levantan su voz en estos contextos y luchan por eliminar estas prácticas que no son otra cosa que crímenes contra la humanidad, concretamente contra la mitad de la humanidad. Hago un inciso aquí para recordar que las mujeres no somos un colectivo, sino más de la mitad del planeta, y que la opresión se impone sobre nosotras por el sexo con el que nacemos, no por cómo nos identificamos. ¡Ojalá fuera tan sencillo! Volviendo a las mujeres que alzan la voz en sus propios contextos, su lucha está incluida en el feminismo y deben ser escuchadas. No es otra lucha alternativa, no es «otro feminismo». Cualquier opresión que sufran las mujeres por el hecho de serlo está per se incluida en la lucha feminista, independientemente de su etnia, orientación sexual, religión o cualquier otra condición. Y es increíble que haya que recordar esto a estas alturas.

Hablan de «feminismos diversos» precisamente quienes abandonan a muchas mujeres con la excusa de la «cultura», cuando bajo ningún concepto pueden considerarse cultura prácticas que sean dañinas y vejatorias para las personas y, qué casualidad, en su mayor parte para las mujeres. Se llenan la boca con la «diversidad» quienes acallan la disidencia que no les interesa, como a las ya mencionadas Alika Kinan o Amelia Tiganus, supervivientes ellas mismas del sistema prostitucional; o a las mujeres de contextos islámicos que levantan la voz contra su opresión. Hablan de «feminismos diversos» quienes quieren incluir al patriarcado en el divertido júbilo en el que pretenden convertir el 8 de marzo, llenándolo de purpurina, batucadas, fiestas y paraguas rojos.

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